Podría ser el principio de un cuento

Aparece sonriente en la Fundación Rodríguez Acosta y una vez dentro revisa el hueco que ocupa cada una de sus fotografías. Las conoce a la perfección. Como si fueran fotogramas, Gabino Diego las ha ido componiendo con la pasión de un director de cine que sabe que su película podría ser la mejor de sus películas. Las mujeres y los niños... primero es una exposición de unas cincuenta fotografías que el actor ha coleccionado a lo largo de los últimos diez años y que ayer presentó en Granada. "Coleccionar", dice, "es una de las cosas más bonitas que he hecho en mi vida artística".

La primera foto que 'adquirió' fue Holly, un retrato de la hija de Robert Freeman, fotógrafo de los Beatles y amigo del actor. "Durante sus estancias en Madrid se quedaba en mi casa y en pago por el favor me la regaló". A partir de ahí, comenzó su pasión.

La nostalgia, la infancia, la sensualidad, el miedo, la poesía... se pasean a sus anchas por las imágenes que poco a poco han ido cayendo en sus manos, en un proceso de búsqueda muy personal. "La exposición es como un autorretrato de él mismo", explicó en la presentación Rodríguez Acosta.

En la colección de Gabino Diego está Freeman, pero también algunos de los fotógrafos más importantes del panorama nacional de todos los tiempos en un diálogo sin precedentes que trasmite el amor maternal con la fantástica imagen de Retrato de una madre, de Fernando Gordillo; la imagen enternecedora de un niño que corre con una inmensa barra de pan bajo el brazo en Le pettit Parisien, de Willy Ronis o el retrato humilde pero impecable de una niña del barrio de La Chanca del almeriense Carlos Pérez-Siquier.

El actor no sólo conoce cada detalle de las fotografías sino que también se ha preocupado por escuchar siempre que ha podido de boca de su autor la historia que encierra. "Esa niña que fotografió Pérez-Siquier emigró a Palma de Mallorca, donde conoció a un inglés con quien se fue a vivir a Londres. Años después, volvería al pueblo una refinada niña inglesa preguntando por el fotógrafo que retrató a su madre asomada a la puerta de su casa".

La película de Gabino comienza con Circ, de Frances Català-Roca, donde unos niños se asoman como pueden a un circo al que no han podido entrar. Las imágenes estáticas parecen cobrar vida desde entonces. Le siguen el sosiego con Holly, la sensualidad con la piel erizada de una espalda ante el roce de una fotografía sin título de Carla Van de Puttelaar; la espera en Niños emigrantes tras perder el barco a Venezuela, de Alberto Martí Villadefrancos; el reencuentro de dos niños en una estación de tren en la bellísima Bruxelles, de Michel Vanden Eeckhoudnt; los juegos... De entre todas las imágenes, las más abstractas serían las de Chema Madoz: dos obras sin título enormemente simbólicas donde se pueden ver un globo de piedra en pleno vuelo y una maqueta que parece un río o un campo. "Estas dos imágenes son para mí muy significativas, porque alguien puede preguntarse qué hacen aquí pero para mí representan el juego de un niño".

El conocido Joan Fontcuberta, Carmen García Rodero, Leopoldo Pomés, Alberto García Alix o Keta Vietitez -que retrata a Gabino Diego en Esperando a Carmiña-, son otros de los reconocidos autores a quienes ha elegido el actor.

Tras verla, uno se da cuenta de que es posible eso que dicen de que a los actores siempre le queda algo del carácter de un personaje. En El rey pasmado Gabino Diego encarnaba al mismísimo Felipe IV, el rey apasionado por el arte que llegó a ser el mayor coleccionista de la historia de España. Ahora, el actor le sigue de algún modo los pasos con esta otra faceta. Finaliza la historia con Podría ser el final de un cuento, de Alexis T. Edwards. El actor, sin embargo, tiene para comenzar otros muchos cuentos como éste.