Crítica | 'Una gran emoción política' de La Phármaco

Cuerpo, tierra, siglo

  • La obra de La Phármaco sobre María Teresa León acaba por ser una reflexión reactualizada sobre el cuerpo y su comunión con otros

La Phármaco interpreta 'Una gran emoción política' en el Teatro Alhambra

La Phármaco interpreta 'Una gran emoción política' en el Teatro Alhambra / Jesús Jiménez / Photographerssports

Ir al teatro a las 16:30 es siempre algo extraño. Como desubicado. Alguno podría decir que el año merecía, por entidad, en sus últimos compases, un extrañamiento tal. Con todo y con eso, el caso es que La Phármaco consiguió este jueves que, con todas las medidas de seguridad sanitarias pertinentes, el Teatro Alhambra diera esa sensación ya casi antigua del lleno, al menos hasta donde deja la bandera. Sirva esto para puntualizar que, si bien parece que la cultura ocupa la última de las preocupaciones en la agenda política pandémica, el espectador medio granadino la demanda y responde. Al menos hasta donde puede.

Como todo buen espectáculo, eso sí, Una gran emoción política tuvo su carácter de acontecimiento en sí mismo. No en vano lleva siendo así desde su estreno en el Teatro Valle Inclán de Madrid hace ya dos años. Tal es la particularidad poética de esta compañía de danza contemporánea, que la propuesta de Luz Arcas y Abraham Gragera toma como punto de partida la biografía y la mirada de una autora como María Teresa León para hablar de otra cosa. Mejor. Universal.

Lo que podría haber sido un producto historicista como tantos, en este caso sobre una figura no tan manoseada por el vampirismo de los académicos, pero canónica al final y al cabo, acaba por ser una reflexión reactualizada sobre el cuerpo y su comunión con otros. Un favor, a la postre delicioso, tanto para la obra de León como para el espectador.

Al comienzo, sobre el escenario, un monte de tierra negra ocupa el centro de la escena. A la izquierda un saxo y un piano, que marcarán ya desde el inicio y sin interrupción el latir de la pieza. Al frente, Arcas, con un solo que iniciará, puño en alto, un arco narrativo enérgico, frágil, de oficio, que desemboca, tras este primer trazo, en un relato colectivo de nueve cuerpos que se funden, enfangan y se mezclan brutalmente llevando consigo la cadencia del siglo. El siglo de la muerte, de la voluntad, de la potencia que surge de la impotencia.

El trabajo con la memoria es siempre algo pantanoso. La Guerra Civil ha traído a nuestra cultura tantos ríos de tinta que incluso da pudor nombrarla sobre el escenario. Pero en las huellas del cuerpo quizás las heridas siempre son más evidentes. Frente a los fanáticos de lo real, aquellos que sólo vibran cuando ven la sangre sobre el escenario, La Phármaco propicia una ficción contada con la piel desde una distancia necesaria para hacer brotar no sangre sino, precisamente, emoción.

A excepción de apenas dos textos, quizás innecesarios salvo para rescatar a algún espectador despistado, el silencio de la carne con la música, de los intérpretes contra la madera del teatro, sus caídas, sus desfiles, sus carreras y vuelos encuentran acomodo en un inconsciente colectivo tan aterrador como fascinante. Uno podría buscar en él desde los garrotazos de Goya a las segadoras de Mallo. De hecho, el trabajo con el cuerpo desnudo al final del espectáculo, oscilando entre las figuras del maniquí y el peso muerto, con reminiscencias puramente kantorianas para el que así lo quiera, recoge en su esquema dramatúrgico lo mejor del legado escénico contemporáneo.

Pero no se trata del cuadro, del maniquí o de la exquisita iluminación. El acierto de Arcas y Gragera es otro: su narración es laica. No hay sermón. En su solidez, cualquiera puede vibrar. Su compromiso reside en la puesta en marcha de lo común a cada paso del intérprete. En su dignidad. En la necesidad de que esos cuerpos existan, cuenten y se sigan nutriendo unos de otros. Un cuerpo que decide. Fuera de lo aséptico. Vivo o muerto. Ya sea en el siglo XX, en el XXI o en el XXIV. Con todas sus consecuencias.

Un acierto, sí, y un aviso a navegantes para comprar su entrada siempre que se pueda.

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