Ballet du Capitole de Toulouse | Crónica

Amar, bailar y acariciar el abismo

  • El Ballet du Capitole de Toulouse llevó su 'Giselle' estilizada y renovada al Teatro del Generalife

  • El entorno y la danza se fusionaron en la Alhambra como si de un homenaje estético al Romanticismo se tratara

Ballet du Capitole de Toulouse, en acción.

Ballet du Capitole de Toulouse, en acción. / Álex Cámara

El ballet es un medio ideal para contar historias. Muchos elementos concurren sobre un escenario para otorgar de una dimensión casi etérea al espectáculo. La danza, plástica de por sí, se convierte un vehículo narrativo capaz de emocionar hasta a los más profanos en la materia. Si se trata de bailar hasta acariciar el abismo, Giselle, en la versión de Kader Belarbi, explicó a la perfección lo que supone amar y danzar hasta las últimas consecuencias, y síntoma de ello fue el fervoroso aplauso final con el que el público sobrecogido irrumpió recién acabado el espectáculo en el Teatro del Generalife.

"Personajes eternamente insatisfechos, héroes que persiguen quimeras, un amor más fuerte que la muerte, multitud de criaturas fantásticas, contraste entre los sueños y la realidad, una escena de locura: todos ellos son temas que convierten Giselle en una obra indiscutible del ballet romántico", señala el ideólogo de esta versión del clásico romántico y director del Ballet du Capitole de Toulouse, Kader Belarbi.

'Giselle' desplegó anoche su magia en el Generalife. 'Giselle' desplegó anoche su magia en el Generalife.

'Giselle' desplegó anoche su magia en el Generalife. / Álex Cámara

La obra original de Théophile Gautier y Jules-Henri Vernoy de Saint-Georges, basado en Heinrich Heine, fue estrenado el 28 de junio de 1841 en la Real Academia de Música de París, y cuenta la historia de Giselle, una campesina –en la versión actual son viticultores–, que se enamora de un extraño.

El primer acto se desarrolló con un frenetismo jubiloso. En la primera parte de la obra, mucho más luminosa que la segunda parte, primaba el color de los trajes (el vestuario corre al cargo de Olivier Bériot, diseñador que también trabaja para teatro y cine)y las coreografías sostuvieron un ambiente de jolgorio diurno. "En el primer acto transformo los campesinos en viticultores y el estilo de las danzas populares en más arraigadas y rurales. En contraste, los señores de la caza con perros son más bailarines", destacó Belarbi, estrella en el Ballet de la Ópera Nacional de París cuando Nureyev estaba al frente.

Giselle es por antonomasia la representación del Romanticismo como movimiento cultural y estético, el segundo acto, que se desarrolla de noche, se contrapuso de manera lumínica al primero, con unos ambientes que invitaban a concebir el espectáculo como algo oscuro, misterioso. La iluminación, a cargo Sylvain Chevallot, se adaptó a las dos partes sin excesos y generó atmósferas que realzaban los movimientos limpios de los bailarines sobre el fondo de cipreses del Generalife.

Natalia de Froberville en el papel de Giselle y Davit Galstyan como Loys. Natalia de Froberville en el papel de Giselle y Davit Galstyan como Loys.

Natalia de Froberville en el papel de Giselle y Davit Galstyan como Loys. / Álex Cámara

"En el segundo acto, las Wilis –los espíritus de nuestros muertos–, aquellas vaporosas filles d l’air (hijas del aire) según Gautier, tienen un tratamiento especial para enfatizar así la dualidad entre el mundo terrenal y el inmaterial", detalló Belarbi.

El público se arrancaba en tímidos aplausos durante el espectáculo al acabar las diversas escenas mientras se abanicaba con los programas de mano debido al calor, que durante la jornada estuvo muy presente.

El cuerpo de baile hizo gala de una sincronía perfecta entre los movimientos y los golpes de percusión y vientos, en especial la bailarina principal Natalia de Froberville que iba enfundada en traje de campesina que recordaba a Bella de La Bella y la Bestia.

La concordancia de elementos (música, iluminación, bailarines) era tal que en ocasiones pareciera que el ballet participara en la puesta en escena de uno de los grandes musicales clásicos del cine de Stanley Donen o Vicente Minelli.

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