Lapido: "Cuando empecé, los grupos anteriores me parecían dinosaurios" La Guardia, entre el éxito y el reconocimiento
El artista, que ha marcado parte de la historia con 091 y su posterior carrera en solitario, resalta el espíritu de colaboración de los músicos
José Ignacio Lapido está considerado como uno de los mejores letristas del país y es extremadamente puntilloso a la hora de usar el lenguaje. Por eso no le gusta usar la expresión "movimiento" para referirse a la efervescente escena musical granadina "por razones históricas". "No creo que en Granada haya una organización, hay personalidades individuales donde cada uno hace la guerra por su cuenta dentro de un mismo género, no creo que nos hayamos puesto de acuerdo para hacer de esta ciudad un referente", explica el autor y uno de los músicos imprescindibles de la historia del rock en Granada con su etapa en 091 y su posterior periplo en solitario.
En su opinión, hay un flujo constante de rock and roll desde 1962, año en el que Miguel Ríos grabó su primer disco y en el que nació José Ignacio Lapido. ¿Las razones? El músico se lo piensa para tirar de la filosofía socrática del 'sólo sé que no sé nada'. "Hay ejemplos de otras ciudades el mundo que no son capitales, pero en las que ha habido un gran movimiento de música popular, Liverpool sin ir más lejos", señala Lapido dejando al margen explicaciones esotéricas como la del magnetismo de los ríos subterráneos de Granada. "Esto se ha mantenido porque las bandas son un espejo en el que mirarse, ha habido siempre una escuela, lo que se ve con claridad en el mundo del arte con la escuela bizantina o la veneciana, por ejemplo". Aparte, "mi opinión es que con el paro estructural de la ciudad, casi el 40%, la gente joven ve en el tema artístico una salida".
El panorama musical granadino tiene además sus señas de identidad, como las habas con jamón en la gastronomía. Una de ellas es el espíritu participativo de todos los músicos, un panorama transversal en el que todos se embarcan con entusiasmo en los proyectos de otros. "Eso no se da en otras ciudades ni en otros ámbitos artístico creativos. Me consta que en el mundo poético las navajas vuelan alto, y no hablo de forma metafórica", señala con humor. "Pero en el rock parecemos las hermanitas de la caridad, es una especie de putiferio, todos colaboran con todos. Pero lo importante es que luego, cada uno mantiene su personalidad". Una muestra es el comienzo de Lagartija Nick, el proyecto de Antonio Arias, que también era un 091. Por entonces no tenían guitarrista y Lapido tocó en el primer concierto y en el primer disco que grabaron, pero no como un miembro de la banda, sólo porque Antonio Arias le pidió el favor.
En cuanto a la opinión que fuera de las fronteras de Granada se tiene de sus músicos, Lapido la sufre en sus carnes cada vez que saca un disco y es entrevistado por un medio de comunicación nacional. Indefectiblemente le preguntan tres cuestiones, y normalmente en este orden: cuándo se van a juntar los 091, el periplo de Joe Strummer y por qué hay tantos grupos. "La escena indie está copada por grupos granadinos, que están tocando en los festivales mayoritarios", caso Los Planetas, Niños Mutantes, Lori Meyers, Aurora, Napoleón Solo.. Y mientras, una banda de Semana Santa en cada rotonda. "El rock en Granada siempre ha sido así, la cultura oficial por un lado y la cultura subterránea por otro, por muchos grupos que haya de rock, siempre va a ser una cosa invisible para los poderes, aunque hubo un momento en los 80 en que parecía que sí iba a ser así, pero desde que tenemos el gobierno municipal que tenemos el rock es una mera anécdota a nivel oficial", dice apuntando a la Plaza del Carmen.
Con el escepticismo por bandera, Lapido reconoce que, éxito, lo que se dice éxito, "ganar billetes por un tubo", nunca lo tuvo 091. "En este sentido, La Guardia fue el grupo que, de largo, más triunfó en su época. "Junto a Miguel Ríos y Los Ángeles es la banda que más ha vendido de esta ciudad", confiesa Lapido, pese a que 091 sigue siendo como el paraíso perdido de muchos granadinos. Pero el autor de En el ángulo muerto defiende que no alimenta la nostalgia, que sigue al pie del cañón de la composición, aunque reconoce que en esta ciudad se da ese fenómeno curioso de añorar lo que nunca se ha vivido. Hay fans de 091 que no vivían cuando la banda estaba en activo, pero que han descubierto sus canciones a través de sus hermanos. "La música es así, yo no vivía en la primera época de Elvis, pero es que la música es intemporal, es una obra que queda ahí y la gente interesada en el rock and roll se acaba acercando".
Con retintín dice que le gustan por igual todos los adjetivos que le han etiquetado. "Soy un juglar autónomo", dice entre risas. "Hago las cosas con toda la honestidad y luego las calificativos vienen, yo los acepto y punto".
En cuanto a las influencias, el músico recuerda que antes había un auténtico tráfico de cintas. "Pero disco que llegaba a tus manos le sacabas todo el jugo posible, no es como ahora, que te descargas mil canciones en un segundo. Teníamos tres o cuatro discos al mes y puedo asegurar que conocíamos de pe a pa las canciones y el último crédito del disco, no teníamos tanto acceso a la música, pero seleccionábamos más y, sobre todo, profundizábamos mucho", señala sobre una época en la que existían las 'caras b' de los discos, donde normalmente iban ubicadas las canciones menos comerciales. "A nivel general creo que se profundiza poco, antes íbamos por pasos. Lo primero que descubres es los Beatles, no sabes nada de Carl Perkins, de Chuck Berry. Tienes 15 años en los setenta y no tienes por qué conocerlos. Pero miras en los créditos de las canciones de Los Beatles y sus versiones y aparece Chuck Berry. Igual que los Rolling, que su primer disco era de versiones... Así fuimos descubriendo el rock primigenio, era una especie de arqueología musical. Te das cuenta de la historia del rock and roll y te acabas remontando a los años veinte. Todo tiene una tradición y todos venimos de ahí", sostiene Lapido.
En cuanto a si Miguel Ríos ha sido siempre una especie de arcángel de la guardia de los rockeros de la ciudad, el músico desmitifica esta imagen. "Cuando yo empecé era una época muy rara, veníamos del posthippismo y empezábamos en el punk rock, lo que teníamos que hacer con 18 años era matar al padre. Y como no conseguimos matarlo nos hicimos amigos de él", cuenta entre risas. En definitiva, cuando se es joven, se tiene una sensación temporal distinta. Agustín, de Los Ángeles, le produjo su primer single para Movie Play. "Él, que tenía poco más de 30 años, me parecía que venía del pleistoceno medio, todo el que tenía más de 25 años eran unos viejales... Y ahora tengo 52. Veíamos a los músicos como dinosaurios, como objetos de museo, pero con el tiempo todo se relativiza, es como en el colegio, que está en un curso superior te parece demasiado mayor y el un curso anterior demasiado pequeño".
Respecto a la situación de la música en Granada, afirma sin rodeos que actualmente es la "edad de oro, cuando hay más grupos hay triunfando a nivel nacional". Sin embargo, en los conciertos, no suele haber más de cincuenta personas, que por otra parte suelen ser casi siempre las mismas. "A veces parece que hay más músicos que público", dice en su diagnóstico de la situación de la música en directo. "Vienen artistas extranjeros de renombre y van cuarenta. Se ha multiplicado la oferta, pero la gente se ha adocenado y sólo va a lo que tiene éxito... Antes había tan pocas cosas en Granada que ibas a todo, no me gustaba especialmente el jazz rock, pero ibas a todo lo que olía a rock. Hay tanta oferta que se acaba seleccionando demasiado", afirma sobre una época en la que el cantante no puede lanzarse al público porque daría con sus huesos en el suelo.
El caso opuesto fue el concierto de Loquillo en el Palacio de Deportes, donde acudieron 7.000 personas. "Pero esa gente, a la que se supone que le gusta el rock, luego no va Planta Baja".
En la Granada de los primeros años ochenta se empieza a gestar una de las más fascinantes historias que ha dado la música española. Eran tiempos convulsos en los que los cambios se asimilaban con rapidez y la creatividad surgía en cualquier rincón. Todo estaba aún por inventar, y más aún en una ciudad periférica a la que le quedaban muy lejos tanto los talentos que ya habían triunfado a nivel comercial -Miguel Ríos, Los Ángeles- como los grupos coetáneos que conformarían desde la capital lo que más tarde sería conocido como movida madrileña. En ese ambiente colorista y post-punk germinó una escena rock que con el tiempo llegaría a ser legendaria.
En los bares con buena música se confundían artistas plásticos, rockeros con tupé, mods inadaptados, aspirantes a escritor y activistas varios que elaboraban fanzines artesanos previos a la democratización de la autoedición con la llegada del ordenador personal. Entre esa fauna surgieron bandas como TNT, KGB o 091. Finalmente serían estos últimos los que sostendrían la bandera de rock granadino, pero, de las semillas que dejaron plantadas durante su periplo, surgiría un grupo de jóvenes imberbes que muy pronto los superarían alcanzando el estrellato que ellos apenas habían rozado. La Guardia triunfaría entre 1988 y 1991 con unas ventas espectaculares a nivel comercial, aunque ya venían agitando el panorama granadino desde 1983, cuando siendo aún La Guardia del Cardenal Richelieu, publicaron Las Mil y Una Noches con el sello malagueño La Sepulvedana. Tras hacerse con el primer premio del certamen de Pop Rock de Fuengirola y ser declarados por Radio 3 como grupo revelación a escala nacional en el 86, con su álbum Noches Como Esta, el grupo acaba por dar el salto con Vámonos dos años más tarde. Son los días de Mil calles llevan hacia ti y Cuando brille el sol. 091 conservarían el prestigio mientras La Guardia obtenía el éxito. Después vendrían las desavenencias, la disolución, alguna dolorosa desaparición y hasta las disputas por la vuelta de La Guardia. Para entonces ya habían grabado con letras de oro su nombre en la historia del rock granadino.
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