Curro Albaicín: "Tendrían que poner un monumento a Lorca en la Alhambra o en el centro de la ciudad"

El cantaor repasa el papel fundamental del poeta de Fuente Vaqueros en su trayectoria artística

El espíritu de Lorca reaparece en el Generalife de Granada de la mano de Manuel Liñán

Curro Albaicín sentado en unos bancos en el Generalife
Curro Albaicín sentado en unos bancos en el Generalife / ANTONIO L. JUÁREZ / PICWILD
Daria Zelenska

Granada, 14 de agosto 2025 - 13:48

–Usted tiene una amistad larga con Manuel Liñán. También la figura de Lorca ha sido importante en su trayectoria.

–Llevo muchos años mirando a García Lorca, desde que yo era joven, siguiendo la figura de Federico. Fui el primero en España que le hizo un homenaje el 18 de junio, en la fecha en que lo mataron. Siempre he recitado a Federico, incluso cuando no se podía por la dictadura de Franco. Llevaba a Manuel Liñán, cuando él era un niño, en mi cuadro flamenco, luciéndose: él bailaba y yo recitaba. Así Manuel Liñán conoció a Lorca, a través de mis poemas y de las historias que yo le contaba sobre Federico. He pasado toda mi vida recitando sus poemas, por toda España, por el mundo, por todos los pueblos de la provincia, siempre llevando a Federico conmigo.

–¿Сómo consiguió su primer libro de Lorca?

–Tenía 13 años. Jugábamos cerca de la puerta de la cueva donde vivía, cuando llegó un coche con unos señores. Los niños nos acercábamos a los extranjeros para acompañarlos, esperando que luego nos dieran una propina. Yo fui el primero en acercarme al coche, y uno de ellos hablaba español, pero era argentino. Me preguntaron por Víznar. Yo lo conocía porque el panadero que nos traía el pan era de allí. Les dije que podía llevarlos. Este argentino quería grabar un reportaje en el lugar donde mataron a Federico. Fuimos y, cuando terminamos, me dieron un pequeño regalo económico y un ejemplar del Romancero gitano editado en México, su primera edición. Cuando regresé, mi padre, que era de izquierdas, me advirtió de que podríamos tener problemas con la dictadura. Me dijo que lo rompiera o lo quemara. Pero yo lo llevé a la cueva de una tía mía, donde ella lo escondió. Más tarde, cuando tenía 20 años, empecé a hacer recitales, aunque todavía estaba prohibido porque Franco seguía vivo. En 1974 colgué una foto de García Lorca en mi cueva y comencé a recitar ante el público.

–¿Con quiénes del círculo cercano a Lorca llegó a relacionarse personalmente?

–Conocí a personas cercanas a él, como Paco de Loja, que fue el chófer de la casa de Federico; el poeta Luis Rosales, que lo ocultó; o el hijo del banderillero que mataron junto a él. La historia de Federico siempre me interesó y marcó mi trayectoria. Tuve muchos problemas con la dictadura, porque no se podía recitar en aquel tiempo. Incluso hubo un intento de asesinato contra mí. Miembros de Fuerza Nueva entraron en mi casa y me dispararon, para que dejara de recitar a Federico. El tiro dio muy cerca, en la pared. En ese momento había más gente conmigo y se asustaron al ver a los atacantes con la cara tapada. Siempre tuve muchos problemas por mi participación en manifestaciones y por luchar tanto por la libertad.

–¿Y usted nunca tuvo miedo de defender a Federico?

–No. En aquel tiempo era muy joven, tenía muchas ganas de libertad y no me importaba. Estaba muy activo contra la dictadura, luchando como podíamos. En las manifestaciones, la Policía nos golpeaba, lanzaba bombas de humo y pelotas de goma, y metieron presos a muchos amigos. Federico era para mí como un ídolo. Su asesinato, siendo él tan joven, me causó un gran impacto, al igual que su condición de homosexual. Fue una labor muy importante y peligrosa. Fue duro, pero gracias a esa lucha llegó la democracia.

–¿Qué poemas recita en el espectáculo?

–Los dos primeros son La luna vino a la fragua y Soledad Montoya es del Romancero Gitano. Y el Réquiem, que interpreto al final, es un poema de Rafael de León, poeta sevillano que fue amigo de Federico. Yo siempre he llevado a Federico en mis espectáculos. Hice un cuadro flamenco con baile, soleá, seguiriya, niños bailando, cantaores, guitarristas… y yo hacía mi parte de Federico, recitando mis poemas en mi número. Yo llevé los poemas de Federico por toda la provincia, igual que Federico hizo con La Barraca, llevando el teatro a todos los rincones. Incluso estuve en Nueva York, presentando el primer premio García Lorca. Federico siempre ha sido mi luz de guía.

Curro Albaicín en una escena del espectáculo ‘Llámame Lorca’, de la compañía del coreógrafo y bailaor granadino Manuel Liñán
Curro Albaicín en una escena del espectáculo ‘Llámame Lorca’, de la compañía del coreógrafo y bailaor granadino Manuel Liñán / Antonio L. Juárez / Pick Wild

–Y su traje… hablando del traje rojo, parece un fantasma.

–Los personajes de Federico eran surrealistas. Hizo muchos arlequines y payasos, era surrealista. Por eso me pusieron este vestuario, recordando a Federico y a sus personajes. El último traje, de color rojo, es por la sangre: toda esa parte está dedicada a eso, con batas de cola rojas. Cuando recito al final, hacen como un río de sangre. Los claveles son un elemento de decoración, aunque la flor que realmente le gustaba a Federico eran los nardos; escribió muchos poemas sobre ellos. Manuel es un gran artista: monta con mucho conocimiento de lo que hace. Todo estaba bien preparado. Ya me cuesta un poco por la edad, pero él organizó todo con precisión: sabes exactamente cuándo tienes que entrar o salir. Es un gran coreógrafo, aparte de que baila muy bien. También trabajó mucho en el Sacromonte, en las cuevas. Yo también lo llevé a muchos sitios, incluso a Marruecos y Francia. Manuel Liñán hizo algo muy moderno con la zambra en este espectáculo, cuando salen con bañadores y guitarra eléctrica. Yo no lo veo feo, porque también se tiene que evolucionar. No puede quedarse igual toda la vida. Si los jóvenes le ponen otras cosas, aunque mantengan la base importante, es bueno que hagan cosas diferentes con la zambra.

–¿No le parece curioso que cuando hizo el homenaje a Lorca estuviera prohibido y ahora todos hablan de él, incluso los políticos?

–Ahora es al contrario. Lorca es un personaje importante; se habla de él en todo el mundo. Aquí también se está dando importancia a la ciudad por su figura, como Málaga con Picasso. Todavía no le han hecho en Granada un homenaje importante, como deberían. Sobre todo, tendrían que ponerle un monumento en la Alhambra o en el centro de la ciudad, porque es uno de los poetas más populares y, además, es granadino, y lo mataron. Hay un pequeño monumento en la Avenida de la Constitución, sentado, pero habría que hacer más. Los extranjeros vienen por su figura.

–¿Qué es el duende?

–El duende es algo muy raro, como una aspiración, cuando estás actuando y lo haces con sentimiento, eso es lo que yo creo que es el duende. Es tu sentimiento cuando cantas, bailas o tocas la guitarra; lo haces con cariño, con ilusión, para que salga tan bonito que la gente lo perciba con atención. Eso es el duende: la manera de hacerlo y la transmisión hacia la persona que lo ve y escucha. Cuando recito poesía, la siento igual que las canciones que canto. Todo eso lo percibe la persona que está delante, y eso creo que es el duende. Es la inspiración del instante, ese momento en que sale algo muy bueno y bonito, y la gente lo recibe, se emociona.

–¿Cómo está la situación con la zambra?

–La zambra se hizo por primera vez en 1840. Durante siglos funcionó muy bien en el barrio. Se difundió por el mundo, estuvo en la Exposición de París en 1900, en Buenos Aires… se movió mucho. Pero hoy está en decadencia, desde que la inundación en 1963 expulsó a mucha gente del barrio.

–¿Usted siempre ha vivido en el Sacromonte?

–Viví un tiempo en el Albaicín, en una casa árabe. Pero casi siempre he vivido en el Sacromonte, llevo mucho tiempo en el barrio. De aquí no quería salir. No podía irme a vivir a un piso. La temperatura en la cueva es muy buena: mantiene 18 grados todo el año. Te sientas a la puerta de la cueva por la noche y la vida es muy diferente: ves cómo pasa la gente por la calle. Además, es un barrio muy bonito, con el río al lado. El Albaicín es muy bonito, pero tiene calles estrechas y placetas. Aquí, en cambio, encuentras las montañas, perfecto para sembrar y vivir en armonía con la naturaleza.

–Usted tuvo una infancia bonita, ¿es verdad que se bañaba en el río desde febrero?

–Para los niños era una delicia. Todo el día estábamos jugando por la montaña, tirando piedras. No había muchos juguetes, por eso nos fabricábamos espadas de madera. Para las mujeres era más difícil, porque las cuevas no tenían agua ni servicios. Tenían que ir al río a por agua o poner grifos. El pilar del barrio fue la mujer, no el hombre. Ellas se encargaban de todo: trabajaban, cuidaban de los niños… Además, las zambras fueron fundadas por mujeres: La Golondrina, La Faraona, La Rocío, La Canastera… Las mujeres eran la fuerza del barrio. Los hombres que trabajaban hacían su labor y nada más.

–¿Qué pasó con los discos de villancicos?

–Recopilé villancicos del Sacromonte, esos que hoy se cantan en Navidad, en las zambombas. Los reuní para que no se perdieran; al menos quedaron grabados. También grabé un vídeo sobre la Navidad gitana tal y como se hacía hace cien años. Todo esto fue parte de mi trabajo de recuperación. Lo hice con mis propios medios, sin recibir popularidad ni apoyo. Me costó años de esfuerzo, de vida y de dinero. Hoy los cantaores interpretan tangos de Granada no solo aquí, sino por toda España. Eso ocurrió porque grabé el disco Granada baila por tango, con tangos que yo recuperé, aunque en su momento nadie los bailaba. Ahora artistas como Poveda, Estrella Morente o Marina Heredia los cantan, pero estaban totalmente perdidos hasta que yo los rescaté.

–¿Está satisfecho?

—Sí, pero lo hemos solucionado los de a pie. Las autoridades podrían haber dado más facilidades para que llegara a más gente. No tendría que haberlo hecho yo todo, con mi tiempo, trabajo, esfuerzo y dinero. El proyecto de los villancicos lo pagué íntegramente. Muchos artistas colaboraron de forma gratuita e incluso queríamos hacer otro disco que la Diputación prometió apoyar. Teníamos todo preparado y todos los artistas dispuestos a trabajar sin cobrar. Yo ya había seleccionado los temas que quería recuperar. Pero cuando pedimos a la Diputación que financiara la grabación, nos dijeron que no. Tiraron el proyecto abajo. Por eso digo que los políticos no han ayudado en nada a la recuperación. Todo lo he hecho yo solo. En mis libros he escrito sobre artistas que nadie había mencionado en el mundo del flamenco: figuras que trabajaron con Vicente Curero, Carmen Amaya. Nadie había hablado de ellos hasta que lo hice yo.

—¿Cuántos libros ha escrito?

—Dos sobre el Sacromonte, estoy terminando una trilogía. El último trata de la decadencia del barrio después de que, en 1963, nos expulsaran de las cuevas. También tengo un libro de poemas, cartas de amor y odio, y una obra de teatro sobre la homosexualidad que aún no he editado. Podría haber escrito más si me hubieran ayudado. Fue muy cansado tener que trabajar para vivir y, además, buscar el modo de comer mientras escribía. Me he centrado más en el barrio que en mi propio arte. Podría haber estudiado teatro, que me gusta mucho, o haberme dedicado a otras cosas, pero decidí volcarme en recopilar datos y hacer un trabajo muy fuerte.

–¿Por qué?

–Porque sentía que se lo debía al barrio. Aquí pasé una niñez maravillosa. Viví cosas muy bonitas: el flamenco, los artistas que pasaron por aquí, incluso de Hollywood. Todo eso me marcó y me dio tantas satisfacciones que cuando vi que nadie se preocupaba por recuperar lo que se estaba perdiendo, supe que tenía que hacerlo. No quiero presumir, pero creo que sin mí se habría perdido para siempre.

–¿Cree usted en el destino?

–Sí, creo mucho. Lo que va a pasar está escrito. Después, claro, nosotros también podemos ser responsables de lo que nos pasa, pero la mayoría de las cosas suceden por destino.

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