Crítica

Éxito rotundo de la OCG en el primer programa sinfónico de la temporada

  • Lucas Macías inaugura el curso de la OCG con un programa centrado en la música francesa de comienzos del XX

  • A su término, los interpretes recibieron una ovación cerrada

  • Onofri y la OCG dan la bienvenida al otoño

Un momento del concierto ofrecido por la OCG este fin de semana.

Un momento del concierto ofrecido por la OCG este fin de semana. / OCG

Lucas Macías inauguró la temporada sinfónica de la Orquesta Ciudad de Granada con un programa centrado en la música francesa de comienzos del siglo XX. El director, que este año presenta una temporada audaz y novedosa, recupera así el espíritu que en los primeros años Josep Pons imprimió a nuestra orquesta, conjugando carga semántica y calidad artística. Para la ocasión, la OCG estuvo considerablemente reforzada en la sección de vientos, además de en la percusión, y recibió a dos invitados de excepción: los hermanos Lucas y Arthur Jussen.

El concierto del pasado fin de semana fue de esas citas artísticas que no dejan indiferente al oyente, pues a su término el ambiente y los comentarios del público eran de agrado y admiración ante una propuesta música interesante y de calidad interpretativa. Esta es la magia que está consiguiendo Lucas Macías, el director titular de la OCG desde hace tan solo tres años; en este periodo ha afianzado a la orquesta a una posición destacada dentro de la actividad musical granadina. Esta labor la consigue no sólo con coherencia artística en su programación y su dirección, sino también ofreciendo alternativas musicales que permita al público entrar en contacto con el panorama internacional.

La visita de Tom Koopman y Enrico Onofri en el ciclo de otoño han dejado tras de sí sendos conciertos memorables, como también lo ha sido la visita del dúo de pianistas más carismático y elegante del momento, o lo será el programa que interpretará junto a Mariola Cantarero, una granadina que en lo más alto del firmamento lírico.

El concierto se abrió con la Danza final de El sombrero de tres picos de Manuel de Falla, una pieza emblemática del nacionalismo musical español y un deleite sonoro siempre que se interpreta. La OCG templó motores por medio de una magnífica y vívida puesta en atriles de la partitura, a modo de preludio de las tres obras que le siguieron. En este sentido, cabe destacar que Falla vivió siete años en París, empapándose de la esencia de la música francesa y las vanguardias europeas.

Le siguió el concierto para dos pianos en re menor de Francis Poulenc, una obra ecléctica en su concepción y muy exigente en su interpretación. Esta partitura fue la que escogieron Lucas y Arthur Jussen para presentarse ante el público de la OCG, una elección muy acertada que les permitió desplegar su perfecta sincronía y su técnica refinada, puestas al servicio de una enérgica interpretación. Estos dos pianistas, de treinta y veintiséis años, están considerados embajadores culturales de su país natal, Holanda, y en su todavía corta carrera han conseguido alcanzar un puesto destacado en todo el mundo.

La sintonía entre los hermanos Jussen y la OCG fue sencillamente sublime. Lucas Macías equilibró magistralmente las fuerzas tímbricas; al frente de su orquesta, siempre dúctil y con un sonido muy vivo, definió el oportuno marco sonoro y cedió con habilidad el protagonismo a los pianistas. Los solistas, por su parte, interpretaron cada uno de los tres movimientos con enorme musicalidad, una rítmica perfecta y una sintonía en la ejecución admirable. Sendos instrumentos estuvieron muy presentes, y al mismo tiempo se percibían como una unidad de increíble fuerza expresiva. En esto radica la cualidad principal de Lucas y Arthur Jussen, en que para ellos la técnica está al servicio de la semántica de la obra, y sus instrumentos solistas conviven en una singular simbiosis de belleza y perfección. Desde sus respectivos pianos, ambos dialogaron entre sí con el gesto y la mirada, resolviendo cada dificultad con la clarividencia de dos grandes maestros; diseñaron con la precisión de un delineante los juegos motívicos, destacaron los múltiples efectos rítmicos y expresivos, y acometieron sin aparente esfuerzo la frenética escritura de arabescos y escalas que conviven en las páginas de Poulenc, regalando al público granadino una interpretación que quedará para los anales de la historia.

La prolongada ovación que los hermanos Jussen cosecharon al final de la primera parte los animó a ofrecer una propina, con la que una vez más sorprendieron y cautivaron al auditorio. Tocaron Straussenander de Igor Roma, un arreglo para dos pianos de algunas melodías de la opereta El murciélago de Johann Strauss.

La segunda parte del concierto mantuvo la esencia francesa, con dos obras muy conocidas y del agrado del público. En primer lugar, se interpretó suite de Pelléas et Mélisandre op. 80 de Gabriel Fauré. Esta partitura encierra en sus cuatro movimientos un complejo trabajo tímbrico, ya que confía a varios solistas de viento y al primer violonchelo el peso motívico. El sutil diálogo que establece entre sus partes dota a la obra de una elegancia y belleza muy características de Fauré, cualidad ésta que Lucas Macías tuvo presente en su versión. Los distintos solistas de la orquesta estuvieron oportunos y brillantes en su interpretación, muy apreciada por el público y por el director, que los llamó a saludar.

Finalmente, para cerrar el programa se interpretó el Bolero de Maurice Ravel, todo un monumento a la orquestación que catapultó a su autor a la fama más absoluta. En esta partitura, Ravel juega con los timbres orquestales y los destaca por separado o en pequeños conjuntos, devolviéndolos después al estado de reposo o integrándolos en el acompañamiento con gran habilidad y audacia. El peso rítmico recae en la caja, que marca un ostinato durante toda la obra; a este respecto, es imprescindible el mencionar la precisa y controlada interpretación de Noelia Arco. A partir de este perpetuum móbile de la caja, Lucas Macías ofreció una coherente versión de la partitura, sirviéndose de la dúctil y rica paleta tímbrica de la OCG para convertir el discurso musical de su Bolero en una propuesta brillante y de cristalina claridad. Así, con el rotundo aplauso de los asistentes, se puso el broche de oro a una soirée française en el aún caluroso otoño granadino.

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