Larry Fink: la emoción del gesto

El Cicus acoge hasta el próximo 9 de mayo, en colaboración con el Centro Andaluz de Fotografía, una antología con casi un centenar de imágenes del fotógrafo estadounidense

Arriba, a la izquierda, una visitante en la exposición del Cicus, y sobre estas líneas, tres de las imágenes de Larry Fink que se incluyen en 'Body and Soul'.
Francisco Camero

26 de febrero 2014 - 05:00

Han pasado 50 años desde que adoptó la cámara como mediadora en su relación con el mundo, primero como discípulo de Lisette Model, maestra también de la gran Diane Arbus. Luego, sin embargo, Larry Fink, nacido en 1941 en Nueva York, eligió ir por libre, aprender únicamente por sí mismo, y en ese proceso, al cabo del tiempo, "tal vez haya abandonado algunas ilusiones de su juventud -la fotografía, por honesta y excepcional que sea, no hará mejor nuestro mundo-, pero no ha perdido ni un ápice de determinación: es necesario perseverar, hacer como si todo fuera posible".

Estas últimas palabras son del belga Alain D'Hooghe, comisario de la antología Body and Soul, como la canción de Billie Holiday, una exposición que el Centro de Iniciativas Culturales de la Universidad hispalense (Cicus) exhibe estos días en su sede. Podrá visitarse hasta el 9 de mayo gracias a la colaboración del Centro Andaluz de Fotografía dirigido por Pablo Juliá, que ayer, junto a D'Hooghe y a la directora del Cicus, Concha Fernández, recorría la sala exclamando de vez en cuando, ante algunas imágenes, "¡Es que es un genio, es que es un genio!".

Merece mucho la pena darse a uno mismo un tiempo sin mirar el reloj para ver esta bellísima exposición de Larry Fink, llena de miradas de fuerza penetrante, de gestos detenidos para siempre en el tiempo como sólo la mejor fotografía puede detener, expresiones en las que se condensa tanta humanidad, tanto desvalimiento y tanta soledad y tanto trabajo y tanto cansancio, o tanta sensualidad y tanto orgullo y tanta alegría y hasta éxtasis (como ocurre en la imborrable serie Somewhere there's music, lo que en español sería más o menos en cualquier lugar donde hay música), que no pueden hacer otra cosa que emocionar. La exposición se ha dispuesto además en el aún nuevo espacio del Cicus, EP1, en la primera planta, 500 metros cuadrados para ese tipo de superficies a medio hacer de las que uno acaba diciendo que parecen como de Berlín.

El lenguaje en el que se expresa Fink se articula sobre perspectivas insólitas, claroscuros y contrastes poderosos, a veces pautas geométricas en la composición apenas evidentes pero de los que brota una armonía cautivadora, y como seña especialmente distintiva, aparte de su ascético blanco y negro, el uso del flash de reportaje, lo que le obliga a trabajar "increíblemente rápido"; algo que, como apunta D'Hooghe, hace "aún más sorprendente" su virtuosismo al que en todo caso nunca despliega con fines de retórica autocomplacencia, sino para acercarse lo máximo posible a aquello que quiere ver y revelar.

Antes de ser un artista prestigioso -con obra en centros como el MOMA y colaborador de The New Yorker, The New York Times Magazine o Vanity Fair-, y como tantos otros jóvenes inquietos y curiosos de su generación en su país, Fink llegó a las artes seducido por el mundo de los beatniks. Es el que aparece reflejado -siempre en el gesto, en lo que dice el cuerpo de las personas, que para Fink es, todo él y no sólo el rostro como suele decirse, el espejo del alma- en la serie Early Work (Primeras obras), una de las nueve en que se distribuyen en el espacio -pero no siguiendo un orden cronológico sino en bloques temáticos- las casi cien fotografías que componen Body and Soul.

Al autor, sobre todo, le interesa la gente, que es lo mismo que decir la sociedad. Y sin innecesarias disquisiciones teóricas, sólo mostrando, en Social Graces (Modales) se detiene a observar las diferencias entre arriba y abajo, nociones cuya existencia ninguna ideología podrá negar jamás. En ella, Fink retrata por un lado un universo mundano, de fiestas de etiqueta, sonrisas ávidas y miradas y gestos de deseo, pero también bañado a veces en "estupor y desasosiego", como señala D'Hooghe; y por el otro, se adentra en el día a día de una familia obrera de la que el artista fue vecino, los Sabatine. En las imágenes de estos, nada es igual, ni siquiera los gestos: hasta ahí llegan las diferencias de estatus, eso que determinan siempre los demás y que también nos moldea, parece querer decir Fink.

Boxeadores que antes que boxeadores son, en su cámara, personas ensimismadas y solas ante la inminencia del combate, o eufóricas pero con vetas de tristeza o ausencia de puro agotamiento tras la victoria. Señoras mayores en el metro. Gente trabajando en sus oficios duros, pescando, en la vendimia. Gente trabajando en sus oficios maravillosos, como los músicos de la ya mencionada serie Somewhere there's music, que capta con un magnetismo la plenitud de la música, personas que sudan, que cierran los ojos, que miran al cielo, atravesados por la experiencia... El trabajo de Fink abarca muchos universos, porque la sociedad es diversa, pero su mirada y su estilo transparentes no varían.

Esto es particularmente significativo en The Vanities (Las vanidades), serie que hizo a partir del encargo de Vanity Fair de retratar las fiestas privadas que celebran los premiados después de los Oscar. Siendo como es una crónica de sociedad, el resultado está en las antípodas de lo que se conoce como tal. Kate Winslet, Maryl Streep o Kate Moss aparecen en las imágenes. Pero no hay glamour, no hay seres inalcanzables. Hay rostros cansados, confidencias esquivas, intimidad, escotes que llaman a las miradas, hay todo eso que nos hace igualmente humanos.

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