“No somos intérpretes, somos hijos”: la historia de Fani, hija de padres sordos en Granada

La joven maracenera defiende que las verdaderas barreras no están en el oído, sino en la falta de recursos y empatía

Un discurso también en lengua de signos para celebrar el Lucas en Granada

Fani
Fani / Estefanía Chacón

Fani es hija de padres sordos y se define a sí misma como “Coda”, el término que designa a los hijos oyentes de personas sordas. El testimonio de esta granadina se ha hecho viral en redes, pero también ha generado malentendidos que ella ha querido aclarar a este diario tras admitir que ha vivido días intensos desde que su historia se difundió.

“El foco debería estar en la falta de recursos humanos, no en las familias. Mis padres son totalmente independientes: la barrera la pone la sociedad, no ellos. Aunque muchos Coda y personas sordas también me han hablado dándome las gracias", remarca antes de iniciar la conversación.

La joven explica que su intención al contar su historia es visibilizar una realidad poco conocida. “Hay gente que no entiende que ser hijo de padres sordos no significa ser su cuidador. No somos intérpretes, somos hijos. Y no lo digo por falta de apoyo, sino porque la accesibilidad no debería depender de los niños o familiares en sí, sino de los recursos públicos que garanticen la inclusión y el derecho a la comunicación", reivindica.

Crecer en un entorno sordo

Para Fani, su infancia “nunca fue un drama”. “He tenido mucha suerte, con mis padres y con el respaldo de mi familia. Aunque es frustrante que muchas veces todo dependa de ellos, o de tener que pedir cosas que deben ser un derecho, simplemente porque la sociedad no sabe lengua de signos o algunas personas no intentan comunicarse . Lo que pide no es más que una sociedad más preparada e inclusiva. No se trata de ¡Ay, pobrecito!, sino de derechos”.

Aclara también una confusión común: está bien decir “personas sordas”, aunque nunca debe decirse “sordomudo”, porque es incorrecto e incluso ofensivo. “La lengua de signos tiene su propia estructura gramatical; no es un lenguaje, es una lengua”, recuerda.

Fani rememora cómo, desde pequeña, asumió responsabilidades impropias de su edad por la falta de intérpretes: “Con ocho años ayudaba a mis padres haciendo de intérprete en situaciones que no siempre comprendía del todo. Lo recuerdo con cariño, sin reproches, pero también con la conciencia de que eso demuestra la falta de intérpretes y apoyos que deberían estar disponibles para las familias sordas".

La conversación deriva hacia las dificultades prácticas de la vida cotidiana. “Mis padres usan un timbre que enciende una luz, o móviles que vibran. También hay lámparas que se activan con el llanto o los gritos. Son ayudas básicas, pero necesarias”.

Fani lamenta que las mejoras tecnológicas no lleguen a todos. “En sanidad sigue habiendo muchas carencias. Hay una app para contactar con el 112 por videollamada, SV Visual creo que se llama, pero necesitas internet, tiempo, calma… En una urgencia real eso no siempre es posible. Yo, con 12 años, tuve que llamar al 112 porque mis padres no podían hacerlo. Fue muy duro”.

El derecho a comunicarse y disfrutar

Sus padres, cuenta, vivieron contextos educativos muy distintos. Su madre, nacida en 1969, contó con el apoyo de su propia madre, profesora, y estudió en un colegio donde conocían la lengua de signos. Su padre, en cambio, nacido una década antes, sufrió una educación sin recursos específicos y con discriminación. “Aun así, mi padre es súper inteligente. Dibuja, hablaba muchos idiomas y lo aprendió todo por su cuenta. Es injusto que se piense que una persona sorda no puede ser igual de válida que tú y que yo”.

"Mi padre ahora está jubilado aunque ha trabajado en la ONCE de Granada. Y estuvo súper bien, porque le dieron un puesto de trabajo genial. Sin embargo, criticado que su madre era delineante (profesional técnico que elabora planos y dibujos detallados para proyectos de arquitectura, ingeniería o construcción) hasta que "la echaron por la barrera de la comunicación".

Fani en uno de sus talleres sobre lengua de signos
Fani en uno de sus talleres sobre lengua de signos / Estefanía Chacón

Fani, que es maestra, sufrió en carne propia la falta de comprensión institucional. “Hasta quinto de primaria nadie advirtió que pronunciaba y leía de forma diferente. No fue por falta de interés, sino porque en casa la comunicación era distinta. Mi abuela fue clave: era profesora y se vino a vivir con nosotros. Me ayudó muchísimo”.

No recuerda haber sufrido discriminación directa, pero sí cierta incomprensión: “Más que rechazo, sentía que la gente se bloqueaba, que no sabía cómo actuar. Falta formación y empatía. La discriminación más fuerte la he visto en la sanidad pública, donde no siempre hay intérpretes o personal preparado”.

En casa, la televisión siempre se ha visto con subtítulos. “Mi padre siente la vibración del sonido, y aunque no escucha bien, a veces pone el volumen alto para percibir algo. Mi madre, en cambio, no escucha nada. Pero lo importante es que pueden disfrutar por ejemplo conciertos de gracias a la Asociación de Sordos de Granada, que pone intérpretes, y eso es una alegría”.

Una vocación para transformar

Actualmente, Fani es profesora y ha decidido volcar su experiencia y vicencias propias en su trabajo. “A mis alumnos les enseño lengua de signos básica. Es necesario. Les explico que existen muchas realidades: personas sordas, con autismo, con síndrome de Down… Hay que naturalizarlo desde pequeños. Con estos aprendizajes hacemos seres empáticos, más sensibles, seres que sepan realmente cuáles son las realidades del mundo en el que viven”.

También imparte talleres a niños, jóvenes y adultos: “He tenido alumnos de todas las edades, incluso una mujer que iba a perder la audición y vino con su hermano para aprender lo básico y poder comunicarse. Fue precioso. Hasta que no lo viven, no saben lo que es ese problema”.

El reto de la empatía

Fani defiende que la inclusión empieza en lo cotidiano: en el interés por aprender unas pocas palabras en lengua de signos, en la disposición a mirar al otro sin prejuicios. Considera que no se trata de compadecer, sino de comprender. Para ella, la falta de voluntad social pesa tanto como la falta de recursos.

Reconoce que el cine puede ser un buen aliado. Películas como la oscarizada Coda o su predecesora francesa han contribuido, dice, a normalizar estas realidades desde la emoción y el humor. Y aunque aún queda mucho camino por recorrer, cree que cada gesto cuenta: aprender una palabra o no dar por hecho que todos escuchan del mismo modo.

Fani y su familia, vecinos de Maracena, no buscan compasión, sino conciencia. La joven asegura con firmeza que las verdaderas barreras no están en el oído, sino en la falta de recursos y empatía. Su historia muestra lo que el ruido cotidiano suele ocultar, que entender al otro es, ante todo, una forma de respeto. "Mi drama no es que mis padres sean sordos, sino cómo la sociedad muchas veces les ha tratado", concluye.

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