La fusión es un concepto artístico que lleva años asimilado en el mundo de la creación musical en general, y en el del flamenco en particular, donde, desde los primeros encuentros que propició en los setenta Paco de Lucía con los guitarristas Al Dimeola y John McLaughlin, de gran éxito en todo el mundo, ha sido una corriente a la que cada vez se han sumado más artistas, hasta convertir la propia fusión en una característica a la que pocos creadores flamencos se han resistido.

Pero lo que es cierto, indiscutible para lo puramente musical, lo es bastante menos para el mundo de la danza, por lo general menos permeable a dejarse contaminar por influencias externas. No es el caso de Alba Olmedo, bailaora malagueña afincada en Granada que después de una carrera consagrada al flamenco de raíz y demostrar un profundo conocimiento de la más pura tradición, decidió apostar por un planteamiento más abierto e integral de su expresión artística incorporando elementos a sus coreografías de otras tradiciones, del folklore de otros países. Alba Olmedo comenzó en el mundo del baile en su Marbella natal, siguiendo los cánones de la danza clásica española, y en Granada se empapó de la expresividad del baile flamenco. Como bailaora ha recorrido medio mundo, multitud de países de Europa, África, Asia y Latinoamérica, y en cada uno de ellos ha ido alimentando una curiosidad y una inquietud que finalmente le empujan a replantearse su concepción del baile.

Fruto de estos planteamientos es su último proyecto, A Pie, un espectáculo en el que la bailaora vierte esas inquietudes, además de la danza, la fotografía o la interpretación, con el acompañamiento de un cuadro de músicos que en esa línea de fusión bebe de fuentes diversas. Al flamenco incorpora influencias del jazz, de las diversas músicas del Mediterráneo o de la música latina, y en ese viaje arrastra al espectador de Jerez hasta cualquier puerto del Mediterráneo oriental. Un ejercicio de valentía cuyos hallazgos pueden comprobarse esta noche en La Expositiva.