Sin gracia no hay comedia

Quim Gutiérrez, un actor poco familiarizado con la comedia.
Manuel J. Lombardo

26 de julio 2010 - 05:00

Comedia, España, 2010, 110 min. Dirección y guión: David Serrano. Intérpretes: Angie Cepeda, Quim Gutiérrez, Miren Ibarguren, Juana Acosta. Cines: Cinema 2000, Kinépolis y Multicines Centro.

El éxito popular de El otro lado de la cama convirtió a David Serrano, su guionista, en una mediática nueva esperanza blanca del cine español, coyuntura que éste aprovechó para seguir dándole vueltas al asunto romántico-generacional con el libreto de una segunda entrega, nuevamente dirigida por Martínez-Lázaro, el guión para un musical basado en las canciones del grupo Mecano y dos películas, Días de fútbol (2003) y Días de cine (2007), en las que, rodeado de actores afines al círculo de la compañía teatral Animalario, seguía indagando en las claves de la comedia costumbrista con un punto de estética vintage y guiños culturetas para públicos urbanos de una cierta edad.

Una hora más en Canarias, su tercer largo, fracasa estrepitosamente en su reelaboración de la misma fórmula que le dio éxito como guionista. Estamos aquí ante un nuevo enredo sentimental de corte clásico protagonizado por guapos y guapas en la treintena, salpicado de intervenciones musicales con un toque autoconsciente y unas hechuras coloristas y poco atrevidas que explotan el paisaje urbano y las localizaciones turísticas de Tenerife como principales reclamos para audiencias amantes de identificaciones básicas y entretenimientos ligeros.

A Serrano parece habérsele agotado la fórmula para la estructura, el gracejo para los diálogos, el ingenio y la inspiración para los chistes y los gags. Su película no sólo carece de gracia como materia prima elemental, sino que fracasa también en su ritmo achacoso y epiléptico, con un exceso de caídas de tempo y elipsis anticlimáticas, y en una desconcertante y desequilibrada dirección de actores, que oscila entre las buenas prestaciones de la colombiana Angie Cepeda y la salvaje Miren Ibarguren, y el registro robótico, a lo David Bustamante, de un Quim Gutiérrez al que la vida no parece haber llamado para el género.

Una hora más en Canarias no cuaja tampoco en su ortopédica incorporación de números musicales y coreográficos (¿quién dijo Jacques Demy?) que desinflan la ya de por sí poco estimulante y mal resuelta trama argumental cuando lo que deberían hacer es impulsarla hacia adelante o al menos abrir el apetito para el siguiente. Despropósitos, en fin, que confirman que aquel destello de camas cruzadas y niños-melones fue más bien fruto de un momento de inspiración pasajera o cumbre de talento de un cineasta demasiado empeñado en repetir la fórmula del éxito a toda costa.

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