El parqué
Con el foco en Ucrania
Decía Paco Almazán allá por 1970 en aquel bastión intelectual antifranquista que fue la Revista Triunfo, que los flamencos “tienen que vivir y expresar profundamente las contradicciones y los anhelos de la sociedad en que viven y a la que se dirigen”. A pesar de todo lo que ha llovido desde entonces y de cómo está hoy el patio, la vigencia de este aforismo es absoluta. Lo flamenco, entendido como lo que siempre ha sido -una práctica artística contemporánea-, nos habla de sus heridas y sus amarguras, de su júbilo y su plenitud, de su deseo y sus gozos de una forma propia de los tiempos que corren.
***** Manuel Liñán & Compañía. Espectáculo: 'Muerta de amor'. Dirección y coreografía: Manuel Liñán Artista Invitada: Mara Rey. Lugar: Teatro del Generalife: Fecha: 24 de junio 2025.
Y de todo ello y de más cosas nos habló el pasado martes Manuel Liñán (Granada, 1980) en su Muerta de amor, espectáculo creado en la residencia que Miguel Marín dirige en Torrox -¡cuánta falta hacen residencias como esa!-, estrenado en los Teatros del Canal de Madrid y que ya pudieron ver en la pasada Bienal de Flamenco de Sevilla, entre otros espacios escénicos.
Liñán aterrizaba en el Festival Internacional de Música y Danza de Granada después de cinco intensos años en los que ha girado mundialmente su imprescindible ¡Viva! -antecesor de este nuevo espectáculo-, ha estrenado su Pie de hierro (2021) -en homenaje y amor a su padre- y ha recibido múltiples premios y reconocimientos, consolidándose como una figura ineludible para entender lo flamenco de hoy.
A partir de una pregunta tan simple como difícil de responder -¿Qué es el amor?-, el bailaor granaíno, junto con un elenco espléndido y arrollador, nos atravesó con una respuesta diversa y divergente, inclusiva y coral, en la que caben la tragedia y la locura, el sexo y la pasión, el desprecio y la atracción… y todo sentir que se te venga a la cabeza al hablar de amor.
Y es que iba de eso la cosa. Aunque Muerta de amor presenta una secuencia de piezas clara -y quizás previsible y algo reiterativa- en la que se alternan los bailes a solo, a dúo y con todo el prodigioso elenco de bailaores, es en lo íntimo de la pareja donde se produce la transfiguración que provoca todo acto de amor y donde se consigue un mayor impacto sensible: con Juan Tomás de la Molía -en unas pícaras alegrías y sobre todo en un carnal tango posterior- o con José Maldonado -en unas sevillanas sosegadas, sensuales y verdaderamente irresistibles- Liñán se expande de forma jonda y muestra la virtud de todo el diálogo artístico y coreográfico que pone en juego, tal y como hicieron allá por los años setenta Mario Maya y Eduardo Serrano 'El Güito' cuando pusieron en escena el baile a dúo entre hombres.
A todo ello hay que sumar además, en absoluto de forma accesoria sino decisiva e imprescindible para captar la complejidad de la propuesta, la participación de Mara Rey como artista invitada. Con su voz desgarrada pero poderosa, Rey encarna la exaltación impulsiva de la copla e hila todo el espectáculo con ejemplos tan paradigmáticos y reconocidos como Me muero, me muero, Esclavo de tu amor o A que no te vas. La copla penetra en la vida de Liñán desde su adolescencia y acompaña a sus propias historias de amor. Aquí va guiando el camino emocional hacia el éxtasis final.
Pero como todo amor es también una muestra de pasión colectiva, son fundamentales el fervor de Juan de la María al cante, la persistencia de Fran Vinuesa a la guitarra y su extraordinaria labor compositiva, la elegancia de Víctor Guadiana al violín extendido y la pauta rítmica de Javier Teruel en la percusión.
Ay querido/a lector/a, permíteme que rectifique: es casi seguro que el mayor impacto sensible no fuera como antes he dicho, sino que se consiguiera con un espléndido y liberador fin de fiesta en el que se desataron todas las emociones contenidas y expresadas hasta ese momento. Tras pasajes conmovedores como la apertura de Miguel Ángel Heredia con la copla En el último minuto, la hermosa guajira de José Ángel Capel, la muestra de ballet de David Acero con una impecable factura técnica y, quizás sobre todo, la bulería a solo del propio Liñán ataviado con partes de piel textil de cada uno de sus compañeros, presenciamos un final apoteósico, a lo Bambino, pleno de energía enamorada y satisfacción estética colectiva. Como cierre simbólico se proyecta sobre la boca del escenario la frase “Cualquiera, pero que alguien me quiera”, con la que Liñán proclama al amor como imprescindible alimento y aliento vital -el aliento, tan presente también en el espectáculo-.
Mención aparte merece la labor artística de Ernesto Artillo (Málaga, 1987), ese talento oculto para el gran público pero que transfigura y guía a algunxs de lxs artistas más interesantes de la escena cultural contemporánea y que aquí se encargó del textil y del acompañamiento artístico.
Es posible que el amor sea como un campo emocional que se busca a través de cuerpos externos, como afirma el granaíno en el documental que sobre él acaba de estrenar el prestigioso canal francoalemán ARTE, titulado El bailaor Manuel Liñán. Un flamenco de nuevo género. Si es así, en Muerta de amor no vemos a personas distintas sino que podemos imaginar a diversas identidades del propio Manuel. Así, y a la manera de un José Pérez Ocaña reloaded, Liñán encarna la raíz queer del flamenco que tan bien ha estudiado el pensaor Fernando López Rodríguez. El público lo supo. Y así lo reconoció al final, con un inmenso aplauso, orgulloso y jondo, vivo de amor.
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