Antonio Campos: "Tenemos que estar más hermanados unos con otros, solos no somos nada"
El guitarrista ha participado este verano en el espectáculo Llámame Lorca bajo la dirección de Manuel Liñán en el Teatro del Generalife, que se ha podido ver hasta el pasado 16 de agosto
El espíritu de Lorca reaparece en el Generalife de Granada de la mano de Manuel Liñán
Pregunta.— ¿Cómo fue su experiencia en el espectáculo Llámame Lorca con Manuel Liñán?
Respuesta.— No soy un actor, pero es verdad que, como este espectáculo está tan conceptualizado, hay que interpretar el personaje. Llevo muchos años trabajando con Manuel. Tenemos buena conexión. Manuel es un genio. Hizo un montaje precioso. Este es el sexto año que trabajo en el Generalife y este proyecto es el que más esencia de Lorca tiene. El sabor de Lorca que yo veo está presente más que nunca. La música de José Fermín es una locura y escuchar el poemario en la boca de Curro Albaicín es el regalo de la vida. Él lleva años retirado y ya tiene una edad. Tenerlo cada noche y poder disfrutar... Él tiene a Lorca tan metido en las venas que rompe el alma. Con mis compañeros, que somos todos de Granada, formamos una comunidad total
P.— Nació en Tarragona, pero usted es granadino. ¿Cómo está presente Lorca en su vida artística?
R.— Lorca está muy cerca de mí. Mi abuela era de Fuente Vaqueros, tuve la suerte de tenerla hasta los 94 años. Ella contaba: "Vivimos en la misma calle que Federico García Lorca, pero su familia vivía en el paseo y nosotros más para el campo". Ella contó que Lorca tenía mucha pasión por los gitanos y aún más por los niños. Recordó que Lorca metía a los niños gitanillos dentro de su casa y les daba de comer, aunque parecía que sus padres eran un poco reacios, él siempre daba de comer. Y luego los sacaba por diferentes puertas de la casa. Él vio cómo los niños pasaron la fatiga y la pobreza. Tuvo un corazón grande y, además, tenía pasión por el pueblo gitano.
P.— ¿Qué siente usted cuando canta o toca la guitarra o el cajón?
R.— Me divierto mucho. A veces tengo la necesidad de cantar, así que canto o toco.
P. — Su familia es su fuerza
R.— Mi familia es todo. Yo no sé hacer nada sin mi familia. Cada vez que hago algo mi familia viene. Mi mujer ha visto Llámame Lorca dos veces. En el día del estreno vinieron treinta familiares. En Navidad, entre tías, sobrinos y primos hermanos, juntamos como 57 personas. Mi primera guitarra tiene una historia muy especial. Soy un afortunado. Tenía una guitarrita que me compraron mis padres en una tienda de juguetes. Un día, en Navidad, estaba tocándola y se me rompió. Yo lloraba como una Magdalena, porque me había quedado sin guitarra. Mis familiares dijeron a mis padres que iban a poner 5.000 pesetas cada uno y que el resto lo pusiera mi papá para comprar al niño una guitarra buena. En 1986, 5.000 pesetas equivalían a unos 30 euros actuales, pero hoy en día, sería como si cada uno hubiera puesto 200 euros. Así con 14 años compré mi primera guitarra de verdad.
P.— ¿Todavía la tiene?
R.— Claro, siempre va a ser mi guitarra. Esa guitarra la usé muy poco y la tengo como un paño. Sabían que ese era mi espacio. Son historias que para mí son muy importantes. Solo imagina lo que esta guitarra significa para mí. Cada vez que la cojo tengo a mi familia aquí pegadita al corazón. Jamás la venderé.
P.— ¿Cree en la mística?
R.— Cada día creo más en Dios, en las personas. Aunque muchas veces fallamos, todos estamos dentro de todo. Tiene que haber algo superior a todos nosotros. Es verdad que durante un tiempo estaba espiritualmente bastante muerto, pero ahora llevo un tiempo alimentando mi parte espiritual porque cada día me doy más cuenta de que creo que el planeta está como está: es una cazuela de locos. Tenemos que estar más hermanados unos con otros, solos no somos nada. Nadie tiene el poder de nada. Somos fuertes cuando nos juntamos con las personas, con amor, con cariño. Hay gente que sueña sobre el paraíso, pero lo tenemos aquí. Estamos tan ciegos, cada uno con su ego o su historia, haciendo creer que la vida es mentira. Dentro del sistema ya es imposible inventarlo. Al menos, hay que tomarse un momento para pararse, reflexionar y meditar. Quien quiera rezar, que rece. Quien quiera adorar cantando, que cante.
P.— ¿Cantar es una forma de meditar?
R.— Totalmente. Sigo disfrutando como un niño, tengo un rinconcito en mi casa donde tengo mis instrumentos como batería, cajón, contrabajo, guitarra. Por la mañana, toco con Tina Turner, por el mediodía a lo mejor La Niña de los Peines y por la noche, como Richard Bona. En mi casa estoy feliz. Le doy al "play" como hacía cuando era niño con un casete. Ponía la cinta, tocaba e imaginaba que estaba tocando con ellos. Sigo así, tocando con el "play" en mi ordenador. Cada día me gusta más tocar con la gente y casi ya no hago proyectos en los que vaya a estar solo; simplemente no los hago ni quiero hacerlos. Necesito estar en contacto con la gente.
P.— Usted participó con la grabación Granada baila por tango.
R.— Esto fue otro golpe de suerte. Creo que este disco ha sido uno de los hechos más importantes que han ocurrido en Granada. Le dio un vuelco brutal al flamenco local. Por supuesto Enrique Morente hizo grandes grabaciones, pero lo verdaderamente grande fue esta producción. Granada baila por tango fue un trampolín fundamental para la ciudad. Hasta entonces, el flamenco se había concentrado en el famoso triángulo de Sevilla, Utrera y Cádiz, y Granada, al estar más al levante, quedaba bastante apartada. Creo que este disco abrió la ventana que Granada se merecía, demostrando que aquí había una riqueza musical diferente al resto del territorio.
P.— Usted dice frecuentemente que tiene mucha suerte en la vida. ¿Por qué?
R.— Porque la vida no para de darme regalos que yo ni siquiera he pensado ni he soñado. Me sigue sorprendiendo con regalos. Por ejemplo, me ha regalado una familia increíble. En mi infancia he visto mucho amor y cariño. Y desde que era niño pequeño, el flamenco me atraía mucho. En la casa de mi abuelo Juan había muchas de las grandes figuras del flamenco. Un niño crecía de manera natural allí, rodeado de todo eso. He vivido tantos sueños maravillosos que no es normal. No quería balones o la bicecleta, tenía un tocadiscos. Me regalaron los discos, todavía tengo los vinilos. La mayoría de ellos son de mi infancia. Era un niño que crece viendo a Manuela Carrasco en los grandes festivales del flamenco. De pronto llega el día en que me suena el teléfono: Joaquín Amador, marido de Manuela, me dice que ella quiere que le cante. El teléfono lo coge Manuela Carrasco y nos hablamos.
P.— ¿De qué se arrepiente usted en la vida?
R.— Empecé a sentirme un poco cansado, porque llevo 27 años dando vueltas por el planeta y necesito mi casa y reencontrarme con mis hijos. Eso es lo único que puedo reprocharle al tiempo: no haber estado con ellos. Ya son mayores y me perdí muchos momentos importantes en los que debía estar como padre, y eso me duele en el alma. Para echar un poco la vista atrás, lo diré de otra manera: la vida me llevaba a mí, jamás programaba nada. No soy yo quien vive la vida, es la vida la que me vive a mí. Mi hija, de 27 años, y mi hijo, de 22, son mis debilidades.
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