10 años sin Carlos Cano
Un 19 de diciembre de 2000 se apagaba de pronto la vida del músico granadino tras sufrir un segundo aneurisma disecante de aorta que resultaría definitivo
La mañana de aquel martes frío y soleado dejó helado el corazón de media España. Aquel 19 de diciembre, hace hoy diez años, moría de madrugada el cantautor granadino Carlos Cano. Se había pasado tres semanas ingresado en estado crítico en el Hospital Clínico de Granada tras haber sufrido una recaída a causa del aneurisma disecante de aorta que padecía y que, cinco años antes, lo había puesto al borde de la muerte. Esta vez sí fue un golpe definitivo, justo cuando los médicos habían notado una tremenda mejoría y estaban a punto de darle el alta. Pero se desmayó de madrugada y, pese a que el equipo de urgencias estuvo dos horas con maniobras de resucitación, Carlos Cano decidió dormir para siempre. Su muerte fue un hachazo en la ciudad, en el país, en el mundo. Un golpe sin remisión. Con él se iba para siempre el mayor defensor de la copla andaluza, el cantante que la había rescatado de las connotaciones franquistas y folclóricas y la había devuelto a su auténtica vitrina: la de un canto popular de gran riqueza y hondura.
Carlos Cano fue algo más que un cantautor: fue un pensamiento. Fue también la voz del andalucismo más puro y honesto, el cantor de los emigrantes, de los trabajadores, la voz de los que no tienen voz. Un hombre alto, seco, oscuro con la sonrisa tremenda de los idealistas y los románticos.
Nacido en Granada el 28 de enero de 1946, Carlos Cano, antes de ser cantante fue lo que fueron muchos andaluces en los años sesenta: emigrante en Suiza y Alemania. Allí descubrió la realidad del desarraigo, las miradas de desdén y desprecio que hoy muchos españoles lanzan a los inmigrantes rumanos o marroquíes, el frío en los huesos y las jornadas interminables de trabajo mal pagado en aquellos países europeos pero que era una riqueza en una España pobres y gris y dormida. De aquella época surgirían canciones como El Salustiano o La miseria.
Tras su regreso a España entró a formar parte, en 1969, junto a poetas como Juan de Loxa o cantautores como Antonio Mata o Enrique Moratalla, del llamado Manifiesto Canción del Sur, un grupo que aunaba poesía y lucha social, sueños y denuncias veladas. Fueron los tiempos en que cantaba en la Universidad y ya se estaba forjando una voz y un espíritu. Fueron también los tiempos en que comenzó a viajar a París.
En 1975, el año de la muerte de Franco, decidió cortar su relación con los demás integrantes de Manifiesto Canción del Sur y volar solo, a su aire, lanzarse a la aventura, hacerse músico profesional, salir de Granada. De ahí surgió su primer disco, A duras penas. Era su tarjeta de presentación.
Con la llegada de la Transición, fue una de las grandes voces reivindicativas de la canción de autor. Temas como La verdiblanca, en honor de la bandera andaluza, o La murga de los currelantes se convirtieron en auténticos himnos.
El éxito le hizo sentirse libre y, en los años ochenta, comenzó a publicar discos más íntimos y pesonales como De la luna y el sol o Si estuvieran abiertas todas las puertas. Fue también la época en que decidió explorar nuevos géneros musicales, como la copla, el tango, la habanera, el fado.En 1986 publicó otro de los grandes éxitos que quedarían en el subconsciente popular: María la Portuguesa, inspirada en la historia de un pescador muerto a tiros.
Cuando Carlos Cano decidió reivindicar la copla como género grande, como una de las más altas expresiones de la música popular andaluza en discos del calibre de Cuaderno de coplas o Quédate con la copla, muchos se quedaron sorprendidos. Pero lo que estaba haciendo era abrir una nueva brecha, un camino nuevo y distinto.
Carlos Cano se fue haciendo más y más grande, más y más inteligente, más y más Carlos Cano. Su ferviente andalucismo, la defensa de su patria chica, su hondura emocional conseguían ensanchar los corazones de la gente. Su reivindicación de artistas como María Dolores Pradera lo llevó a otro plano de la creación.
Todo aquello se vio de pronto interrumpido en mayo de 1995, cuando Carlos Cano sufrió un aneurosima disecante de aorta. Trasladado de urgencia a Nueva York, fue operado con éxito en el hospital Monte Sinaí. Al despertar vio a una enfermera negra que se convirtió en su ángel de la guarda. Desde entonces, siempre diría que el había nacido el 25 de mayo de 1995 en Nueva York, provincia de Granada.
Estaba viviendo un tiempo extra. Tal vez para que pudiera completar el sueño que había acariciado durante 25 años: ponerle música a los versos de García Lorca en Diwan del Tamarit, una de sus obras cumbre. Tuvo cinco años más para cambiar de ritmo y de pareja, para cumplir los sueños que le quedaban, para vivir deprisa. Hasta aquella fría mañana de diciembre del año 2000.
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