El verano nazarí
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Los nazaríes combatían el calor con limonadas, baños en las albercas y con fiestas en los jardines del Generalife Cambiaban la lana por el lino y algodón con el rojo como color de moda.
VENÍAN de las dunas del desierto, con el conocimiento del agua de los oasis, pero con la ingeniería y las matemáticas suficientes como para aplicar los avances más modernos en regadíos y otras obras hidráulicas. Eran gentes castigadas por el yunque de un sol a plomo, acostumbradas a las altas temperaturas. Al-Andalus se le presentó como la tierra del paraíso, un sueño, una promesa convertida en realidad. Ríos, frescor, vergeles, jardines, y el verde, la vegetación, la misma que incluyeron como ornamento en su arquitectura. Imaginar la Alhambra con flores y simples jarrones con agua y pétalos perfumados en las taquillas, todo acompañado por las decoraciones cuajadas de elementos vegetales, simulando palmerales y jardines, con las celosías que filtran la luz solar. Todo está bendecido por el lema alhambreño, escrito en las paredes de las salas en forma de ornamento gráfico, en alabanza a quien "sólo es el vencedor". Los pobladores y creadores de la Alhambra diseñaron un oasis de frescor gracias a sus conocimientos del agua, con la Acequia Real y la de Aynadamar. Maestros en las técnicas de regadío, construyeron toda una madeja acuífera que daba verdor a las alquerías de la vega, algunas de ellas con hammanes propios destinados a unos modos de higiene desconocidos para sus coetáneos cristianos.
A diferencia de otros pueblos que lo harían muchos años más tarde, incluso siglos, llegado el vereno los nazaríes cambiaban sus vestimentas de lana y pieles por el lino, el algodón y la seda, materiales que producían en cantidad y cuya calidad era digna de alabanza en todos los rincones del mundo conocido, piezas apreciadas por los comerciantes genoveses, venecianos y catalanes que ocupaban la lonja próxima a Bib-Rambla. Se cambiaban las tradicionales vestimentas blancas y negras, ambas consideradas de luto o más formales por los colores llamativos y especialmente el rojo, que era el color del verano.
Fue Ismail I (1314-1325) quien decidió convertir en residencia veraniega una construcción que ya iniciara en el último cuarto del siglo XIII el sultán Muhammad II (1273-1302) y que llamó El Generalife. Los sultanes edificaron el palacio por encima de la Alhambra para procurarse un espacio de tranquilidad y de mayor contacto con la naturaleza, una especie de villa de recreo donde hacer un 'kit-kat' en las tareas de gobierno. La situación de aquellas edificaciones era ideal, ya que les permitía mantenerse apartados de los asuntos de la corte, al tiempo que, por su proximidad, les garantizaba un rápido retorno a la zona que se hallaba protegida por las murallas alhambreñas.
La Acequia Real permitió convertir aquella colina en unos alcázares y almunias transformados en una auténtica fiesta de la jardinería. Aquella acequia pasaba por el Generalife antes de entrar en la ciudad palatina, permitiendo que tierras de secano se convirtieran en fértiles huertas, que se han mantenido a lo largo de los siglos. Para llegar al palacio, los sultanes, probablemente a caballo, tenían que salir de la Alhambra por la Puerta del Arrabal, situada al pie de la Torre de los Picos. Una vez cruzado el barranco que ocupa la hoy llamada Cuesta de los Chinos, recorrían el camino que asciende mediante fuerte pendiente hasta el Generalife. Este espacio o tierra de los jardines estaba dedicado al disfrute de los sultanes, unas estancias adornadas con tapices, cortinas y alfombras de seda, camastros con almohadones y el perfume del azahar, los jazmines y demás flores . Salas especiales para las mujeres y habitáculos para los músicos, un lugar donde todo estaba pensado para el disfrute de los sentidos, una especie de reproducción del paraíso. Fiestas con bailarinas y recitadoras de poemas, muchas de ellas favoritas de los sultanes, como la conocida Rumaykiyya. El verano también se manifestaba en las estancias palaciegas de la Alhambra, ya que el sultán trasladaba su dormitorio a la Sala de la Barca. Los embajadores y enviados extranjeros se quedaban sorprendidos al ver al rey nazarí dormir junto a la sala del trono, situada en el Salón de Comares.
El pueblo llano, por su parte, iba en busca del frescor al Hawr de Muhammal, hoy Paseo del Salón. Era el arenal del río Genil, la zona que va desde Puente Verde a la Biblioteca Municipal, en la que se creó en el siglo XI una especie de parque, una alameda. Los jóvenes y parejas de enamorados acudían a esta zona en las tardes y noches veraniegas, al frescor del río y de aquella arboleda. La costumbre se ha perpetuado a lo largo del tiempo y la zona sigue siendo uno de los paseos de la ciudad, e incluso algunos se aventuran a bañarse en las aguas del Genil, en los alrededores de las Titas.
De la clase media cuentan que se trasladaba en aquellos estíos de Al-Andalus a una colina llamada Nayd, que se encontraba al este de la ciudad, en lo que hoy sería El Serrallo, donde los más pudientes tenían sus residencias, que se encontraban rodeadas por paseos y jardines. El vulgo encontraba en las plazas, en la de Bib-Rambla, el espacio dedicado al ocio. Las calles próximas al núcleo religioso y comercial eran las más concurridas. Bajo arcadas y parasoles, los comerciantes pregonaban sus mercancías a gritos. El paisaje se veía sembrado de prestidigitadores, funámbulos, equilibristas, ventrílocuos, músicos, malabaristas y narradores de historias en lo que constituía un asombroso espectáculo callejero similar al que hoy se puede encontrar en algunas plazas marroquíes. A estos números se añadían las sombras chinescas y los muchos vendedores de amuletos. No faltaban en la época estival los vendedores de agua y el peculiar puesto de plantas medicinales. Incluso existían unos personajes que eran perfumistas y rociaban con sus creaciones a los clientes que se lo solicitaban.
Las bebidas refrescantes del momento eran los 'siropes', palabra que daría origen al jarabe, y no eran más que zumos de fruta. La estrella de estas bebidas era la limonada, por supuesto con nieve de Sierra Nevada, que bajaban de las cumbres los neveros. El vino era una bebida consentida en Al-Andalus, que se aliñaba con miel y canela, a la que se le añadía el hielo traído de las cumbres de la sierra, lo que constituye un antecedente de la sangría. Todo para vencer al calor andalusí.
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