Hacia el Festival de los 60
La crisis no debe cebarse y la respuesta de las administraciones debe ser generosa, y ambiciosa la de los programadores · El interés de la mirada a las músicas y artistas de Iberoamérica rebajó la variedad
El homenaje de Serrat a Miguel Hernández, el inmenso poeta que murió en una cárcel franquista, cerrará mañana la 59 edición del Festival Internacional de Música y Danza que ha tenido una respuesta desigual de público, con huecos no frecuentes en otras convocatorias. Quizá ha influido -en este aspecto, no en el artístico- el excesivo peso que ha tenido la presencia de músicas, músicos, conjuntos... de Iberoamérica, con motivo del bicentenario de la independencia de las antiguas colonias, en detrimento de las ofertas europeas y de la relevancia de las primeras figuras de la órbita internacional, que ha sido, siempre, el principal reclamo del Festival, alrededor de las cuales, ha podido colgarse todo lo demás. Por otra parte ha habido olvidos significativos: el de Mahler, en su 150 aniversario, y el de Schumann, en su bicentenario.
Sin embargo, a mi parecer, precisamente en la originalidad de esa oferta iberoamericana ha estado lo más interesante musicalmente, aunque no soy partidario de los programas monográficos. Primero, para dar a conocer a conjuntos, como la Sinfónica de la Juventud Venezolana Simón Bolívar, y a su director, el emergente a nivel internacional Gustavo Dudamel, junto a la notable Orquesta del Estado de México, sobre todo en su primer programa, y, después, para divulgar -y en muchos casos dar a conocer en el Festival- obras no habituales de autores de la América no sólo hispana, sino ibérica, con su visión puesta, por un lado, en sus raíces, y por otro en la música europea de su tiempo. Si Ginastera o Villa-Lobos son referencias obligadas cuando se habla de la música del otro lado del Atlántico, no son menos necesarias conocer la de Carlos Chávez -su sinfonía India, por ejemplo- o Silvestre Revueltas, con La noche de los mayas, versión sinfónica de su música de cine. Tampoco habrá que olvidar la fuerza, desconocida en el Festival, que se desprende de las danzas del ballet Estancia o la completa versión orquestal del ballet Pananmí, de Alberto Ginastera. Unas, ofrecidas por la orquesta venezolana, y otro por la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria, donde la única 'pega' que hubo que ponerle fue la descompuesta y arbitraria reducción que ofreció Pedro Halffter con su suite de Atlántida, impropia en el Festival de Granada, caracterizado por su respeto al músico de la Antequeruela. La actuación de otra orquesta española, como la Sinfónica de Galicia, bajo la dirección de uno de los valores más interesantes de la dirección orquestal nacional como es Víctor Pablo Pérez, atrajo la atención del público por su incursión por páginas de zarzuelas como la cubana Cecilia Valdes y la española La tempranica. No creo que la zarzuela deba suplir a la ópera en el Festival -el de Santander, por ejemplo, abre esta edición con Boris Godounov, con Rugiero Raimondi en el papel principal-, pero propició reunir a cantantes de la categoría de María Bayo y José Manuel Zapata. La Orquesta Ciudad de Granada, galardonada con la medalla del Festival, al celebrar su 20 cumpleaños, participó en el capítulo sinfónico, con la Tercera, de Beethoven y la Sinfonía del Nuevo Mundo, de Dvorak.
A mi parecer, creo que entre los momentos claves de esta edición estuvo la presentación de la Sinfónica de la Juventud venezolana Simón Bolívar. En primer lugar porque el proyecto Abreu es un modelo internacional de integración de los jóvenes en la educación y en el trabajo a través de la música, como ya dije en el análisis previo. Pero es que, además, aunque los puristas no estén de acuerdo, su fuerza arrebatadora, su sonido omnipotente rompe los moldes tradicionales. Aunque a veces pueda hablarse más que de un caudal sonoro, de un torrente desbordado, es difícil sustraerse al vigor, no exento de refinamientos, en la versión que nos ofreció de La consagración de la primavera, de Stravinsky. Si el compositor rompió moldes, Alberto Dudamel, elevó esa ruptura al primitivismo de los ritmos, a la frenética y genial conjunción de los elementos sonoros que hacen de esta obra un retablo colosal de la naturaleza, a través del dinamismo y el talento del autor y de quienes son capaces de interpretarlo de esta forma tan contundente. La propuesta española, iberoamericana y el mestizaje estuvieron presentes a lo largo y ancho del Festival, con agrupaciones diversas, entre ellas las notables Esembles Plus Ultra, Ars Longa, y Ensemble residencias.
Y el broche de oro, como viene ocurriendo los últimos años, con Daniel Barenboim y la Staatskapelle Berlin. Barenboim, que en el bicentenario de Chopin, ofreció su magistral versión pianística de los dos Conciertos para piano y orquesta. Barenboin continuó con su reiterativo homenaje a Bruckner, con la sexta y quinta sinfonía, ofreciendo en su segunda intervención, el Concierto num. cuatro, para piano y orquesta, de Beethoven. Muchos hubiésemos preferido haber escuchado el de Schuman, para no pasar por alto su bicentenario y enfrentar la estética de dos coetáneos y alguna de las sinfonías de Mahler. A Barenboim hay que pedirle que no limite su campo sinfónico a Bruckner, sobre todo cuando otras razones de oportunidad lo justifican.
Capítulo variado en la danza, donde destacó el Boston Ballet, en un programa diverso, en el que brilló la versión de Los cuatro temperamentos, en el Ultimate Balanchine. El Brasil profundo lo mostró el Grupo Corpo de Belo Horizonte, con su sentido frenético de danza sin descanso, que revela la calidad y preparación de los bailarines. El Ballet Nacional Español recordó estampas, ya conocidas en el Festival, de la escuela bolera. Y el tango, tan omnipresente en esta edición, lo representó, en su mejor pureza -de burdel, de salón y de calle- el Ballet Argentino que sigue la estela de Julio Bocca, pero sin acercarse ni de lejos a su genialidad.
Flamenco, flamenco y tango, una difícil Iberia para Albéniz que demostró la calidad pianista de José Carlos Garvayo y el interés de Ecos de la Abadía sacromontona, primera página de los cuatro cuadernos que prepara García Román sobre Ecos de Iberia. Además, de otras cuestiones menores, hubo espacio para los niños y los jóvenes.
Inversión en Cultura
Con este bagaje -al que hay que sumar en FEX cada día más amplio y diverso y que constituye un Festival paralelo que hay que mantener en su variedad y calidad- nos enfrentamos a la 60 edición a celebrar el año que viene. Supongo -porque en contrataciones no se puede improvisar- que hace tiempo se estará trabajando en esta efeméride que no debe ser recortada con arbitrarias limitaciones presupuestarias de las Administraciones públicas que sostienen al Festival. Invertir en cultura es invertir en desarrollo económico, además, de en prestigio y divulgación. Si utilizamos los niveles dinerarios que maneja el Festival con los que disponen los teatros de ópera de Barcelona, Madrid o Sevilla, o simplemente los de otros festivales españoles o europeos, habrá una discriminación negativa. Hay que agradecer las aportaciones de firmas y entidades no estatales en el patrocinio de diversos eventos del Festival, algo fundamental para el enriquecimiento y viabilidad del certamen.
Un Festival que su actual director Enrique Gámez maneja con un sentido notable de imaginación. Pero que no debe temer lanzarles a quienes lo financian mensajes de que no sólo con imaginación puede mantenerse el interés de una oferta cultural, en un mundo competitivo donde los grandes nombres, conjuntos, figuras... son la atracción fundamental al lado de la cual pueden colgarse otras iniciativas, como decía más arriba.
Cerramos el 59 Festival, con sus luces y algo también de sombras, reflejadas en la menor atención del público, en general. Esperemos que las lecciones de esta edición sean tenidas en cuenta para lo que debe ser el gran festival del sexagenario, en donde los organizadores deben poner su máxima dosis de ambición, en programas, conjuntos y figuras que son, al fin y al cabo, las que le han dado esplendor y trascendencia al Festival.
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