Historias de Granada
  • Tras el cierre de varias salas este año en la Costa, sólo el San Cristóbal resiste a la especulación inmobiliarias y al embiste de las nuevas formas de ver cine

  • Ya solo queda en la provincia de Granada una sala estable al aire libre en la que se proyectan películas

El último cine de verano

El último cine de verano El último cine de verano

El último cine de verano / A. C.

Escrito por

Andrés Cárdenas

Primero la noticia y luego la anécdota. Tras el cierre este verano de varios cines al aire libre en nuestra Costa, sólo queda uno: el Cine San Cristóbal, el único que funciona en toda la provincia y que está resistiendo (¿hasta cuándo?) los embistes de la especulación inmobiliaria y las nuevas formas de ver cine. Y ahora viene la anécdota relacionada con lo bien que me lo pasaba yo en los cines de verano cuando era chico. Mi familia veraneaba en una aldea llamada Zocueca por donde pasa el río Rumblar. Allí iba todos los veranos un gachó de Linares con su cámara de cine y sus correspondientes rollos a echar una película. Lo hacía en un corralón en el que montaba la cámara y un lienzo blanco enrollable sobre el que proyectaba el filme. Los que íbamos, mediante pago de cinco pesetas, teníamos que llevarnos nuestra silla para sentarnos alrededor de la pantalla: los niños adelante y las personas mayores detrás. Cerca de aquella aldea estaban las huertas de San Vicente, a donde todos los días iban los hortelanos a cuidar las sandías, los pepinos o los productos que daban la tierra. El dueño del corralón, el tío Domingo, ponía una barra de hojalata desde la que despachaba la cerveza y el vino para los hombres y la zarzaparrilla para mujeres y niños. Una noche echaba una de Sofía Loren, la actriz que tenía los sueños mojados de todos los adolescentes de aquella época. Los hortelanos que venían de sus huertas aparcaron sus burros y decidieron entrar al corralón a beberse unos vinos y de paso ver la película. En la cinta, la actriz italiana hacía de campesina y un día caluroso cogió su burra y se fue a bañarse al río. Comenzó a desnudarse, pero detrás de la burra, que hacía de biombo siguiendo los cánones de la censura. Entonces los hortelanos cogieron piedras del corralón y comenzaron a tirarlas sobre la pantalla: ¡Arre burra!, ¡Fuera de ahí!, gritaban los hortelanos con la intención de que el animal que salía en la pantalla se apartara y dejara al aire libre el cuerpo desnudo de la actriz. Aquello fue el despiporre, la gente comenzó a reír y el proyectista agarró tal cabreo que cogió los bártulos y se fue de allí con la promesa de no volver nunca más a aquella aldea que no sabía apreciar el séptimo arte.

Los cines de verano han acaparado muchas horas felices de mi vida. En mi pueblo había cuatro: el General Castaños, el Choscas, El España y el Arroyo, que lo llamaban el Muerto porque lo llevaban entre cuatro. Eran cines que olían a jazmín y galán de noche y en los que podías ver a una salamanquesa puesta en la boca de Clark Gable a la hora de besar a Vivien Leigh o te exponías que al que echaba la película se equivocara de rollo y empezara por la historia por la mitad. ¡Quillo, deja la botella!, le gritaban los espectadores al proyectista. Una vez que en una película el actor besaba apasionada y lentamente a la bella protagonista, uno del publico gritó: “¡Faustino, aprende pa'cuando estés con la Bastiana!”. Era una auténtica delicia. Siempre he creído que una película proyectada en un cine al aire libre era más creíble y espontánea que la proyectada en un espacio cerrado. Mi tío Juan era el encargado del bar que había en el cine España de verano, que la gente conocía por el de Las cuarenta fanegas. Muchos días iba a ayudarlo. Eso me permitía entrar de gorra. En muchas noches cálidas, mi memoria se fuga a aquellos momentos en el que yo era el niño más feliz de la tierra con una Mirinda que me daba mi tío y un cartucho de cacahuetes mientras veía a Drácula, al Enmascarado de Plata o al Gordo y al Flaco. Todos aquellos espacios mágicos que eran los cines de verano han desaparecido. Ya no queda ninguno. La especulación inmobiliaria acabó con todos. Nadie quiso proteger aquellos lugares, como hoy tampoco nadie quiere hacerse cargo de ellos. Si las instituciones ponen dinero en la restauración y mantenimiento de edificios singulares, pongamos por caso, ¿por qué no mantener esos cines que han atesorado los sueños de varias generaciones? En fin.

El cine de la manta

He contado alguna vez que cuando llegué a Granada fui a un cine de verano que se llamaba Alameda, que estaba al final de la calle Martínez de la Rosa, junto a la Venta Machaco. Le decían el ‘cine de la manta’ porque al prolongarse las proyecciones hasta septiembre u octubre, dicha prenda -que estabas casi obligado llevar- te podía servir para protegerte del frío. Mis amigos y yo fuimos a ver Al este del edén, pero allí, como decía, lo que menos importaba era la película que proyectaban. Los poetas se subían a las sillas y recitaban sus poemas, los borrachos levantaban sus botellas de cerveza para brindar, los aspirantes a cantantes cantaban sus canciones y los estudiantes, con la manta echada sobre los hombros, reían, bebían y comían pipas. Nadie se callaba en el cine. Si el proyeccionista le quitaba la voz a la película, nadie se enteraba. Aunque cuando fue un cine serio la gente iba con la sandía y el melón a disfrutarlos mientras veía la película.

Foto antigua del cine Alameda, que llamaban 'el de la manta' Foto antigua del cine Alameda, que llamaban 'el de la manta'

Foto antigua del cine Alameda, que llamaban 'el de la manta' / A. C.

Mi amigo el pintor Manuel Ruiz, que tiene una memoria prodigiosa, me dice que en los años cincuenta y sesenta había en Granada muchos cines de verano. Me habla del cine Monterrey, que estaba en la calle Melchor Almagro y que cuando no echaba películas se dedicaba a organizar veladas de boxeo. También me habla del Tívoli, en lo que se llamaba Ciudad Jardín, al lado de la Maritoñi. Los espectadores podían olfatear, a la vez que veían la película, el aroma de las tortas que se estaban haciendo en el obrador contiguo. En el Zaidín, recuerda Manuel, estaban los cines Azul y Río y junto a la fábrica de harinas estaba el cine Albéniz, donde también se liaban unos follones impresionantes cuando atacaba el Séptimo de Caballería. Junto a lo que hoy es Hacienda estaba el cine Triunfo y muy cerca el cine San Isidro, que luego se llamó Alcázar pero que popularmente era conocido como el cine Pitraco, que estaba dividido en dos partes por un pequeño muro de cemento. La parte delantera era más barata y por detrás de la pantalla estaban los servicios. Eran años en los que la única diversión decente en verano era el cine. También las crónicas de aquellos años hablan del Palermo, que se abrió en 1939, recién acabada la guerra, que estaba en la Acera del Darro. Después llegaron, además de los citados, el Rex, el Goya, el Colón, Bellavista, Las Torres, Central, Nevada… Un montón.

Yo no he conocido ninguno de los cines de los que habla mi amigo, pero sí he sido un asiduo de la última sala al aire libre que funcionó en Granada y que estaba cerca de donde vivo. Me estoy refiriendo al Cine Los Vergeles, que regentaba Julio Álvarez y que echó el cierre en 2016 para convertirse en un supermercado. Tenía cuatro salas y veladores y mesas donde podías poner el bocadillo y la cerveza que te metías entre pecho y espalda mientras proyectaban la película. Estuvo funcionando casi 36 años y fue mucho el dolor que causó a los amantes de los cines al aire libre, auténtico lugar de encuentro paras emociones, los sueños y el disfrute de los granadinos.

Los cines en la Costa

Pero es que este verano, uno de los placeres a los que he tenido que renunciar es ir al cine de La Herradura, donde otros años he pasado tantas horas viendo películas. Ha cerrado este año. En las añejas carteleras donde se anunciaban las películas aún está el cartel del último film que proyectaron en ese local que está justo enfrente de la playa: A todo tren. Como digo, muchos de mis mejores momentos en este lugar de la Costa era ir a ese cine y pedir una cerveza fresquita, que me la bebía mientras proyectaban la cinta. Ha estado 36 años funcionando. Pero es que también han cerrado este verano el Auditorio de Almuñécar y el Cañaveral de Salobreña. La Costa ha sido el lugar en el que han resistido los últimos cines al aire libre. El cierre de varias salas se debe a que ha muerto Antonio Guerrero, más conocido por Antonio ‘Marina’. Según me cuentan los que bien lo conocieron, era un entusiasta del séptimo arte y alquilaba los espacios para que la Costa siguiera viendo las últimas películas que salían al mercado. Así intentaba mantener una tradición que tiene mucho de liturgia. Al morir nadie ha querido coger el relevo. El cine de La Herradura está sin uso alguno y el Auditorio de Almuñécar ha sido convertido en aparcamiento para coches. El único que queda ya en la Costa y en toda la provincia es el Cine San Cristóbal, cuyo dueño ni sabe qué hará con él próximo verano.

El cine Los Vergeles fue el último que funcionó en la capital. El cine Los Vergeles fue el último que funcionó en la capital.

El cine Los Vergeles fue el último que funcionó en la capital. / A. C.

Sí ha habido muchos intentos en varios puntos de la provincia de mantener la tradición organizando proyecciones veraniegas al aire libre. En el Museo de las Cuevas del Sacromonte se celebra desde hace casi 20 años la llamada Muestra Internacional de Cine al Aire Libre. También la Fundación CajaGranada organizó durante varios veranos con mucho éxito sesiones veraniegas. La pandemia acabó con cualquier proyecto de estas características. Hoy, los cines de verano, aquellos de muros recubiertos de jazmines, madreselvas y dompedros, con sus barras rudimentarias y quiosquillos de pipas y golosinas, han desaparecido del mapa. Ahora son pasto de la memoria. El pasado año llevé a mis nietos a ver una película infantil al cine de La Herradura. Se lo pasaron genial. Les dije que mientras veían la película, observaran el cielo, que contemplaran las estrellas y que olieran los rosales. Todo para que un día puedan decir que un día su abuelo los llevó a un cine de verano.

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