Stallone & Hill: dos abuelos en gran forma

Carlos Colón

26 de marzo 2013 - 05:00

Acción, Thriller, EEUU, 2013, 91 min. Dirección: Walter Hill. Guión: Alessandro Camon (novelas gráficas: Alexis Nolent). Música: Steve Mazzaro. Fotografía: Lloyd Ahern II. Intérpretes: Sylvester Stallone, Jason Momoa, Christian Slater, Sarah Shahi, Adewale Akinnuoye-Agbaje, Sung Kang, Marcus Lyle Brown, Jon Seda, Brian Van Holt. Cines: Cinema 2000, Kinépolis y Serrallo Plaza.

Entre 1975 y 1979 Walter Hill hizo interesante películas violentas y macarras (El luchador, Driver, Los amos de la noche). Era, como John Carpenter -que esos mismos años se daba a conocer con Dark Star, Asalto a la comisaría del distrito 13 o La noche de Halloween-, otro maestro menor de la gran renovación del cine americano cuyos nombres mayores eran Coppola, Scorsese o Spielberg. Después Hill saltó de categoría con la en su día muy aplaudida Forajidos de leyenda (1980). Desde entonces su larga carrera ha oscilado entre lo interesante y lo rutinario, contándose entre sus logros La presa, Límite 48 horas, Cruce de caminos o Danko calor rojo; y sobre todo la miniserie televisiva Los protectores, un western que tal vez sea su obra maestra.

Este maestro menor del cine de acción, que ha trabajado con Charles Bronson, Arnold Schwarzenegger, Ice T y Bruce Willis, se enfrenta ahora -o nos enfrenta a nosotros con él- a Sylvester Stallone. Un encuentro entre abuelos -Hill tiene 70 años y Stallone 66- que no dejan de estar en forma y miran con cierta nostalgia el cine de acción de los 70 y los 80. En un Nueva Orleans que, como siempre, supura podredumbre Stallone es un asesino a sueldo que se las tiene que ver con un colega mucho peor -o mejor, si lo que se mide es la eficacia en su trabajo- que él. Le ayudará en la lucha contra lo que resulta ser una red de corrupción policial y mafiosa, trenzada con fines inmobiliarios, un policía que formará con él una de esas parejas dispares que tan bien funcionan en el cine de tiros, persecuciones y mamporros.

Y eso lo ofrece en grandes dosis: Hill nunca engaña. Pero también ofrece más: Hill no es un don nadie. Ofrece un buen guión basado en una novela gráfica francesa de Matz y Wilson. Ofrece el retrato crepuscular de un tipo malo que tiene su propio código de comportamiento ("La gente que me contrata es escoria y la que mato, peor. Tengo reglas: ni mujeres ni niños").

Ofrece una buena interpretación de Stallone -sí, han leído lo que han leído- que saca todo el partido posible de la expresión tristona de este gigantón a quien también se le ha puesto triste el cuerpo. Ofrece un juego -no falto de sentido del humor- que se puede aceptar o no: tomárselo como un western para que no repugne tanto juego con violencia extrema (incluidos los innecesarios planos de autopsias).

Stallone sería uno de esos pistoleros malos que se convierten en buenos al enfrentarse a otros peores que él para vengar la muerte de un amigo. Si se acepta este juego todo funcionará tan bien como suelen hacerlo las buenas películas de Walter Hill. Y esta, sin ser de las mejores, lo es.

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