Historias de Granada
  • Unos dicen que el nombre Granada viene del latín Granatum, otros que procede de Gar-anat y otros de Garnata.

  • El que ha contado los granos de una granada dice que tiene 613, el mismo número de los preceptos que tiene la Torah de los judíos

Un nombre para una ciudad

El granado de Puerta Real. El granado de Puerta Real.

El granado de Puerta Real. / A. C.

El año en el que nací, 1954, José Luis Sáenz de Heredia dirigió una película a la que tituló Todo es posible en Granada. El argumento seguro que lo saben ustedes. Trata la historia de una norteamericana que cree que en Granada se encuentra enterrado un fabuloso tesoro musulmán y que quiere comprar los terrenos en los que piensa que está escondido. Sin embargo, el propietario se niega a venderlos. La protagonizó un jovencísimo Paco Rabal. Resulta curioso para mi biografía de andar por casa que, en 1982, el año en que recalé en Granada, hubiera una nueva versión de esta película, esta vez protagonizada por Manolo Escobar. Así que, teniendo en cuenta esa concatenación de fechas con respecto a esa película en mi vida, no era de extrañar que yo llegara a Granada creyendo que aquí todo era posible. Con el tiempo he ido comprobando de que no, que aquí también muchas cosas son imposibles. Por ejemplo, ponernos de acuerdo con la procedencia del nombre de Granada.

La estatua de Colón con Isabel la Católica. La estatua de Colón con Isabel la Católica.

La estatua de Colón con Isabel la Católica.

Hay varias versiones sobre el origen de la palabra Granada. Unos dicen que el nombre se lo pusieron los romanos y que viene del latín ‘granatum’, que significa granado, el árbol que da el fruto de la granada. Tal vez porque vieran que por esta zona había muchos de estos árboles que proceden del desierto. Otras fuentes dicen que el nombre viene del árabe Gar-anat, que significa ‘colina de peregrinos’. Antes del siglo IX la ciudad más importante de la zona se llamaba Medina-Elvira y estaba por donde hoy está Atarfe. Los ziríes cambiaron la capital de Medina-Elvira a Medina Garnata, de donde surge el origen de Granada por evolución fonética.

Visto lo visto, a mí la teoría que más me gusta sobre el origen del nombre de Granada es la que compara la ciudad con el famoso arbusto cuyas ramas están a veces llenas de espinas para proteger a su sabroso fruto. El granado es un árbol de origen asiático y muy apreciado en las zonas desérticas ya que está protegido de la desecación por su piel gruesa y coriácea. Eso permitía a las caravanas que pudieran transportar esta fruta grandes distancias sin que se secara. Es una fruta de supervivencia. Documentos de hace 5.000 años dejan ya constancia de su consumo y de su plantación. Se ven granados esculpidos, por ejemplo, en bajorrelieves egipcios. Y que estos hacían un vino con sabor a granada. Hipócrates, el del juramento de los médicos, recomendada jugo de granada contra la fiebre y como fortificante. Los antiguos egipcios eran enterrados con granadas y los babilonios creían que masticar sus granos antes de las batallas los hacía invencibles. Los romanos conocieron la granada gracias a los fenicios que la trajeron y quienes la introdujeron en Europa fueron los bereberes. La granada tiene un sinfín de referencias literarias y sociales. Según la mitología griega el primer granado fue plantado por Afrodita y Shakespeare permitió que su Romeo se escondiera bajo el follaje de un granado para cantar y seducir a Julieta. En China se tiene la costumbre de ofrecer una granada a los recién casados como auspicio de su descendencia. En fin, que tiene tanta historia la granada que merece una ciudad que se llame así.

El barrio del Mauror estuvo habitado por judíos. El barrio del Mauror estuvo habitado por judíos.

El barrio del Mauror estuvo habitado por judíos.

Hay quien ha contado los granos que tiene una granada y ha concluido que son 613, precisamente los preceptos –los mitvá– de la Torah, por eso la religión judía la considera una fruta poco menos que sagrada. Son 613 preceptos que los niños judíos tienen que aprender en la escuela. Menos mal que los cristianos tenemos solo diez mandamientos. Desde 1492 en que los Reyes Católicos entraron en Granada, esta fruta está en el escudo de España. Abajo del todo, como si fuese un cabezón con los brazos extendidos. En 1998, con la remodelación de Puerta Real, el alcalde Gabriel Díaz Berbel plantó un granado en aquella zona como señal de que a Granada el nombre que mejor le cae es ese que le asemeja con este fruto. Pocos apostaban porque el árbol sobreviviera dada la contaminación automovilística de la zona, pero allí está, floreciendo con resplandor todos los años. Sin duda es el árbol que representa la resistencia. También hay una pequeña bomba de mano que se llama granada por la similitud de su forma y tamaño, pero esa es una similitud que no nos conviene.

Una historia apresurada del pasado

Casi siempre los nombres de las ciudades tienen que ver con su pasado. Poco se sabe del periódico ibérico de Granada. Y menos de la influencia fenicia, cartaginesas y griega. De los primeros pobladores de los que se tienen constancia son los íberos. Estamos hablando del siglo VII antes de Cristo. En el siglo II, todavía antes de Cristo, la ciudad fue conquistada por los romanos. Fue César quien la reconoció como urbe romana. Después vinieron los visigodos, que la hicieron una fuerte plaza militar. Los bárbaros, como así los llamábamos, estuvieron siempre a la gresca con otros bárbaros como los bizantinos, que se establecieron en la parte meridional de la zona. Por entonces la ciudad era plenamente cristiana, a pesar de las numerosas colonias de judíos que existían. Como consecuencia del continuo crecimiento de la población, se levantaron numerosos edificios de carácter civil y se construyó una muralla. Sin embargo, este muro defensivo no consiguió frenar a las tropas bereberes que cruzaron el estrecho de Gibraltar en el año 711 e invadieron la Península Ibérica. Ya bajo dominio musulmán, Granada pasó a llamarse Ilbira o Elvira. Fueron varias las dinastías moras que gobernaron Granada. La más importante fue la nazarí, que fue la que construyó la Alhambra. Los ziríes habían amurallado la ciudad y levantaron la Alcazaba Cadima en el Albaicín. De las dinastía zirí nos queda un paño de muralla por San Miguel que parece un muro de las lamentaciones al que van a cagar los perros y por donde crecen los jarámagos por doquier. Los almorávides llegan desde el norte de África y sus gobernadores respetan la ubicación de la capital. Fueron los que levantaron las Torres Bermejas y la Puerta de las Pesas. Los almohades les arrebataron el poder en 1154 y también dejaron su huella en la ciudad amurallando el terreno que hoy alberga el barrio del Realejo. Luego vinieron los nazaríes. Durante los más de dos siglos de dominación nazarí, el reino de Granada vivió una época de grandeza cultural y artística sin precedentes, con una fuerte cultura islámica que ha quedado latente en muchos monumentos, además de la Alhambra. En 1492, año mítico donde los haya, pues también ese año se descubrió América, los Reyes Católicos echaron al rey Boabdil. Aunque las capitulaciones recogían la libertad de culto y el respeto a todas las religiones, la realidad fue muy distinta. Pocos meses después de la conquista de la ciudad, los musulmanes y los judíos fueron forzados a convertirse al cristianismo. Muchos abandonaron la península y otros se convirtieron en moriscos o conversos. Los moriscos se hartaron de que los trataran tan mal y se rebelaron contra la opresión que recibían por parte de los cristianos, hasta que fueron expulsado definitivamente tras la llamada Guerra de Las Alpujarras. Desde entonces, el reino de Granada se consagró como un importante núcleo cristiano hasta la organización territorial por provincias en 1833. Por cierto, fue un motrileño, Javier de Burgos, el que llevó a cabo el dividir España en 49 provincias y 15 regiones. El reino de Granada pasó a llamarse simplemente Granada y Andalucía se dividió en ocho provincias.

Javier de Burgos. Javier de Burgos.

Javier de Burgos.

Uno de los momentos más importantes de la historia de Granada y que marcaron el inicio de la Edad Moderna fue el encuentro de Cristóbal Colón con los Reyes Católicos. El 17 de abril de 1492 se firmaron las Capitulaciones de Santa Fe, un documento que recoge el acuerdo alcanzado entre los monarcas y el almirante genovés para financiar el viaje a las Indias. En los siglos XV y XVI, se llevó a cabo un proceso de ‘castellanización’ de Granada. Se derribaron las mezquitas y se construyeron nuevas iglesias y edificios tan representativos como la Capilla Real, la Catedral y el Palacio de Carlos V. Durante los siguientes siglos, la ciudad se llenó de arte barroco y recuperó parte de su esplendor. El siglo de Oro, el XVI, tuvo un eco importante en Granada donde resaltaron Juan de Ávila (San Juan de Dios se convirtió oyéndole hablar), Hernando de Talavera, San Juan de la Cruz y Hurtado de Mendoza, el que se cree que escribió El Lazarillo de Tormes. También vivieron en ese siglo Fray Luis de Granada, el más grande orador del momento, y Francisco Suárez, al que el papa lo llamada Doctor Eximio. Sin embargo, la sangría demográfica se apoderó de la ciudad y Granada perdió peso en el panorama nacional durante los siglos XVIII. El siglo XIX se vio sacudido por invasiones (la de Napoleón), motives, pronunciamientos y rebeliones, entre los que el movimiento cantonal fue acaso el más importante. Tampoco el siglo XX le ha sido muy propicio en cuanto a la pérdida de peso específico. A veces he llegado a pensar que a Granada solo la sostiene su pasado y su belleza. Que no es poco.

La convivencia

Ahora todo son alusiones a un pasado espléndido, aunque sea mentira. Cuando los escritores de discursos políticos ponen a Granada como ejemplo de una ciudad tolerante, siempre aluden en que aquí llegaron a convivir pacíficamente tres culturas: la cristiana, la musulmana y la judía. Pero no hay que engañarse, fue una convivencia forzosa y obligada por las circunstancias. No hay que olvidar de que antes de ser habitada Granada por los musulmanes en el siglo VIII, Granada era judía. Esta comunidad vivía en el barrio que llamamos El Mauror. Era un barrio próspero de la ciudad y ambas culturas convivieron durante un tiempo, hasta que en diciembre de 1066 los musulmanes entraron a saco en el barrio y mataron entre cuatro o cinco mil judíos. Se acabó la convivencia pacífica. Gran parte de la población semita emigró al norte, a los reinos castellanos. Con los nazaríes se recuperaría en parte la importancia de la comunidad, debido a que Granada fue el último reducto hispanomusulmán y por tanto refugio para los judíos perseguidos en territorios cristianos. La sinagoga se encontraba donde en la actualidad se sitúa Capitanía General, el Madoc. Nada quedó de ella, porque fue destruida para la construcción de un templo cristiano. Era el centro de la vida judía, en cuyo entorno se encontraba la escuela y el lugar de estudio de la comunidad. La expulsión definitiva llegó cuando los Reyes Católicos entraron en Granada y dijeron que no tenían cabida en la ciudad aquellos que no abrazaban la fe del cristianismo. A los judíos granadinos expulsados se les llamó sefardíes o sefarditas, que se establecieron en diferentes ciudades africanas y europeas.

Catedral de Granada. Catedral de Granada.

Catedral de Granada.

Por terminar con una anécdota, una vez fui entrevistado por dos periodistas sefardíes que habían venido a Granada. Era un matrimonio que eran dueños de un pequeño periódico que tenían en Israel y que se llamaba La Luz. Me contaron que sus ascendientes se habían establecido en Tetuán después de haber sido expulsados de Granada. Habían venido a la ciudad donde habían vivido sus antepasados para conocerla y escribir sobre ella en su periódico sefardí. Ella, la directora, se llamaba Rosa Nissin Bueno y él, el propietario, se llamaba Mario B. Heimerli. La mujer hablaba algo de castellano y no me fue difícil comunicarme con ellos. Hice de cicerone y les enseñé el barrio del Mauror y de la Churra, donde vivieron los primeros hebreos que llegaron a Granada. En un momento determinado, vi a Rosa sacar el pañuelo de un bolso y secarse las lágrimas. Le pregunté qué le pasaba. “Nada. Es que me he emocionado”, me dijo. Nunca he visto a mujer alguna tan conmovida por un pasado. Estaban interesados en todo y hacían fotografías a todo. A medio día los llevé a las bodegas Castañeda y se deshicieron en elogios sobre el vermú y las tapas de migas con chorizo. Se fueron contentísimos. Al poco tiempo me mandaron un periódico en el que hablaban de mí y de lo bien que me había portado con ellos. Me invitaron varias veces a visitar la ciudad en la que vivían, pero nunca fui a verlos. Ahora me arrepiento mucho. Pero bueno, como dijo aquel sabio las lágrimas más amargas que se derramarán sobre nuestra tumba serán las de las palabras no dichas y las de las obras inacabadas. En fin.

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