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El abrazo del oso

Lo decía José Ángel Arias durante su intervención en la rueda de prensa en la que se presentó Granada Ciudad del Rock: "Son muchos los golpes que ha sufrido la música en directo de Granada y muy pocos los que ha devuelto". José Ángel, tal vez el menos conocido de los hermanos Arias, galardonados con la primera 'Púa de Plata' que concede esta nueva iniciativa, pero un activo agente contracultural y agudo analista tenía toda la razón. Con elegancia reivindicó el orgullo de pertenecer a una escena que muchas veces tuvo que bajar la cabeza para que a partir de ahora se pueda tocar con ella bien alta. "Una ciudad que no hace ruido es una ciudad muerta", sentenció. Los que tenemos memoria y algo de experiencia en el sector sabemos que algunos de los que ahora quieren hacer política con la escena rock de Granada miraron para otro lado durante treinta años, en el mejor de los casos, o utilizaron como arma electoral la lucha contra el 'ruido' a costa de los que se dejaban la piel para que Granada se convirtiera en lo que es hoy; a costa de los que desde la más absoluta autogestión, y la más vocacional actitud underground, donde verdaderamente florecen las propuestas más interesantes, al margen de las instituciones, luchamos contra la incomprensión, los palos en las ruedas, las zancadillas y la única política que durante 30 años han aplicado a una escena y un sector, el de la música en directo, que se tuvo que profesionalizar por sí solo, a fuerza de hostias, y que no es otra que la de las sanciones.

 

Los que ahora pretenden mercantilizar, rentabilizar y revalorizar la música en directo, -aunque ellos prefieren los eufemismos 'poner en valor' o 'Marca Granada'- son incapaces de entender que no todo se puede reducir a la condición de 'producto', que no todos estamos por la mercantilización de lo que amamos, porque nos parece una manera de prostituirlo y por tanto de destruirlo. Que me perdonen los voluntariosos y los optimistas, pero a mí ver a un concejal de la corporación que más daño ha hecho a la música en directo de Granada con una camiseta con la leyenda 'Granada Ciudad del Rock', cuando no sería capaz de reconocer el buen rock ni aunque lo atropellara, presentando un programa para vender al turismo el underground granadino en uno de sus santuarios, la sala Planta Baja que tantas veces ha sido vapuleada de manera ejemplarizante, me resulta muy poco creíble, por decirlo suavemente.

 

Conviene no olvidar algunos datos. Que fue en el marco de la lucha contra el botellón cuando desde el PSOE se aprobó la ley que hoy en día, a pesar de movimientos como el de #QueremosEntrar, sigue vigente y que impide a los menores de 18 años acceder a las salas de música en directo (solo a las privadas, donde se sirve alcohol; no así a los espacios escénicos de titularidad pública). En Madrid ya han conseguido que se modifique la norma; el gobierno de Susana Díaz sigue ocupado en otros menesteres. Que fue el gobierno municipal del PP el que en ese marco de lucha contra el botellón, decidió que en lugar de apoyar a los bares musicales, donde realmente debían beber los que así lo decidieran, se inclinó por construir ese monumento a la estulticia llamado botellódromo, al tiempo que reducía los horarios de apertura de los bares y las salas, donde realmente se inocula el virus de la música en directo que ahora dicen defender, multaba con sanciones impagables a los incumplidores, e imponía una norma demencial que criminalizaba a los bares musicales. Me refiero a la implantación de los limitadores de frecuencia, obligatorios en todos los bares a día de hoy. Alguien debió hacerse millonario instalando esos diabólicos aparatos, que no solo enviaban en tiempo real la emisión de ruidos a una central municipal, fiscalizando hasta la asfixia la actividad de todos y cada uno de los bares (he llegado a ser testigo de cómo la policía obligaba al dueño de un bar cerrado a abandonar el establecimiento que limpiaba, insisto, cerrado, porque el chivato limitador seguía mandando la señal a la central de que en él seguía habiendo actividad), sino que en pocos años consiguió acabar con la fama nocturna de Granada, foco de atracción turística y para miles de entusiastas nuevos estudiantes cada año. Ya en ningún bar se escuchaba la música con nitidez, castrada por unos limitadores que técnicamente eran indiscutiblemente pésimos. Actualmente, se puede escuchar la música a mucho más nivel de calidad sonora, en cualquier peluquería o en cualquier tienda de moda que en los bares musicales de Granada gracias a unas normas demenciales y a unos proveedores sin otro interés que los resultados.

 

La semana pasada los responsables de la sala Polaroid lanzaban un comunicado anunciando su rendición. Las sanciones impuestas por el Ayuntamiento hacían inviable el proyecto y, una vez más, otro emprendedor, en números rojos, claudicaba ante la política implacable del consistorio. Nadie hizo mención ayer en la rueda de prensa a esta sala que sin embargo, aparecía en el dossier distribuido por el Ayuntamiento como uno de los establecimientos condecorados con la púa que lo incluía en la 'Ruta de Rock'. Insisto, que me perdonen los voluntariosos y los optimistas, pero mientras no cambien la normativa que pone en manos del gobierno local infinidad de herramientas legales para cerrar cualquier local que le resulte molesto, mientras no modifiquen la norma que obliga a los bares musicales a no poder poner música en condiciones dignas, mientras no deroguen la ley que criminaliza la música en directo y que sitúa a la iniciativa privada en desventaja respecto a las promociones hechas desde lo público, no me creeré que las intenciones de ninguna institución sean sanas. Si lo fueran, utilizarían sus recursos para ayudar, y no sancionar, a los procesos de aislamiento de los que emiten por encima de lo permisible. Eso sí sería apoyar al sector, aunque no pudieran venderlo como un producto turístico. Mientras tanto, su apoyo solo me parece el abrazo del oso. Y prefiero que no pongan sus sucias manos sobre algo que algunos seguimos amando, a pesar de todo.

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