Última cucharada al Puchero
La banda nacida en Granada se despide de los escenarios con un multitudinario concierto en el Palacio de los Deportes ante casi 8.000 espectadores.
Ni ginseng ni jalea real, los que tienen alma de flamenco saben que un buen Puchero es el mejor reconstituyente. Cerca de 8.000 personas rebañaron ayer las cerca de cuarenta canciones que Antonio Arco y compañía prepararon para despedirse definitivamente de sus seguidores, después de 20 años añadiendo a su recetario musical cualquier ingrediente imaginable. Y claro, una olla da una sed importante, algo que explica los cientos de litronas y bebidas espirituosas abandonadas en el exterior del recinto. El Puchero del Hortelano regaló un adiós de más de tres horas que comenzó con Esperándote, un tema que reflejaba el estado emocional preconcierto de los componentes de El Puchero del Hortelano: "He llegado un poquito temprano y los nervios me van a saltar, me dan patadas en la barriga cada vez que veo el reloj", comenzó cantando Antonio Arco en un escenario que previamente había calentado 300. El Palacio es un espacio reservado para los cantantes del corte Pablo Alborán o leyendas como Bob Dylan; hasta ahora, el único granadino capaz de convertir el Palacio de Deportes en un espacio no apto para agorafóbicos ha sido Miguel Ríos, quien también se despidió en el mismo escenario en 2010. Así que, salvando las distancias, los chicos de El Puchero del Hortelano, un grupo que en ningún momento ha tenido la etiqueta de 'grupo de culto', consiguieron tomar la temperatura exacta de su música en la ciudad; y el termómetro marcó muchas décimas de fiebre.
En 1998, unos chicos que se habían conocido estudiando la carrera de Educación Musical debutaron en el pub Peatón, un garito en el entorno de Pedro Antonio de Alarcón donde no caben más de cien personas. Ayer fueron miles las que asistieron a un responso en el que sonaron canciones inevitables de la banda como Pelusas, Ser Humano, Supermán, Canción del Triste o Maldito, uno más de esos temas que conllevan una visita al zapatero para poner unas medias suelas a los zapatos.
Y aunque Antonio Arco confiesa que los flamencos de la ciudad no presiden el club de fans de El Puchero del Hortelano, no olvidaron cantar sus Bulerías del Poli Díaz, un homenaje desenfadado al boxeador reconvertido en actor porno. Pablito, De todas las cosas o Los cobardes fueron el preámbulo a Ave Fénix, una canción con guitarras eléctricas y bajo centelleante que ejemplifica la evolución de la banda formada en Granada, que se sacude etiquetas asegurando que son de todo menos un grupo de flamenco.
El Puchero del Hortelano demostró que la palabra ecléctico, en su caso, no es un adjetivo más. Lo han demostrado incluso en las portadas de sus discos, desde el último, sin nombre y con una portada en la que sólo aparece una conceptual escalera, hasta el diseño que la banda eligió para Harumaki, con un pubis femenino cubierto pudorosamente por un clavel, claramente antes de que el furor depilatorio arrasara entre los hombres y las mujeres.
Tras Tú eres eso vino el primer amago de poner fin a casi 20 años de trayectoria, pero llegó el primer bloque de bises con temas como Sábado, una de las canciones más profundas de la banda en la senda del mejor Kiko Veneno de Me siento en la cama. A estas alturas, la desgarrada voz de Antonio Arco demostraba la eficacia del propóleo que los días anteriores ingirió en cantidades industriales para cuidarse el instrumento vocal. Casi tres horas de concierto y esa sensación de que el final de los finales se acercaba. Quiero saber o La quiero a morir dieron paso a Amor postal, de su primer disco Aficiones. Un fin de fiesta optimista, el último kilómetro de una banda que ha demostrado que se puede salir al escenario en alpargatas y camiseta. Otra formación a incluir en la nómina de separaciones, en este caso amistosa y de común acuerdo. Así que El Puchero del Hortelano entró ayer oficialmente en el disco duro de la nostalgia...
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