Agustín Barajas debutó con Duermevela en la Bienal de Flamenco de Granada
El espectáculo reunió a artistas como Miguel Poveda, Alberto Sellés y Sergio 'El Colorao'
En el marco de la primera Bienal de Flamenco de Granada, Agustín Barajas presentó el estreno de su nuevo espectáculo, Duermevela, una obra que combina la tradición flamenca con la exploración contemporánea del cuerpo, la memoria, ofreciendo al espectador un recorrido sensorial y emocional a través del sueño.
Duermevela se presenta como un viaje surrealista a través de los sueños, donde el protagonista atraviesa distintas etapas de su inconsciente. Esta perspectiva convierte el espectáculo en una experiencia poética y, al mismo tiempo, profundamente personal. La figura del héroe, encarnada por el propio Barajas, evoca la inocencia, la ligereza y la perseverancia de un niño explorando los recovecos de su mente, lo que recuerda al cuento de Peter Pan en su actitud despreocupada y su curiosa travesía por las profundidades de su mundo interior.
Barajas, a través de un lenguaje coreográfico simbólico y lleno de sutileza, establece un diálogo con la obra de Federico García Lorca, explorando la tradición del flamenco al tiempo que la proyecta hacia nuevas formas de expresión contemporánea. Cada movimiento del bailaor parece medir el espacio entre la vigilia y el sueño, y la escenografía acompaña con delicadeza el tránsito emocional del espectáculo, alternando sombras y luces que enfatizan la tensión dramática.
Desde el inicio, el público es testigo de la transformación del protagonista. En su primera aparición, Barajas aparece como un nazareno, con el capirote verde y un largo manto que, en la dinámica de la escena, deja de ser simple vestuario para insinuar un proceso de transformación, entre la inocencia infantil y el deseo de volar más allá de sí mismo. Este gesto provoca en el espectador la impresión de que la identidad del bailarín se disuelve y se reinventa, como ocurre en los sueños, donde todo es posible y las leyes físicas se subordinan a la imaginación.
A medida que avanza la función, el manto sufre una metamorfosis que sugiere un nacimiento simbólico de libertad: el tejido se despliega como alas, aludiendo a la posibilidad de convertirse en ave, un gesto que refleja la liberación de la conciencia y la expansión de la individualidad. Este elemento destaca la naturaleza surrealista del espectáculo, donde, como en el sueño, todo es posible y los límites de la realidad se flexibilizan. En esta fase, el vestuario actúa como extensión del cuerpo, convirtiéndose en herramienta expresiva que materializa la transformación psicológica.
La progresión del vestuario hacia un traje rojo, acompañado de la aparición de una máscara, simboliza la integración de las múltiples facetas del yo. Cada movimiento, cada cambio de luz y de espacio, permite al público percibir la densificación de la personalidad del protagonista: de la inocencia inicial se pasa a la confrontación consigo mismo y, finalmente, a la consolidación de la subconsciente. Esta transición del verde inicial al rojo final del traje simboliza el crecimiento, la madurez emocional y la densificación del personaje. La escena se vuelve casi táctil; la luz y la sombra acentúan la tridimensionalidad del cuerpo, y el espacio escénico se siente vivo, como si respirara junto con los movimientos del bailarín.
La aparición de segundo bailarín, Alberto Sellés, introduce un contraste dramático que se siente en cada rincón de la sala: blanco y negro, luz y sombra, espejo y reflejo. La confrontación entre ambos no es solo coreográfica, sino simbólica: bien y mal, conciencia y subconsciente, luz y sombra. La interacción entre los bailarines y los espejos crea la impresión de que la personalidad del protagonista se fragmenta y se reconstruye simultáneamente, invitando al público a un ejercicio de observación y reflexión sobre la complejidad del ser humano.
La escena de Silencio, donde Miguel Poveda canta desde un balcón mientras Barajas danza en el escenario inferior, genera un efecto físico en la audiencia: escalofríos, tensión contenida, una conexión inmediata entre la emoción de la música y el movimiento corporal. La iluminación en esta escena juega un papel decisivo, subrayando la tensión entre acción y contemplación, y reforzando la sensación de inmersión en el viaje interior del protagonista.
El acompañamiento musical, a cargo de Miguel Poveda, y un conjunto formado por Marcos Palometas (guitarra), Sergio 'El Colorao' (cante), Marta 'La Niña' y Aroa Palomo (cantaoras), Miguel Cheyenne (percusión) y Erik Sánchez (trompeta), refuerza cada etapa de la transformación, intensificando la percepción emocional y psicológica de la obra. La música, los movimientos, la luz y el espacio funcionan como un organismo único que guía al espectador a través de los distintos niveles del sueño y de la interioridad.
Con esta obra, Barajas confirma su interés por vincular el flamenco con la literatura, la memoria y la exploración de la identidad, ofreciendo al espectador no solo una función para observar, sino una experiencia en la que se siente, se analiza y se comparte la profundidad del inconsciente humano a través de la danza, la música y la dramaturgia visual.
En palabras del propio Agustín Barajas, Duermevela representa "una propuesta ambiciosa que marca un antes y un después en mi carrera y que se acogió con un apoteósico recibimiento". Una declaración que resume no solo la dimensión artística de la obra, sino también la intensidad de la conexión alcanzada con el público en esta primera Bienal de Flamenco de Granada.
Temas relacionados
No hay comentarios