Una casa a veces no es un hogar
Lo poco que he leído de Stephen King -que será probablemente lo único suyo que lea- se remonta a la década de los 80, cuando King era el niño bonito de Hollywood y de las adaptaciones de sus novelas se ocupaban primeros espadas como Stanley Kubrick, David Cronenberg o John Carpenter. La fiebre pasó y el tiempo ha acabado poniendo al escritor en su sitio, como proveedor de argumentos para producciones de escaso fuste, aunque aún haya algún buen cineasta obsesionado con él, tal el caso de Frank Darabont, que ha dirigido tres películas inspiradas en narraciones suyas… Menos popular, pero mucho mejor escritor, es Richard Matheson, a quien Stephen King considera una especie de padre putativo; en un gesto de sinceridad, corroído por el engreimiento, éste último confesó: "Cuando la gente habla del género de terror, supongo que mi nombre es el primero que se menciona, pero sin Richard Matheson yo no estaría aquí". Y seguramente el nombre de Matheson se recordará cuando el suyo caiga en el olvido, me permito añadir.
Al igual que la de King, la obra narrativa de Matheson ha inspirado numerosos largometrajes y telefilmes. Al contrario de King, además de trabajar estrechamente en la mayoría de estas adaptaciones, Matheson ha desarrollado una notable carrera como guionista y su nombre está vinculado a varios títulos clave del cine fantástico. Como literato cuenta con varios títulos importantes en su haber, tal es el caso de La casa infernal, un notable relato de terror, variante casas encantadas o malditas, objeto de una pronta versión cinematográfica. La historia es sencilla: un magnate nonagenario, en busca de pruebas de la existencia de vida tras la muerte, envía a un grupo de expertos en parapsicología a la mansión Belasco, en Maine, "una casa que había dejado a sus espaldas una espeluznante leyenda de muertes, suicidios y locura. Una casa terriblemente impura". Belasco, una moderna encarnación de Cagliostro o Rasputín, habría consagrado su fortuna y sus días a probar todos los excesos imaginables; ahora, según cuentan, su espíritu depravado se pasea entre los muros de su guarida. Si el grupo de parapsicólogos demuestra la presencia de fantasmas en el lugar, cabría deducir, el estertor último es únicamente un peaje en una travesía de largo recorrido.
El grupo de parapsicólogos está integrado por el doctor Barrett y su esposa, Edith; Florence Tanner, una reputada médium, y Ben Fischer, el único superviviente de una investigación realizada en dicha mansión treinta años antes. Barrett pretende afrontar los hechos desde un punto de vista estrictamente científico (según él, la parapsicología debería estar englobada, como una ciencia natural más, dentro de la biología). El doctor no cree en espectros, sino en corrientes de energías pendientes de estudio, campos electro-magnéticos y fluidos psíquicos, y su reacción ante las primeras manifestaciones sobrenaturales es de incredulidad. No da ninguna validez al miedo de sus compañeros hasta que empieza a sentirlo en su propia piel. Los fenómenos extraños se suceden y para cuando Barrett acepta la gravedad de la situación, ya es tarde… Una idea pende, cual espada de Damocles, sobre la historia: contrariamente a cuanto creemos, no es que los hechos se repitan de manera cíclica, sino que éstos en verdad jamás acaban.
El propio Matheson se ocupó de convertir el libro en libreto. Por imposición de los productores, descartó o redujo la intensidad de los pasajes de mayor voltaje; de haber rodado ciertas escenas tal cual están descritas, el film habría incurrido en los excesos sangrientos del 'gore' o en una explicitud sexual cuasi pornográfica. Con bastante buen juicio, Matheson eliminó asimismo episodios espectaculares que estaban fuera del alcance de los efectos especiales de la época. La leyenda de la mansión del infierno (1973) -así se tituló la película- es una obra menor, no desdeñable. John Hough quizás fuera un cineasta escasamente sutil; sin embargo, esta falta de sutileza no perjudica un relato sustentado en la crispación. Hough crea una atmósfera rarefacta, de deseos reprimidos o perversos, que funciona aceptablemente bien. Entre lo peor, hay que señalar su tendencia al subrayado y el recurso a trucos fáciles; algunos de los cuales, todo sea dicho -como el empleo de travellings para sugerir el avance de un ente invisible-, conforman la esencia del cine de terror. No se olvide, en este género, el auténtico monstruo es la cámara.
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