El San Remo, el restaurante del francés, de Armando y de las papas bravas
El ADN de Granada
El negocio lo abrió en los años sesenta del siglo pasado un ‘pied-noir’ que salió huyendo de Argelia cuando se independizó de Francia
Durante más de cincuenta años fue regentado por Armando García, que entró de jovencito y llegó a ser el dueño del local
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Hace solo unas semanas murió Armando García, un camarero que estuvo durante 55 años detrás de la barra del restaurante San Remo, el de la calle Puente de Castañeda. El poeta Luis García Montero, asiduo del lugar en otros tiempos y ahora asiduo en los papeles por su polémica con la RAE, le dedicó una entrañable columna el mes pasado en la última de El País. Dijo el poeta en su texto, que servía también de obituario, que “hay pérdidas que suponen un modo de perdernos a nosotros mismos, un vacío en las raíces de la propia existencia”. Y así ha sido para muchos granadinos, que tendrán que acostumbrarse a entrar en el San Remo y no ver más a Armando. Este bar y restaurante está en el ADN de Granada desde que en los años sesenta lo montara un cocinero español de origen argelino que había pasado gran parte de su vida en dicho país africano. Era un pied-noir, de los que tuvieron que salir de Argelia cuando aquel país se independizó de Francia. Fernando del Peral, pues así se llamaba, se trajo de allí muchas de las recetas argelinas que le han dado tanto éxito, desde el pincho moruno al cuscús o la sopa de cebolla. En un principio a este lugar le llamaban popularmente ‘El Francés’. Y allí comenzaron a ir una reata de jóvenes profesores universitarios y estudiantes en busca de algo nuevo en la ciudad. El argelino le puso a su negocio San Remo porque estaba enamorado de la ciudad italiana.
Las papas bravas que sirven diariamente en el bar se hicieron famosas en los años setenta y ochenta del siglo pasado. Una de las bromas que se le gastaba al estudiante novato que llegaba a Granada se hizo muy popular. Allí llevabas al amigo al que querías gastarle una broma y pedías patatas bravas. A Armando le guiñabas el ojo y él ya sabía lo que el cliente deseaba: que le pusiera dos patatas, una de ellas con picante para rabiar y la otra con un picante normal, pasajero. El cliente resabiado cogía la que picaba menos (la que le señalaba Armando con un palillo) y dejaba la otra para el que quería gastarle la broma. El resultado era que la criatura que se comía la patata con picante extremo salía echando chispas del local con la boca abierta y pidiendo algo para combatir la picazón, mientras el otro se mondaba de risa. La broma era tan popular que hasta el cineasta granadino Juan José Porto montó una escena de una película (Crónicas del bromuro) en la que un grupo de estudiantes le gastaba esa chanza a un recién ingresado en la Universidad.
Otra de las especialidades del San Remo son las hamburguesas, que fueron las primeras que se pusieron en Granada. Y los llamados ‘jerónimos’, unos bocadillitos de carne que llevan ese nombre porque el que los inventó fue el abogado Jerónimo Páez, que iba muy frecuentemente allí y que también mantenía una tertulia política en aquellos lares. Había unos ‘jerónimos’ normales y otros ‘jerónimos’ especiales, como en la vida misma.
Nido de escritores y artistas
Como ya tengo escrito, a finales de los setenta tenía entre su clientela habitual a un destacado grupo de jóvenes escritores y artistas como Antonio Muñoz Molina, Juan Vida, el mencionado Luis García Montero, Pablo Alcázar, Juan Mata, Miguel Ríos, Mariano Marezca, José Luis Chacón, María José Lara… que tenían allí sitio y tertulia semanal asegurada. En las paredes de la habitación que sirve de comedor hay decenas de recortes de prensa encuadrados que Armando fue juntando a lo largo de los años y que reflejaban los triunfos literarios y artísticos de algunos de los tertulianos. Fue Juan Vida quien hizo una caricatura de Armando, con su sempiterna pajarita negra y si camisa blanca, que ha estado durante años en todas las servilletas que se ponían en el bar.
Armando era el prototipo del camarero malafollá, pero con el deje que convierte a los granadinos con ese carácter en entrañables. Era serio con quien quería serlo, pero también era dado a contar chistes y anécdotas con sus clientes habituales. Una de las famosas anécdotas que contaba tenía como protagonista al músico Joaquín Sabina, que estuvo allí una noche y se empeñó en que Armando le sirviera esa última copa antes de echar el cierre. El camarero, que era de costumbres fijas, le dijo el cantante que no le servía más copas, pues ya era hora de cerrar. “Oye, que aquí en Granada yo soy una institución”, le advirtió el cantante con cierto tono de soberbia. «No, mire, la institución aquí soy yo», le contestó Armando con su genuina malafollá.
En los años de la Transición, fueron los integrantes del Club Larra (Jerónimo Páez, Rafael Fernández Píñar, Javier Terriente…) los asiduos y hasta dio de comer a dos futuros presidentes de Gobierno: Felipe González y Mariano Rajoy, que se pasaron por allí cuando vinieron a Granada a hacer campaña.
Después del covid el negocio estuvo cerrado durante un tiempo. Armando se vio obligado a dejar el negocio para luchar contra una grave enfermedad. Se jubiló en 2021 y poco después fue abierto por su sobrino Aitor Pozuelo, que es el que ahora regenta el negocio y el que ha abierto dos nuevos locales que incorporan también el nombre de la ciudad italiana. La muerte de Armando, como dice el poeta en su columna, “no es solo una despedida, es también una toma de conciencia de que vivir supone aprender a perderse uno mismo en una realidad que poco a poco deja de ser la nuestra”.
Y una sugerencia para el camarero de la pajarita: Armando, si estás ya en el cielo, adviértele a San Pedro cuáles son las papas que más pican, no vaya que con la broma acabes en el infierno.
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