Artistas de Granada | Ángeles Agrela

Eternamente joven

  • La obra de la creadora jienense va madurando muy bien y alcanzando unas cotas artísticas que ya son de absoluta trascendencia

La pintora Ángeles Agrela, en su última exposición en Granada.

La pintora Ángeles Agrela, en su última exposición en Granada. / G. H.

Fue una de las jóvenes de su promoción que más pronto destacó por sus novedosos planteamientos. Era lógico que, con aquel grupo tan trascendente de compañeros, ella tuviese que marcar muchas amplias y buenas posiciones. No se podía ser una más dentro de tan importante número de buenos hacedores, todos con una personalidad artística tremendamente acusada. Ángeles Agrela, además de muy buena artista, demostraba tener una gran inteligencia. Supo que era el momento de tomar distancias en un arte que, en aquellos últimos años de la anterior centuria, se necesitaba y se quería nuevo y se imponían modos que alteraran tantos años de igualatorios planteamientos.

Por eso, la artista nacida en la localidad jiennense de Úbeda -las primeras promociones de la Facultad estaban llenas de jóvenes llegados de la provincia de Jaén que, después, serían el núcleo modular del arte que, desde Granada, coparía el panorama artístico español- empezó dejándonos constancia de un desparpajo artístico digno de encomio y de unos alcances creativos que eran absolutamente distintos a los que se planteaban dentro del acusado adocenamiento reinante en la plástica del momento.

Agrela, rápidamente, comienza a dar señales de su novedoso lenguaje lleno de circunstancias diferentes y, además, con un claro poder de convicción que se ganaría la admiración y el respeto de la mayoría del sector del arte. Su obra empieza a hacerse presente en todos los circuitos expositivos y galerías de contrastada solvencia se fijan en ella y dan cabida en sus catálogos a una artista que destacaba por su personalidad, su lenguaje distinto y sus particulares formas que se abrían a lo mejor que el arte contemporáneo podía plantear en aquellos momentos de clara asunción de nuevas realidades.

A lo largo de su historial, ya amplio y lleno de éxitos a pesar de la, todavía, aplastante juventud, la creadora ha ido quemando sucesivas etapas, siempre con un planteamiento artístico contundente que deja bien a las claras el entusiasmo hacia un arte que ella consigue que abra los máximos horizontes. En una primera etapa, la artista realiza unas acciones que dejan en suspenso los habituales sistemas ilustrativos de lo real para plantear actuaciones donde unos personajes actúan como elementos objetuales; asimismo realiza proyectos performativos que calan en el medio artístico y levantan las máximas expectativas en unos atónitos espectadores que observaban la nueva realidad y el diferente compromiso artístico de una autora distinta y cuya obra no dejaba indiferente.

Poco a poco el discurrir creativo de Agrela abandona el inquietante ejercicio actuante y se adentra por los argumentos de una pintura que, en sus manos, adquieren una personal y feliz dimensión estética. La figura humana es la protagonista determinante de una obra que iba mucho más allá de la representación activa de la misma. Ésta adopta un sentido distinto al propio de su estamento, que va conformando estructuras tangentes y mediatas a una realidad a la que ella concede una nueva dimensión. Así empiezan sus series sobre el camuflaje, con la figura femenina adoptando nuevos modelos que interactúan y ofrecen desarrollos y desenlaces inesperados. El camuflaje no es sino el punto de partida para un abierto recorrido con la realidad humana y sus infinitas circunstancias como generador de situaciones.

El cuerpo permite las acciones más variopintas; alrededor de su naturaleza se genera todo tipo de experiencias y una de las que la artista más se vale es la de la propia apariencia. Así Agrela se reviste de tejidos para confundirse con el entorno, pero también, permite recrear el propio concepto de traje, su realidad física y sus distintas posiciones mediatas en torno a un cuerpo conformante cuya ausencia y presencia también desarrolla una potestad significativa. Más tarde vendría series que se introducían en la historia del arte para dar a sus realizaciones otro sentido, una dimensión más a lo Agrela, ese espíritu que la artista concede a todas sus realizaciones y que patrocinan un lenguaje único, personal e intransferible.

La artista ha sentido por la figura femenina un especial interés a lo largo de su carrera y será en sus últimas series cuando la mujer adopte una mayor fuerza representativa. Ésta suscribe un realidad que abarca más que el simple retrato para buscar espacios con muchos más horizontes. La figura de Agrela siempre posibilita una entidad que, a pesar de los rasgos inmediatos, encierra una mediatez que la lleva a un sentido de especial patrimonio icónico. Sus imágenes descubren mundos velados -el sentido de camuflaje que ha sido una constante a lo largo de su carrera sigue manteniéndose en estas obras- donde los rostros, muchas veces, enmascaran otra realidad que sólo se presiente.

Su ideario se ilustra en su obra mediante una particular estética pop que deja al descubierto un universo de poderosas concreciones y que, sobre todo, en el tratamiento de los cabellos, ese trasunto de lo real adopta formas de impactante sentido plástico. Y es que, además, la artista nos dispone un perfecto juego de intenciones plásticas, un soberbio patrimonio de lo formal que, desde él, nos introduce en los medios de esa dimensión conceptual que siempre ha caracterizado su obra.

Ángeles Agrela lleva años escribiendo una de las páginas más importantes de la historia del arte que se hace en Granada. Su obra va madurando muy bien y alcanzando unas cotas artísticas que ya son de absoluta trascendencia. Y, sobre todo, sigue haciéndonos partícipes de un arte que, en ella, permanece eternamente joven.

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