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'Don Quijote' o el triunfo de los dos invitados

  • El Ballet de la Ópera de Roma se despide del Festival Internacional de Música y Danza con 'Don Quijote'.

Programa: 'Don quijote', coreografía de Marius Petipa y Alexander Gorgsky, música de Ludwig Minkus. Primeros bailarines: Erika Mikirticheva y Yoel Carreño. Director artístico: Micha van Hoecke. Lugar y fecha: Teatro del Generalife, 30 de junio de 2013. Aforo: Lleno.

Tras la anodina Sílfide de la primera actuación, salvada por la pareja protagonista -cuando el Ballet de Copenhague puso la misma versión en 1962 resalté la absoluta mediocridad de música, coreografía y danza de una página que sólo tiene interés histórico-, los dos primeros bailarines invitados fueron, en la despedida del Ballet del Teatro de la Ópera de Roma, los que dieron color y brillo a la 'españolada' del ballet Don Quijote, sobre coreografías de Marius Petipa y Alexander Gorsky, basada en una música llena de repetitivos tópicos andaluces y españoles en general -no faltan seguidillas, fandangos, jotas, etc.-, tal como se veían los clichés rancios del XIX. Esta página, basada en las Bodas de Camacho, que aparece en uno de los capítulos de la obra cervantina, y que hoy está presente en todas las grandes compañías de danza del mundo, fue estrenada en Moscú por el Ballet del Teatro Imperial de Bolshoi el 28 de diciembre de 1869, algunos de cuyos pasos más brillantes han abordado las estrellas que han pasado por el escenario del Generalife.

El conjunto romano apoyó con solvencia y seguridad el espectáculo, grato, divertido, con sus notas de humor y su constante aroma pseudo folclórico, colorista y con todos sus tópicos y licencias -toreros en tiempos de Don Quijote, por ejemplo- que luce a lo largo y ancho de la acción. Sobre ese entramado, muy bien movido en escena, con constantes secuencias y variaciones en colectivos, grupos o solistas, destacaron los dos bailarines invitados: la rusa Erika Mikirticheva -que sustituía a Tamara Rojo, lesionada a última hora y que elegantemente se nos advertía a la entrada por si los espectadoras querían devolver las localidades- y el cubano Yoel Carreño, procedente del Ballet Nacional de Cuba, en los papeles de Kitri y Basilio. En realidad, el principal peso del ballet recae sobre ellos, en el aspecto de virtuosismo, expresividad, dominio de la escena, porque la música vulgar y estereotipada y el espectáculo están supeditados al lucimiento de los bailarines, no sólo los primeros, sino los diversos solistas. El público goza con la superación de las inmensas dificultades que estos pasos a dos o individuales representan, especie de tour de force que exigen facultades excepcionales en los bailarines. En cualquier gala de ballet que se precie no pueden faltar estos solos o pasos a dos endiabladamente complicados que requieren una especialización y preparación técnica sólo al alcance de los mejores, además de todos los aditivos de elocuencia requeridas de las primeras estrellas. Todas esas exigencias estuvieron presentes en grado sumo en la pareja protagonista. Erika Mikirticheva es un compendio de elegancia, dominio, expresividad y encanto. Su poder comunicativo es colosal, a lo largo y ancho de tantas y contundentes pruebas, en especial en esas endiabladas vueltas sobre una sola pierna en puntas, mientras la otra gira al imperio de la música. Que se desnivelara unos instantes y terminara antes de la música en la terrible prueba del paso a dos en la fiesta final en palacio, no desmerece en absoluto su total entrega y esfuerzo continuo durante toda la representación. El cubano Yoel Carreño, con su fuerza y perfección virtuosista, también obtuvo los bravos más sonoros de la noche, de un público absolutamente entregado. Triunfaron sin cortapisas los dos principales protagonistas, como otros artistas -en el ya citado fandango, seguidilla, espada, 8 toreros y 8 españolas, Amor, el sobrio Don Quijote omnipresente, el cómico Sancho Panza, etc.- en el seno de un conjunto que el domingo sí demostró la notable calidad del Ballet del Teatro de la Ópera de Roma, aunque, una vez más, la deficiente música grabada, en sustitución de la orquesta imprescindible en el foso, redujera a la condición de velada escénica el brillante espectáculo.

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