Espíritu y exaltación

Christian Zacharias ofreció una velada llena de melodías emotivas y excelencia interpretativa al frente de la OCG

La Orquesta Ciudad de Granada desata una 'Marea de danza' en su nuevo disco

Un momento del concierto
Un momento del concierto / OCG

Granada/Christian Zacharias, uno de los principales directores invitados de la Orquesta Ciudad de Granada, ofreció el que sería su último programa en solitario de esta temporada. Para la ocasión, el pianista y director nos invitó a una velada cargada de romanticismo y elementos evocadores, de la mano de dos grandes nombres del repertorio decimonónico: Frédéric Chopin y Antonín Dvořák. Con su propuesta, el director de origen alemán nos saca de la zona de confort centroeuropea a la que nos tiene acostumbrados, ofreciendo de este modo toda una lección de versatilidad y maestría interpretativa.

El programa se abrió con las Leyendas op. 59 de Antonín Dvořák, y más concretamente con tres de las diez leyendas que incluye este ciclo: las número 1, 9 y 2. Este ciclo de diez leyendas es, en cierto modo, un compendio de pequeños poemas sinfónicos de inspiración nacionalista, probablemente basados en la poesía de Jaromír Erben. No se trata de una obra programática ni descriptiva, pero rinde culto en sus páginas a las impresiones subjetivas, a las referencias costumbristas y al folklore que Bedřich Smetana había propuesto como bases del nacionalismo bohemio, por el que Dvořák se sintió atraído desde su juventud. La elección de estos tres números estuvo motivada, quizás, por razones tímbricas, al ser todas ellas páginas para cuerdas y vientos a dos, sin trompetas ni arpa. En cualquier caso, esta triada de Leyendas resultó idónea para templar los efectivos orquestales y cautivar con sus bellos motivos melódicos y frescos ritmos al público asistente.

La segunda obra del programa fue el Concierto para piano y orquesta núm. 2 en Fa menor op. 21 de Frédéric Chopin, que Christian Zacharias acometió desde el doble papel de director y solista, al frente de una OCG dúctil y atenta que supo secundar con precisión su propuesta interpretativa. Zacharias acometió esta página pianística, una de las más emblemáticas del repertorio, con frescura y naturalidad, alejado del dogmatismo y academicismo que podría asignarse a un veterano de los escenarios como él; por el contrario, el acercamiento a la obra fue sumamente respetuoso con la escritura solista y con las dinámicas y diálogos que se construyen con la orquesta, y estuvo cargada de vivacidad y elegancia.

Desde los compases iniciales, quedó clara la intención de Zacharias: una lectura contenida, íntima, alejada de grandilocuencias, donde la orquesta era vehículo, no protagonista. El Maestoso, a menudo traicionado por abordajes excesivamente dramáticos, se presentó aquí con una nobleza serena, de tempi sosegados, que permitió que la escritura pianística —tan exquisitamente bordada en filigranas— respirara sin urgencias. El fraseo de Zacharias, siempre elegante, iluminó las líneas melódicas más veladas de la partitura, revelando la fragilidad inherente a este Chopin primerizo.

Orquesta Ciudad de Granada

Programa: Antonín Dvořák, Leyendas op. 59 B 122; Frédéric Chopin, Concierto para piano y orquesta núm. 2 en Fa menor op. 21.

Orquesta Ciudad de Granada

Solista y director: Christian Zacharias (piano)

Lugar y fecha: Auditorio Manuel de Falla, 25 de abril de 2025

Clasificación: 5 estrellas

El segundo movimiento, ese Larghetto que parece flotar entre la vigilia y el sueño, fue quizá el momento más logrado de la noche. El piano, transformado en un susurro de marfil, desplegó su canto con una dulzura dolorosa. Aquí Zacharias demostró su extraordinario entendimiento del alma chopiniana, haciendo gala de un rubato flexible, y concediendo a los motivos orquestales su expansión, particularmente en el bellísimo dúo que mantuvo con el fagot de Joaquin Osca. La orquesta, discreta pero vital, bordó un tejido de acompañamiento que envolvía, no asfixiaba, al solista.

El Allegro vivace final supuso un regreso jubiloso, casi desenfadado, a los ritmos de la danza polaca. Zacharias, siempre atento a la articulación y al color, sacó de la orquesta una ligereza casi camerística, dejando que el piano jugueteara, chispeante, sobre un lecho de pizzicatos y maderas juguetonas. Fue un final luminoso para una interpretación que evitó cualquier atisbo de efectismo fácil. En definitiva, asistimos a una interpretación sincera, medida y profundamente respetuosa con el espíritu de la obra. Christian Zacharias, fiel a su trayectoria, ofreció no sólo virtuosismo, sino sobre todo verdad musical. En agradecimiento al prolongado aplauso, secundado en señal de respeto por los miembros de la orquesta, ofreció fuera de programa una sublime versión del Vals núm. 3 op. 70 en Re bemol mayor, también de Chopin.

La segunda parte del programa estuvo dedicada a la interpretación de las Leyendas de Dvořák no interpretadas a comienzo del concierto, pero alterando su orden para buscar su máxima expresión evocadora. Desde los primeros compases, Zacharias se mostró como un auténtico orfebre de los matices. Su acercamiento, pleno de respeto hacia la escritura camerística que subyace en estas piezas – particularmente en los pasajes escritos para consort de vientos - propició un discurso sonoro de gran claridad y frescura. Lejos de los excesos románticos en los que otros directores a veces caen, Zacharias prefirió una aproximación más contenida, casi intimista por momentos, subrayando la ternura y el candor que impregnan cada una de estas pequeñas joyas. Cabe destacar el mimo dado a los pasajes solistas, particularmente a las intervenciones del arpa, magníficamente interpretados por Miguel Ángel Sánchez.

La Orquesta Ciudad de Granada respondió con una ductilidad admirable. Las cuerdas, tersas y homogéneas, recrearon un tapiz sonoro de notable calidez, mientras que los vientos, siempre delicadamente equilibrados, aportaron ese colorido tan característico del Dvořák más lírico y nostálgico. Resulta destacable el tempo elegido por Zacharias: ágil pero nunca precipitado, favoreciendo una respiración natural de las frases y permitiendo que cada inflexión melódica cobrara pleno sentido. Esa atención al fraseo, esa manera de dejar “hablar” a la música, reveló una profunda compenetración con el espíritu de la obra.

Hubo momentos, especialmente en la séptima Leyenda, en los que la atmósfera de recogimiento alcanzó una intensidad verdaderamente conmovedora. Por su parte, la Leyenda número 3, que cerró la particular propuesta de Zacharias, se acometió con brío y vivacidad, desplegando una riqueza tímbrica y agilidad rítmica muy apropiadas para el final de la obra. En definitiva, una interpretación luminosa y elegante, que supo capturar toda la riqueza emocional de estas Leyendas sin caer en artificios ni grandilocuencias. Un regalo para los sentidos que reafirma la madurez artística de la Orquesta Ciudad de Granada y la sensibilidad única de Zacharias como director.

Christian Zacarias, conocido por su serenidad y elegancia en la dirección, agradeció la calurosa acogida del auditorio con una segunda propina al final de la segunda parte. Para tener este gesto, poco frecuente en él, escogió una pieza que conectaba a la perfección con el aire nacionalista de la música escuchada: se interpretó de Antonín Dvořák la Danza eslava núm. 2 op. 72 en Mi menor, en una evocadora despedida que puso el broche de oro a una encantadora velada llena de aires bohemios y del más alto virtuosismo interpretativo.

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