La Casa de los Tiros, la espada encima del corazón
Perteneció durante cinco siglos a la familia Granada-Venegas y fue cedida al Estado en 1921 después de un juicio que duró más de cien años
Hoy es un museo y un lugar al que pueden ir los investigadores a descubrir el pasado de Granada
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Granada/Uno de las imágenes más enigmáticas de Granada corresponde a esa espada que hay encima del corazón que preside la fachada de la Casa de los Tiros, sin duda otro de los edificios que conforman el ADN patrimonial y humanístico de Granada. Nadie debe entrar en la Casa de los Tiros sin saber por qué se llama así y qué significa esa espada y ese corazón. Empecemos por la primera cuestión. Lo más probable es que el vulgo le pusiera el nombre de Casa de los Tiros porque el edificio formó parte de las murallas del barrio de los Alfareros y desde el torreón se disparaba con mosquetes a los posibles enemigos que quisieran entrar de mala manera en la zona. Es el torreón lo único que queda en pie de la construcción original, que es donde se ponían los citados mosquetes para los disparos. Así que aquel edificio no podía llamarse de otra forma: La Casa de los Tiros. En cuanto al corazón y la espada, forman parte del lema de una familia, los Granada Venegas, que habitó durante siglos ese edificio. Dicho lema pone al corazón como uno de esos emoticones que utilizamos en los guasaps en medio de "él" y "manda". Así que el jeroglífico se puede resolver fácilmente: El corazón manda. En la fachada también hay cuatro esculturas que representan a héroes como Jasón y Héctor (arriba) y Hércules y Teseo (abajo). En medio está el dios Mercurio y también está Cerbero, el perro de tres cabezas guardián de los infiernos, que está detrás de Hércules. Y es que en las mansiones renacentistas españolas se utilizaba la mitología clásica para desplegar un discurso simbólico destinado a ensalzar las virtudes de sus propietarios. En este caso el propietario debió de ser un tanto egocéntrico a juzgar por tanto héroe esculpido. “Parece la obra de un monomaníaco acosado de locura heróica”, llegó a decir el arquitecto Vicente Lampérez.
El supuesto monomaníaco se llamó Gil Vázquez Rengifo, uno de los caballeros que ayudó a los Reyes Católicos a conquistar Granada. Éste, siendo comendador, compró un grupo de casas que transformó en vivienda, aunque ni siquiera vivió para disfrutarla. Los primeros moradores fueron los miembros de la familia Granada Venegas, de los Granada Venegas de toda la vida. El patriarca era un príncipe nazarita que se llamaba Cidi Yahia (O Sidi Yayha. O Cidi Yaya, lo he visto escrito de varias maneras) y que al convertirse pasó a llamarse Pedro de Granada. Este se casó son su prima Cetti Meriem (una calle granadina la recuerda) que al convertirse pasó a llamarse María Venegas. Esta es pues una de las familias que enlaza la dinastía nazarí con las familias de raigambre cristiana y de la que salió una prolífica saga que ha llegado casi a nuestros días. Esta familia hizo muchas reformas en la casa y creó en el siglo XVII la que es considerada la joya de la corona de la vivienda: la Cuadra Dorada, un recinto que sirvió para encuentros literarios a los que eran invitado los mejores literatos y humanistas de la época como Juan Latino o el poeta Arjona.
Marqueses de Campotéjar
Los Granada Venegas también eran los marqueses de Campotéjar, ya que eran dueños de unos inmensos terrenos por esa zona de la provincia que incluían los señoríos de Jayena, Dehesas Viejas y Campotéjar. Igualmente se habían adueñado del Generalife y de los terrenos colindantes. De haber existido entonces una lista Forbes de ricos esta familia habría ocupado sin duda el primer puesto del ranking. En 1805 el rey Carlos IV comienza una demanda para que los Granada Venegas, ya en la décimo novena generación, reintegraran el Generalife y sus fincas anexas a su patrimonio personal. Por entonces los marqueses de Campotéjar tenían apellidos italianos porque una Granada-Venegas se había casado con un nombre de aquel país apellidado Grimaldi. El caso es que se entabló una disputa judicial que duró más de un siglo porque los marqueses –residentes en Italia- no querían desembarazarse de esa propiedad e hicieron todo lo posible por alargar un proceso que tenían prácticamente perdido. Hasta que en 1921 se llega a un pacto judicial por el cual el Estado recibe los terrenos del Generalife y la Casa de los Tiros, que había sido la sede del administrador del Marquesado. Eso sí, antes de dejar la propiedad, los marqueses se llevaron a Italia obras de arte, muebles e importantes documentos históricos que aún no han sido recuperados.
A partir de ahí la Casa de los Tiros ya es otra. En el acuerdo firmado se pacta que el edificio sea destinado a museo, casa de cultura o algo similar. La restauración corrió a cargo de un joven Antonio Gallego Burín, que junto con el cronista Francisco Valladar, ven la conveniencia que la Casa de los Tiros sea dedicada a una oficina de turismo y a un museo. El primer director sería el futuro alcalde Gallego Burín, que logró reunir en sus salas una importante colección de fondos de temática granadina.
En la década de los noventa del siglo pasado se llevó a cabo una importante restauración del edificio y se planteó reconducir su imagen hacia un museo de contenido más específico, al tiempo que se acometió la modernización y la adecuación de los espacios para el uso de los investigadores. Allí hay una importante hemeroteca (está la colección completa de El Defensor de Granada) además de muchos documentos relacionados con la historia de Granada, por lo que es el sancta sanctorum de muchos investigadores que pasan por allí para saber cosas sobre el pasado de la ciudad de la Alhambra. En toda esa modernización tuvo mucho que ver el que fuera su director durante varios años Francisco González de la Oliva, que racionalizó los fondos museísticos y puso en valor el edificio al convertirlo en sede de variados actos culturales. Sin duda el hombre que más sabe sobre la antigua vivienda de los Granada Venegas. Durante muchos años y organizado por el Centro Andaluz de las Letras se ha llevado allí un importante ciclo cultural llamado Los martes de la Cuadra Dorada, con el que se quiso devolver a la esa sala, con un bonito artesonado policromado, el antiguo esplendor cultural. En sus salas puede verse la Tarasca que se procesionaba antes de la guerra civil. Era articulada y su autor, Luis Molina de Haro, la ideó como un monstruo con las partes más terroríficas de distintos animales. Un monstruo muy malafollá.
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