Tres décadas prodigiosas
Una crítica y las reflexiones sobre el Festival de Música y Danza en Granada
Manuel Liñán: "El amor es un estado, una emoción a la que se llega por determinadas circunstancias"
Dice Jean François Revel en su libro Un festín en palabras. Historia literaria de la sensibilidad gastronómica desde la Antigüedad hasta nuestros días, que la gastronomía "es uno de los campos en los que el chovinismo, e incluso el catecismo, se hace sentir de la manera más ingenua y a veces más intolerante" y yo lo compruebo periódicamente en mis aulas: son muchos los italianos que jamás admitirán que en Europa exista una culinaria comparable a la suya; los norteamericanos no se privan de tachar a la española de blanda, falta de sabor y de carácter; Francia, a pesar de ser república, mataría antes de ceder su cetro y su corona. Pocos territorios hay más chovinistas que la comida, dice Revel, pero eso es porque el filósofo francés no llegó a conocer la Andalucía flamenca y a sus muchos sabios sin carné, con su abanico de orgullos localistas presentes en todos los niveles del mapa: el orográfico (la Andalucía Alta contra la Baja) el capitalino (Sevilla frente a Málaga frente a Granada frente a Cádiz frente a Sevilla) o los más locales (Lucena no es Lebrija, Triana no es Santiago, Jerez no hay más que una).
Flamencólogos
Ni a las guitarras fabricadas por Antonio Marín ni a la figura del propio lutier se le conocen enemigos. Una guitarra suya bastará para sanarnos. No ha nacido aún figura de la talla artística de Enrique Morente, no ya en el cante: en la música española. Emergerá, sin duda –en las artes nada se troquela o se detiene– pero tendrá que beber de la voz ronca y la música ancha del cantaor. Hace solo medio año la muerte paró los pulsos de una guitarra que era sutileza, pulcritud y brillo, melodía, flama y miel, la de Miguel Ochando, y lo hizo a una edad irrazonable. Las caderas quietas, impecables, de Mario Maya, la precisión rítmica y mental, la finura de su oído y de su talle, su androginia estética, su baile de futuro. ¿Qué queremos decir? ¿Que Granada es solar de maestros? ¿Que no tenemos abuela? Ambas cosas son ciertas, pero no tienen mayor importancia. La importancia la tienen siempre los artistas, de cualquier parte.
En la búsqueda de los orígenes del arte de Silverio, los flamencólogos han venido mostrando una gran afición por los triángulos. Uno de los más exitosos fue equilátero, y sus vértices se amarraban a tres ciudades-noray: Sevilla, Ronda y Cádiz. Hubo quien amplió luego ese espacio duplicándolo, convirtiéndolo en cuadrangular, al añadirle el vértice de Écija. Pero también se dio el movimiento contrario, el reductor, volviendo a los tres ángulos y acotando ahora una figura muy estrecha, escalena e inscrita en la margen izquierda del Guadalquivir, con Cádiz, Jerez y Triana como límites. La Baja Andalucía, en todo caso. Bueno, en todo caso no, porque Manuel de Falla intentó desplazar la demarcación a Granada, sin conseguirlo. Menos reconocida es la otra figura que el flamenco dibuja en su desarrollo y expansión, y que abandona la geometría rectilínea por la más amable de una creciente y fecunda media luna cuyos picos se levantan hacia Extremadura por el occidente y hacia Murcia por el oriente. Su génesis delinea una forma estable, enérgica y punzante, mientras que su despliegue posterior bosqueja otra, orgánica, cálida y acogedora, que al bascular y crecer circunda el globo, alcanzando por un extremo a Chile y por el otro al Japón. La humanidad es patrimonio del flamenco, dijo Morente, en él cabemos todos, en él Granada florece, sin necesidad de querellas provincianas, acompasadamente.
Festival Música y Danza
El Festival de Música y Danza de nuestra ciudad, que acaba de cerrar sus puertas, patios y cruceros, sus salas de concierto, el anillo de piedra renacentista, sus monasterios y un teatro al aire libre, definido por cipreses, ha invitado a bailar este año a tres granadinos que comparten vínculos muy estrechos con la ciudad: Eva la Yerbabuena, Patricia Guerrero y Manuel Liñán. Si uno creyera en la numerología, iría inmediatamente a informarse de cuáles son los méritos del número 10, que era el de la perfección en el antiguo Oriente y más tarde en las tablas enceradas de los pitagóricos, porque ese es el guarismo que marca a los tres. De familia granadina, Eva María Garrido, La Yerbabuena, nació en Fráncfort, en 1970. Manuel Liñán y Patricia Guerrero lo hicieron en Granada; él en 1980, ella en 1990. No pertenecen a generaciones diferentes, puesto que las generaciones tienen un recorrido más largo (los especialistas en generaciones no se ponen de acuerdo en este extremo, unos dicen que la distancia entre ellas debe ser de 15 años, otros que de 20 o 25; yo me declaro partidario del Ramón Gómez de la Serna que afirmó: "Es difícil determinar cuando acaba una generación y comienza otra. Diríamos más o menos que es a las nueve de la noche"), pero determinan ilustremente tres décadas: tres décadas prodigiosas.
Premio Nacional de Danza
Los tres han sido galardonados con el Premio Nacional de Danza. Los tres son maestros, o maestras, del baile con bata de cola y el mantón. Cada uno de ellos fue tocado, de forma y en un lugar diverso de sus cuerpos en danza, por la vara mágica de Mario Maya. Y los tres lidian con esa manera que muchos reconocen granadina de expresar lo trágico, el matiz fiero y oscuro que Eva contiene en rizo melancólico, que Patricia embosca tras una técnica impecable y una capacidad singular para leer y bailar la melodía y que Manuel libera en tanto se da permiso a sí mismo. Como dice Belén Maya, se trata de eso: de permitirse o no encarar el salvaje femenino, trágico.
Enrique Cagigal y yo hemos decidido que Manuel Liñán ha inventado el musical flamenco. Eso es exactamente su espectáculo Muerta de amor, acaso no la mejor de sus creaciones, pero sí la más íntimamente habitada, en términos de declaración afectiva y sentimental. Espectáculo de muchos hombres y una mujer que bailan la canción que entonan y entonan la canción que bailan: copla, bolero, flamenco, balada y hasta reflejos de chanson, los géneros de la pasión que se atreve a pronunciar su nombre.
Show de bailarines que cantan y cantaores y músicos que danzan. Musical flamenco dotado de guía espiritual. Triunfo queer.
¿Triunfo queer? Manuel fue vapuleado hace escasos meses por la homofobia que se guarece cobardemente en las redes sociales, insultado y zaherido por bailar como cree que debe bailar. En la última noche flamenca de nuestro festival, después de actuar como invitado en el concierto homenaje a Granada de Eva la Yerbabuena, una mujer madura pero no mayor que caminaba hacia la salida dijo en voz audible y clara, para ser oída: “¿Es que ya no hay espectáculo sin maricón?” Notando que algunos nos habíamos girado, repitió su verso alejandrino con voz aún más hueca: “¿Es que ya no hay espectáculo sin maricón?”.
Por fortuna no, señora. De hecho, es posible que no lo haya habido nunca, sobre todo si hablamos de flamenco, un arte que hasta en los tiempos de hierro que usted, seguramente, añora, fue un espacio de libertad.
Sigan defendiéndolo, Eva, Manuel, Patricia, década a década, prodigiosas.
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