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El pasado 26 de junio, el Patio de los Mármoles del Hospital Real se convirtió en un espacio privilegiado para la evocación, el diálogo y la belleza compartida. En el marco del Festival Internacional de Música y Danza de Granada, los conjuntos Accademia del Piacere y Constantinople presentaron el concierto De Al-Ándalus a Isfahán, una propuesta que, más allá del deleite estético, se erigió como manifiesto sonoro de la hermandad entre culturas.
Festival de Granada: De Al-Ándalus a Isfahán. Programa: Panj-gâh pishrow, Golestan; Fahmi Alqhai, Glosa sobre el Pange Lingua; Pishrow Mohayer, Ghome Ajam; Osul Duyek, Pir-e Mey Foroush; Francisco Guerrero, si tus penas no pruebo (glosa de Fahmi Alqhai); Luis de Narváez, Diferencias de Conde Claros; Aga Mu’men, Nikriz Pishrow; Alonso de Mudarra, Fantasía que contrahace la harpa en la manera de Ludovico y Romanescas; Dimitrie Cantemir, Buzurg; Miguel de Fuenllana, Fecit potentiam y Fantasía 37; Santiago de Murcia, Fandango (arreglo Fahmi Alqhai); Kiya Tabassian, Chavosh. Accademia del Piacere: Fahmi Alqhai, Rami Alqhai y Johanna Rose, Constantinople: Kiya Tabassian, Didem Basar, Patrick Graham y Hamin Honari. Lugar y fecha: Patio de los Mármoles, 26 de junio de 2025.
Inspirados por los relatos cruzados de Ruy González de Clavijo y don Juan de Persia, el programa viajó simbólicamente desde la Sevilla renacentista hasta las cortes persas y otomanas, rescatando la memoria de un mundo en el que la música, la diplomacia y el asombro se daban la mano. No fue, sin embargo, una simple reconstrucción historicista. Bajo la dirección conjunta de Fahmi Alqhai y Kiya Tabassian, se trató de una recreación viva y contemporánea, construida con respeto musicológico, pero también con libertad artística, intuición expresiva y profundo conocimiento técnico.
El conjunto instrumental reunido para la ocasión fue una muestra de equilibrio y diálogo: las tres violas da gamba, tocadas con maestría por Fahmi Alqhai, Rami Alqhai y Johanna Rose – miembros de la Accademia del Piacere –, ofrecieron una base sonora rica y flexible que abrazó tanto los ecos del Renacimiento español como los modos orientales. Su intervención en obras como Si tus penas no pruebo de Francisco Guerrero o las Romanescas de Mudarra, adaptadas por Alqhai, fue sencillamente sublime. En ellas, las cuerdas de la viola parecían hablar un lenguaje antiguo y renovado, entrelazándose con una armonía natural, como si entre cada nota se filtrase la melancolía del tiempo.
A su lado, la delicadeza del kanun de Didem Basar y la espiritualidad del setar de Tabassian añadieron una dimensión sonora que parecía flotar sobre las texturas graves de las violas, creando un espacio intermedio entre la tierra y el aire. Fue particularmente notable la forma en que estas sonoridades se integraron en piezas como el Pishrow Mohayer o Nikriz, donde la ornamentación oriental se encontró con las estructuras polifónicas occidentales sin fricción, como si se hubieran estado esperando durante siglos.
La percusión, a cargo de Patrick Graham y Hamin Honari, aportó no solo ritmo, sino color y dramatismo. Panderos, darbukas y sonajas marcaron las intensidades emocionales del concierto, a veces como murmullo que acaricia, otras como pulso vital que atraviesa el cuerpo. Particularmente inspirada fue su improvisación sobre el bajo rítmico del Fandango de Santiago de Murcia, donde verdaderamente supieron extraer el carácter vivo de la danza a estos instrumentos.
La voz de Kiya Tabassian, por su parte, fue el alma del repertorio oriental en obras como Golestan o Pir-e Mey Foroush; pero estuvo especialmente conmovedora en la interpretación de Chavosh, su propia composición, que sirvió de epílogo perfecto al concierto: un canto de esperanza, una plegaria moderna nacida de tradiciones milenarias.
Pero más allá de la excelencia técnica, lo que hizo memorable este concierto fue su capacidad de construir un puente entre culturas. De Al-Ándalus a Isfahán no fue una suma de músicas ni un cruce artificial de repertorios; fue una sinergia real, un espacio común en el que las diferencias no se disolvían, sino que se celebraban como parte de una herencia compartida. En tiempos donde el discurso público se llena de barreras, esta propuesta apostó por el encuentro, por la resonancia mutua, por la belleza de lo híbrido.
Granada y sus moradores han sido testigos de una historia entrecruzada de culturas. Por eso, se configura como el escenario ideal para este experimento artístico y humanista. Bajo las luces suaves del Hospital Real, la música sonó no solo como arte, sino como acto político, como afirmación de un pasado plural y como deseo de un futuro en común.
El aplauso final retumbó en el Patio de los Mármoles, un espacio que nuevamente fue testigo de una velada histórica, convertida en una brújula para el porvenir. La insistencia del público asistente sirvió de acicate a los músicos para ofrecer un bis, símbolo de la concordia entre los dos universos sonoros explorados durante el concierto: Nikriz de Aga Mu’men.
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