Creación

El ARCO de San Fermín

  • La Feria de Arte Contemporáneo sumida en la incertidumbre, se asiste a la culminación de una historia que nos hizo feliz pero que se vislumbra con desarrollos y desenlaces distintos

El ARCO de San Fermín

El ARCO de San Fermín

La edición pasada de ARCO se desarrolló, en su febrero habitual, ya con los nubarrones en lontananza de lo que estaba sucediendo en China –China estaba muy lejos y las cosas de los chinos sólo son de ellos y para ellos- y con las nubes, más cercanas, de lo que se empezaba a comentar de Italia -¡qué exagerados han sido siempre los italianos!-. Varias galerías italianas se vieron con los stands apagados y sin obras en las paredes. El Coronavirus –lo del COVID se popularizó más tarde en el habla coloquial– era motivo de comentario generalizado pero sin atreverse a concederle más importancia de la cuenta. La comitiva real pasó a nuestro lado, como casi siempre, con su séquito ajeno a lo artístico. Doña Letizia cambió de rojo espectacular a pizarra apabullante. No debería haber mucho problema si Sus Majestades, con tanta gente a su alrededor, acudían como todos los años.

Nos gustó mucho aquella Feria. Comenté en estas mismas páginas que era una de las mejores de cuantas había visto –treinta y cinco de las treinta y nueve ediciones-. Fue un ARCO sin estridencias, sereno, con mucha sensatez artística y con pocas estrafalarias sandeces. Terminó la Feria y, en pocos días, se desencadenó la tempestad. Ni China estaba tan lejos ni los italianos eran tan exagerados. Antes de que todo pasara empezamos a conocer a un tal Simón –ni Pedro ni Don, el del vino peleón-, ajeno a nosotros y, de pronto, uno más de la familia. ¡Pobrecillo! Y desde ahí al desastre. El mundo echó el cierre y, como decía mi abuela, a morir por Dios.

La Galería Alarcón Criado Premio Lexus al mejor stand de la Feria La Galería Alarcón Criado Premio Lexus al mejor stand de la Feria

La Galería Alarcón Criado Premio Lexus al mejor stand de la Feria

Uno que es, para muchas cosas de naturaleza pesimista, se temió que aquello era ese final que tenía que llegar. Noventa días encerrado daba para eso y para ser más negativo aún; sobre todo, para pensar que habíamos asistido al último ARCO. Recordé, también, lo mucho bueno que he vivido en los Pabellones de IFEMA –primero en el Palacio de Cristal de la Casa de Campo, más asequible y con todo más a mano; después en el lejanísimo Campo de las Naciones, al principio sin metro y pagando un dineral en taxis-. Allí vi, por primera vez, lo más avanzado del Arte; conocí a muchos todopoderosos de lo artístico, Harald Szemann, Bruno Bischorberger, Leo Castelli, gurús de un arte que, entonces –ahora lo he entendido así-, era más literario que verdadero. Los grandes españoles se nos hicieron más familiares.

Juana de Aizpuru, siempre Juana; ella inventó ARCO para Sevilla y le dijeron que Arcos de la Frontera era un pueblo donde empezaba la Sierra de Cádiz; después se lo ofreció a los catalanes y estos –ya entonces necios antes de ser necionalistas– también miraron para otro lado. Con ella otros grandes, Soledad Lorenzo, Carles Taché, Helga de Alvear, Guillermo de Osma, Elvira González, Joan Prats, Luis Adelantado…, y un largo etcétera que, junto con los andaluces, primero Rafael Ortiz, Magda Bellotti y Pedro Pizarro hasta ahora, la galería Alarcón Criado, pasando por Alfredo Viñas, Carmen de la Calle, Emilio Almagro, Félix Gómez, Fernando Serrano, Isabel Ignacio, Fernando Roldán, llegaron a participar en ediciones con inusitado interés y que se hacían citas obligadas para que, cada febrero, acudiéramos a Madrid a ARQUEAR, como decía el artista cordobés Jacinto Lara. Me acordé mucho de Manolo Alés, que iba a la Feria a gozarla, a llenarse de vida y que estuvo casi hasta que, ya, su alma de espíritu enamorado le dolía tanto que su cuerpo no le permitía moverse.

Se auguran nuevos organigramas con las galerías en serio peligro

Este año, llegó febrero y pasó sin ARCO; las nubes seguían sombrías y sórdidas. Después, se anunció la posibilidad de una Feria en julio. Y, en eso estamos; aunque no es lo mismo febrero sin ARCO o ARCO fuera de febrero. Llegamos, así pues, a la edición cuadragésima; cuarenta años dejando que el arte contemporáneo marcara nuestras existencias, que nos acercara a las inquietudes extremas de una realidad compleja para la que muchos no estábamos muy preparados y para que, poco a poco, las mentes, antes pacatas, se abrieran a unos modos de expresión donde había mucho que admitir, mucho que poner en duda y mucho que desterrar.

ARCO, a pesar de la Pandemia, a pesar de la crisis económica, a pesar de los nuevos postulados que rompen con la dinámica al uso, a pesar de todo lo que supone una nueva era para el arte más inmediato y a pesar de todo lo que genera la nueva realidad, sobre todo aquello que se deduce de los cambios comerciales y de las modernas filosofías a la hora de canalizar los modos expositivos –las redes sociales como vehículos aceptados para la difusión– que auguran nuevos organigramas, con las galerías en serio peligro si no se modifican criterios, parece que no se deja avasallar y que, aparentemente, las estructuras se aprecian similares a las que siempre fueron. Puedo asegurar, no obstante, que no es así y que la incertidumbre ha campado por los pabellones de IFEMA. Los stands aparentan firmeza y se gestionan formas que parecen idénticas a las que fueron; sin embargo, hay mucha sensación de que se aventura un tiempo con muchas novedades; que se asiste a la culminación de una historia que nos hizo feliz pero que se vislumbra con desarrollos y desenlaces distintos. No sabemos muy bien cuándo esto cambiará del todo, pero la realidad es la que es y ARCO ya no es lo mismo. Por lo pronto se ha añorado un febrero que, a lo peor, nunca más será como antes. Julio es para San Fermín, no para el chupinazo de una Feria que se nos antoja con mala cara. ¡Esperemos!.

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