Historias de Granada
  • Las últimas voluntades de varios personajes históricos y contemporáneos han expresado que querían ser inhumados en la ciudad de la Alhambra

  • Juana la Loca inició en Burgos un viaje que duró casi ocho meses para enterrar a su marido, Felipe el Hermoso, que había elegido Granada para su eterna morada

"Que me entierren en Granada"

Entierro de Manuel Ángeles Ortiz. Entierro de Manuel Ángeles Ortiz.

Entierro de Manuel Ángeles Ortiz. / R. G.

Escrito por

Andrés Cárdenas

Cuando voy al cementerio de Granada –la última vez lo hice el pasado martes– casi siempre suelo visitar la tumba de Manuel Ángeles Ortiz, que está cerca de la entrada y contigua a la que guarda los restos de Ángel Ganivet. El pintor jienense fue una de las personas con credibilidad ante la historia que no habiendo nacido en Granada dijeron que querían pasar el resto de la eternidad en el cementerio que hay cerca de la Alhambra. Allí, junto a su tumba, suelo rememorar aquellos tiempos en los que hice mi modesta aportación periodística para que se reconociera a este pintor y para que sus restos llegaran a Granada.

En Jaén, donde trabajaba entonces en el Gabinete de Prensa del Ayuntamiento, a comienzos de los años ochenta, casi nadie sabía quién era Manuel Ángeles Ortiz. Yo tampoco lo sabía, para qué negarlo. Fue la concejal de Cultura del Ayuntamiento, Pilar Palazón, quien me puso en antecedentes. Por lo visto Manuel Ángeles Ortiz era uno de los pintores de la generación del 27 más importantes. Había nacido en Jaén, había vivido durante su juventud en Granada y residía desde hacía muchos años en París. Había sido amigo personal de Pablo Picasso y el autor del cartel del Festival del Cante Jondo celebrado en Granada hace ahora cien años. Por si quieren hacerse ustedes una idea de cómo era Manuel Ángeles Ortiz de joven, pueden contemplar la escultura que hizo Juan Cristóbal para homenajear a Ganivet y que está en la fuente del Tomate, en el bosque de la Alhambra. En esa escultura se ve a un hombre desnudo que agarra a un macho cabrío por los cuernos y que simboliza al dominio de la inteligencia sobre la irracionalidad. El dibujo del conjunto escultórico lo hizo Manuel Ángeles y se puso él mismo como modelo para el joven que agarra al macho cabrío. Cuando Pilar Palazón me pidió ayuda para difundir la figura del pintor jienense, no dudé en hacerlo y envié desde el gabinete de prensa notas en las que se pedía el apoyo de las instituciones para un gran homenaje que se le iba a hacer al artista en Jaén. Pilar pertenecía al Partido Socialista Andaluz y estaba muy preocupada por incrementar el nivel cultural de los jienenses después de la dictadura por la que se acababa de pasar. Ella fue la que impulsó la creación del museo dedicado a los iberos y una, junto al pintor Miguel Viribay, de las promotoras para que la capital jienense reconociera a uno de sus hijos más ilustres y olvidados: el pintor Manuel Ángeles Ortiz.

Manuel Ángeles Ortíz y García Lorca. Manuel Ángeles Ortíz y García Lorca.

Manuel Ángeles Ortíz y García Lorca.

Pues bien, el caso es que este pintor está enterrado en Granada porque así se lo dijo a su hija, Isabel Clara Ángeles, pocos días antes de morir: “El día en que muera no quiero quedarme en Francia, aquí me voy a aburrir muchísimo. Quiero irme a mi tierra, a Granada”. dijo. El pintor se sentía más granadino que jienense porque en la ciudad de la Alhambra era en donde se había formado como artista y donde había pasado toda su juventud. Había pertenecido a la tertulia del Rinconcillo y había sido también un gran amigo de García Lorca. La escritora granadina Antonina Rodrigo tiene publicado un libro sobre la amistad de ambos. Pero para no desmerecer a la tierra en la que había nacido, el pintor quiso que lo enterraran junto a un olivo de Jaén. Y ahí está su tumba en el cementerio de San José de Granada, a la sombra de un olivo jienense.

Pepita y Chicho

Cuando la actriz argentina Pepita Serrador murió a los 51 años víctima de un cáncer, descubrieron en un escrito que la artista había pedido que la enterraran en Granada. “Solo en Granada puede ocurrir que un cementerio, en lugar de estar envuelto en tristeza, esté cubierto sólo por la nostalgia”, era el texto del escrito. En unas declaraciones anteriores le había dicho a un periodista de ABC que “adoro tanto Granada que mi último sueño quisiera dormirlo allí”. Y es que esta mujer sentía pasión por la ciudad de la Alhambra. En su obituario publicado en el citado periódico, el periodista escribía que la actriz conocía perfectamente la obra de Ganivet, que había leído los cuentos de Washington Irving y que había sido hechizada por el embrujo de la Alhambra. Con tales premisas no fue raro entonces que el Ayuntamiento le cediera una sepultura a perpetuidad y costeara su mausoleo cuando la actriz murió en 1964. Sus restos mortales fueron trasladados en 1970 al cementerio de San José siendo alcalde José Pérez-Serrabona. En algunas localidades de la provincia, como en Atarfe, tienen una calle con el nombre de la actriz.

Pepita Serrador con su hijo Chicho cuando era niño. Pepita Serrador con su hijo Chicho cuando era niño.

Pepita Serrador con su hijo Chicho cuando era niño.

Pero es que su hijo, el gran Chicho Ibáñez Serrador, no quiso ser menos y también está enterrado en el cementerio granadino porque quería descansar eternamente junto a su madre, a la que tanto admiraba. Chicho Ibáñez Serrador, el creador del concurso más famoso que ha tenido hasta la televisión, Un, dos, tres, murió en 2019 a los 83 años de edad y sus restos reposan desde entonces junto a los de su madre.

Los Reyes Católicos

Aunque, sin duda, los personajes más famosos de la historia de España que no habiendo nacido en Granada formularon su deseo de ser enterrados aquí, son los Reyes Católicos. Los restos de Isabel y Fernando descansan en la cripta de la Capilla Real, por deseo, sobre todo, de la reina, una gran viajera que había encontrado en Granada el sitio ideal para dormir eternamente. A su esposo Fernando, que murió 14 años después, le daba igual en donde lo enterraran, pero los que habían sido los artífices de la unidad de España no podían ir cada uno por su lado en busca de la eternidad. La reina Isabel de Castilla murió en Medina del Campo, en Valladolid. Su cuerpo fue trasladado y enterrado en un principio en el Convento de San Francisco, lo que es hoy el Parador, dentro del recinto de La Alhambra. Parece que así lo dejó escrito en su testamento. También fue enterrado allí Fernando el Católico, pero el 10 de noviembre de 1521, hace ahora justo 500 años, su nieto, el emperador Carlos I, decidió trasladar los restos mortales de ambos a la Capilla Real de Granada. Los féretros son de plomo y llevan la inicial de su nombre en la tapa. A su alrededor se encuentran los ataúdes, también de plomo, de su hija, la reina Juana, del marido de ésta, Felipe, y del infante Miguel de la Paz, primer y único descendiente de otra de las hijas de los Reyes Católicos, María, que murió al dar a luz. En cuanto al mausoleo, tiene un cierto interés artístico y fue realizado por Domenico Fancelli. Se hizo en Roma con mármol de Carrara.

Mausoleo de los Reyes Católicos en la Catedral. Mausoleo de los Reyes Católicos en la Catedral.

Mausoleo de los Reyes Católicos en la Catedral.

El interés de que la hija de los Reyes Católicos, Juana la Loca, enterrara a su marido Felipe el Hermoso en Granada da para hacer una película en la que se advirtiera al espectador que en ella hay obsesión, celos, amor y locura. Se trata sin duda del viaje más extraño que alguien puede hacer para cumplir el deseo de la persona de la que está enamorado. Sobre la locura de Juana hay miles de páginas escritas. Algunos estudiosos han identificado rasgos de una neurosis obsesiva en ella o incluso de una esquizofrenia. La existencia de antecedentes en su familia materna refuerza esa tesis. Otros autores, en cambio, la consideran una víctima de formidables conspiraciones, una persona muy desgraciada a quien la infelicidad acabó perturbando el espíritu. Hay quien dice que el bulo de la locura lo hicieron correr el padre y el marido de ésta, ambos peleándose por tener sus posaderas en el reino de Castilla. Escritos revisionistas y novelas históricas con tufo feminista tratan de convertir a Juan de Castilla en una víctima más de una mujer en un mundo de hombres, en una mujer que fue traicionada e ignorada primero por su marido, Felipe el Hermoso; después por su padre, Fernando el Católico, quien la recluye en Tordesillas; y finalmente por su hijo Carlos V, que no quiso saber nada de ella. Pero la versión de que esta mujer no estaba en sus cabales está avalada por sus muchas actuaciones faltas del raciocinio necesario en los demás mortales. Por lo pronto dicen que era muy celosa y que montaba unos números extraordinarios cuando se enteraba de que el flamenco (por ser de Flandes, no por ser un chuleta) le había sido infiel, que no eran pocas las veces. Cada vez que Juana le montaba un pollo al Hermoso por haber ido detrás de otras faldas, éste le decía que estaba loca. De todas maneras, su madre, Isabel la Católica, ya tenía indicios de que su hija no estaba bien del caletre. Cuando la reina redactó un último testamento poco antes de su muerte, el 26 de noviembre de 1504, existían ya serias dudas en torno a la salud mental de Juana. Aunque Isabel la confirmó como heredera de sus reinos, en el documento añadía que si la reina Juana, “estando en ellos, no quiera o no pueda entender en la gobernación dellos”, sería Fernando quien ejercería la regencia en su nombre. De ahí que a Fernando, que disfrutaba con las intrigas palaciegas, también le conviniera difundir que su hija estaba loca. No en vano se dijo que Fernando fue uno de los príncipes en los que inspiró para el suyo Maquiavelo, cumbre de una teoría política que aún está en vigor.

El viaje con el cadáver

Felipe el Hermoso murió a los 28 años tras beber agua fría después de jugar un partido de pelota. Las malas lenguas dicen que lo envenenó su suegro. La muerte repentina de Felipe en Burgos supuso sin duda un tremendo golpe emocional para Juana, embarazada de su sexto hijo. Fue entonces cuando la reina decidió embalsamar su cadáver y traerlo a Granada, que es donde había dicho el susodicho que quería ser enterrado. El viaje comenzó en 1506 y duró, entre unas cosas y otras, nada menos que tres años. Juana llevaba a su hija en el vientre y la meseta por la que iba a pasar con el cadáver de Felipe estaba asolada por la peste. Aún así emprendió el periplo. Así que no es de extrañar su sobrenombre, sobre todo al saberse que ordenó que la comitiva real que iba a acompañarle en tan irregular viaje estuviera solo compuesta por hombres. Celosa hasta la enfermedad extrema, no consentiría que ninguna mujer pudiera atisbar siquiera las facciones de su esposo. Se ha escrito que el viaje duró tanto porque la reina se negaba a despedir en la muerte a su esposo, a cuyo cadáver le hablaba a menudo. No se han podido verificar las historias macabras sobre su empeño en reabrir el féretro del marido, mientras lo trasladaba de un pueblo a otro de Castilla, a fin de examinar sus restos, quizá para evitar que se extraviaran o fueran robados

Cuadro de Pradilla con el viaje fúnebre. Cuadro de Pradilla con el viaje fúnebre.

Cuadro de Pradilla con el viaje fúnebre.

Después de enterrar a su esposo en Granada, fue recluida a la fuerza en una casona-cárcel en Tordesillas. Allí estuvo nada menos que 46 años, vestida siempre de negro y con la única compañía de su última hija, Catalina. Murió el 12 de abril de 1555 y sus restos fueron trasladados también a Granada para que reposaran junto al padre de sus hijos.

El hijo de Juana, Carlos I de España y V de Alemania, igualmente accedió a los deseos de su esposa Isabel de Portugal de ser enterrada en Granada. Fue en la ciudad de la Alhambra donde el emperador y su esposa pasaron una luna de miel que duró seis meses y donde concibieron a Felipe II. Mujer del Renacimiento, culta, con una notable formación de Corte y gran lectora, supo mostrar su personalidad y gobernar con acierto en ausencia de su marido con “un corazón puro y recto, una inteligencia clara y rica, una voluntad firme y enérgica para seguir el camino del deber…”, según ha escrito el historiador Paco Sánchez-Montes.

Isabel, con 35 años, falleció por parto en el Palacio de Fuensalida de Toledo el 1 de mayo de 1539, disponiendo que fuera enterrada en Granada. Y en aquel triste regreso a la ciudad en la que fue inmensamente feliz, fue cuando el duque de Gandía, impresionado por el paso de la vida a la muerte, juró “no volveré a servir a señores que se me puedan morir”. El duque asistió en Granada al entierro de Isabel de Portugal con su esposa, que había sido camarera y amiga íntima amiga de la fallecida. Después del sepelio el noble renunció en favor de su hijo y se metió en la Compañía de Jesús. Y por pedir, también pidió que lo enterraran en Granada.

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