Nadie descansa en paz si no muere en paz: así trabaja la unidad de Cuidados Paliativos del Hospital San Cecilio de Granada
El equipo trabaja día a día en dignificar el final de la vida de los pacientes que pasan por ella
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La doctora Alicia Bedmar avanza por el pasillo de la planta cinco del Hospital Universitario Clínico San Cecilio. Con paso firme y animado pero sereno. Al abrir la puerta de la habitación, algo se enciende en ella: la voz, que venía suave y contenida, se vuelve luminosa. "¡Buenos días!", saluda con un tono fresco que inunda la sala. Antonio acumula diecisiete días ingresado y años de lucha soterrada, más de seis, contra el cáncer. Desde hace unos meses está en seguimiento por la unidad de Cuidados Paliativos, y aun así permanece sostenido por una combinación resistente de fragilidad y terquedad vital.
Mientras la doctora Bedmar habla con su paciente, sostiene su mano y acaricia su mejilla con cariño. Escucha con atención, inclinada hacia él, porque cada gesto y cada palabra, importan para ella. En la antesala del final, que nunca tiene una fecha fija, un horario claro ni un estilo definido, trabaja un equipo que no teme a la fragilidad. En la unidad de Cuidados Paliativos, el tiempo adopta una textura distinta, no se lucha contra la muerte: se lucha por la vida que queda.
Silencios que pesan
La mañana comienza antes de que el sol termine de aclarar los pasillos para el equipo de Enfermería, que sostienen un gran trabajo invisible. Allí, Cristina Gómez, Noelia Torres e Isabel Quirosa preparan sus teléfonos para escuchar los mensajes y llamar a los pacientes. La escucha es fundamental. Así lo afirma Quirosa: “Pasamos un tiempo importante de nuestro día a día hablando, calmando. Hay veces que lo que necesitan es hablar contigo". La enfermera no esconde que entre los pacientes "hay mucho miedo", porque hay momentos en los que sienten "dolor" físico, sin embargo, a veces necesitan más que alguien escuche sus frustaciones, sus temores, o cual es el clima emocional en casa. Para los pacientes cuyas patologías resulten limitantes, el equipo ofrece visitas al domicilio, "desde el día que haces la visita, le han pasado muchas cosas, tu ya los conoces, entonces ellos te hacen partícipe " explica Quirosa. Esas llamadas, muchas veces son más por desahogo emocional, que físico.
En esta unidad, el tiempo es elástico. Hay finales que llegan en semanas, otros se extienden durante años. Nadie sabe cuánto durará el tramo final de un paciente y por eso el acompañamiento no se mide en horas sino en presencia. A veces, la labor consiste en aliviar un dolor persistente. Otras, en escuchar silencios que pesan más que cualquier palabra.
El coordinador de Paliativos, Antonio José Martín destaca la importancia de hacer un buen trabajo desde el principio: “Un paciente solo muere una vez, no hay otra oportunidad para hacerlo bien”. La responsabilidad sobre los hombros del equipo es grande. “La muerte no es solo un hecho biológico, no es una enfermedad. Es un proceso y es sobre todo un hecho biográfico. Es algo que va a marcar el final de la vida de esa persona, pero que va a marcar también la vida de todo su entorno”, explica.
La resistencia a morir
En un mundo que corre deprisa, los paliativos son un acto de resistencia. No se trata de alargar la vida sin sentido, ni de acortarla por miedo. Se trata de acompañar. De cuidar. De permitir que el final, que nos toca a todos, pueda vivirse con humanidad. En la sociedad actual, el duelo transita un camino cada vez más estrecho, casi clandestino. Una de las doctoras de la unidad, Esther Casado, señala esa invisibilización de la muerte: “El duelo es necesario pasarlo y, a veces, vamos tan deprisa que no tenemos ni esos velatorios que hacíamos antes, en los que la familia se juntaba, los vecinos te traían la comida esos días, y los niños estaban por ahí”.
Hay pacientes que llegan con miedo. Otros con preguntas. Otros con la absoluta claridad de que se acercan a una frontera desconocida. Y el equipo, lejos de ofrecer respuestas imposibles, ofrece algo más valioso: el compromiso de no dejarlos solos. Los pacientes que llegan a paliativos lo hacen desde realidades muy distintas y también las familias llegan con historias variadas, con miedos, con duelos anticipados y, a veces, con decisiones que buscan proteger pero que acaban generando más dolor.
Pacto de silencio
Una de estas situaciones es el llamado pacto de silencio, cuando se oculta al enfermo la verdad sobre su estado o incluso que está siendo atendido por un equipo de paliativos. La doctora Alicia Bedmar, describe cómo esto dificulta el trabajo: “Esa conspiración de silencio lo único que nos hace es daño, tanto al familiar, y al enfermo, como a nosotros. Los familiares están deseando que eso acabe, porque mantener una mentira durante tanto tiempo es horroroso”.
La atención del equipo no termina cuando el paciente fallece; su compromiso va más allá del último aliento. Por eso realizan una llamada postmortem, un gesto cuidado y profundo que busca acompañar también ese duelo. “Es más que un trámite”, explica la doctora Casado. “Las llamadas de pésame son importantes. No es solo cerrar la historia en el ordenador, sino también hacer una despedida de la familia del paciente", añade. Es una manera de honrar la vida que se ha ido y de sostener a quienes continúan.
Bailoterapia
Pero, ¿quién sostiene a quienes sostienen? Ellos mismos han aprendido a cuidarse mutuamente, a entender que solo se puede acompañar bien si también se atiende el propio desgaste. Entre sus pequeños rituales, uno se ha vuelto sagrado: cada jueves, antes de empezar la jornada, se regalan tres minutos para bailoterapia. Cada semana alguien elige una canción y, por un instante, la unidad se llena de ritmo, de risas y de un respiro compartido que libera la tensión acumulada. A veces, cuando encuentran un hueco, brindan por su trabajo y por los que ya no están. Un gesto íntimo, casi litúrgico.
Y eso es lo que hace este equipo cada día: rescatar un destello de luz en medio de la penumbra, sostenerlo con manos firmes y ofrecerlo a quienes más lo necesitan. Porque, al final, morir bien es también una forma de vivir bien. Y ellos, con su trabajo silencioso, son los guardianes de esa última dignidad.
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