La Alcaicería, el gran bazar con vestigios de la estética de la Edad Media
El ADN de Granada
En 1843 sufrió un pavoroso incendio que destruyó prácticamente todas las tiendas de barrio
En los años sesenta del siglo pasado sirvió como escenario de varias películas
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Una mañana de mi vida laboral la pasé buscando al actor, escritor y dramaturgo Peter Ustinov, que había venido a Granada a participar a un foro de la Unesco. De niño yo había odiado a ese actor porque hacía del malvado Nerón en las películas de romanos. Pero luego lo admiré cuando hizo de Hércules Poirot en las adaptaciones cinematográficas de las novelas de Ágata Christie. En esta ocasión no había venido a Granada para rodar una película, sino para dar una conferencia. Fue en abril de 1988. Me dijeron que lo habían visto por la Alcaicería y allí me fui con Orfer, el fotógrafo, buscando al célebre actor para ver si me decía algo con lo que rellenar el artículo del día siguiente.
Después de husmear por muchas tiendas, lo vimos justo al principio de la calle Oficios riendo a mandíbula batiente e intentado dar pases de torero con un cartel de una corrida que le habían hecho en una de las tiendas. Formaba terna en el cartel con Paco Camino y Paco Alcalde. Nos acercamos a él y no sólo nos permitió que le fotografiáramos todas las veces que quisiéramos, sino que me pidió –el fotógrafo se tenía que ir a cubrir otro evento– que lo acompañara por su periplo por la Alcaicería. Entre mi inglés macarrónico y su español del mismo estilo a punto estuvimos de inventar un nuevo idioma. Al final pudimos enhebrar un proyecto de conversación en la que había de destacar que estaba muy a gusto en Granada y que quería comprar unas castañuelas. Me impresionó su campechanía, su permanente sonrisa y esa tendencia a verlo todo desde el lado agradable de la vida. Las castañuelas las quería para una amiga suya que coleccionaba instrumentos musicales de todo el mundo. Lo mismo que se puso a torear con el cartel de toros, intentó contagiarse con el arte las castañuelas tal y como le trataba de enseñar la sufrida chica que atendía la tienda. Pero Ustinov era un manazas. Hasta la catedral llegaban sus risotadas al ver su fracaso al intentar meter los dedos en las cuerdecillas de las castañuelas. Al salir visitamos un par de tiendas más y dedicamos gran parte de la mañana a pasear por la Alcaicería. Paseaba con los ojos como platos admirando todo aquello que le sorprendía. Por supuesto yo vi alimentado mi ego: me sentí importante porque estaba en aquel lugar tan paradigmático de Granada nada menos que con uno de los artistas más influyentes del siglo XX e inicios del siglo XXI, además de un decidido combatiente de multitud de perjuicios. De haberse inventado los móviles no me hubiera gustado otra cosa que hacerme un selfi con el gran actor.
Y ya que estamos con el cine y en la Alcaicería, el periodista Ramón Ramos, que nació allí precisamente, me cuenta que él, cuando era niño, intervino como extra en una película que se rodó en las callejuelas del barrio. Los protagonistas eran Jean Paul Belmondo y Jean Serbeg, ídolos cinematográficos en aquellos tiempos. Se trataba de una escena en que ambos huían de unos maleantes que le perseguían por la Alcaicería, convertida para la ocasión en un zoco libanés. Y es que la Alcaicería fue durante un tiempo un perfecto decorado para películas de intriga y deseo, un decorado que aún conserva el aroma que los siglos provocan.
El gran bazar de lujo
La Alcaicería había sido en la Edad Media el gran bazar de lujo de la Granada musulmana primero y de la Granada cristiana después. Estaba formado por estrechas callejuelas en torno a las cuales se alineaban las casas y se ubicaba el zoco o el mercado donde se fabricaba y vendía la seda. El humanista e historiador siciliano Lucio Marineo Sículo, que había visitado Granada a principios del siglo XVI, escribió que en aquella Alcaicería había “doscientas tiendas, formando una pequeña ciudad de muchas callejuelas y diez puertas, cruzadas con cadenas de hierro para que los posibles clientes no pudieran entrar a caballo”.
Las tiendas eran de pequeño tamaño, con una única puerta abatible, pintada de ocre rojo, que servía también de persiana para proteger las mercancías de la lluvia y el sol. El pavimento era de mosaico con motivos románicos y árabes. Debido a la decadencia de la seda, el número de negocios se redujo dos siglos más tarde casi a la mitad. Para paliar los efectos de una posible decadencia, se abrieron otros negocios textiles, así como trabajos en cuero, zapatos, cacao e incluso especias. Había perdido su esencia, pero no su estética. Y entonces, el 20 de julio de 1843, llegó ese pavoroso incendio que redujo a cenizas el barrio. Comenzó en una tienda que fabricaba cerillas. “Fue una noche trágica, con todas las campanas de Granada sonando a rebato y con los escasos medios de que se disponía entonces para atajar esos siniestros, empleados casi infructuosamente ante la magnitud de la enorme hoguera”, dice el cronista Juan Bustos. El caso es que los pequeños y pintorescos edificios, casi todos de madera, quedaron reducidos en pocos minutos a cenizas. Las mercancías almacenadas –sedas, telas orientales, figuritas de madera…– eran proclives a alimentar las llamas. Los comercios almacenaban manufacturas de la seda que se producían en los numerosos telares de la ciudad. El incendio fue tan terrible que el gobierno municipal había preparado la artillería en el caso de que no pudiera controlarse.
No pasó mucho tiempo en que las autoridades decidieron la reedificación, eso sí, conservando el diseño primitivo de sus callejuelas. En esa reconstrucción se suprimieron algunas entradas, se cambió el pavimento y se hicieron cosas que no gustaron mucho a los expertos. Gómez Moreno dijo que “lo peor fue la decoración, que quiso imitarse, bien poco acertada y sin parecido alguno con las antiguas tiendecillas”. El Ayuntamiento de la capital adoptó en 1943 dedicar la Alcaicería a una “exposición permanente de productos artísticos y artesanos”. Así es como ha llegado a nuestros días, siendo uno de los principales reclamos turísticos de la ciudad.
Juan Bustos lo tiene claro cuando escribe: “De no haber sido destruida por el fatal incendio de 1843, hubiésemos podido conocer un ejemplo de barrio mercantil de una ciudad de la edad Media, algo seguramente único en Europa”. Una pérdida más que hay que sumar a la lista de edificios antiguos que Granada ha perdido y nunca ha recuperado.
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