Huracán Carter

Uno de los mejores conciertos que recordamos en las últimas décadas

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James Carter junto al teclista Gerard Gibbs en el 38 Jazz en la Costa Festival Internacional de Almuñécar
James Carter junto al teclista Gerard Gibbs en el 38 Jazz en la Costa Festival Internacional de Almuñécar / Rafael Marfil Carmona
Rafael Marfil Carmona

Almuñécar, 24 de julio 2025 - 16:43

Crítica de música

James Carter Organ Trio

38 Jazz en la Costa Festival Internacional de Almuñécar

James Carter, saxos y flauta travesera; Gerard Gibbs, Hammond; Alex White, batería.

Fecha y lugar: miércoles, 23 de julio, Parque El Majuelo, Almuñécar.

Uno de los mejores conciertos que recordamos. No solo de Jazz en la Costa, sino de toda nuestra trayectoria asistiendo, como abonados, a los festivales de las últimas décadas. Es el consenso de algunas personas, sabias en esta música, que estaban en la primera fila. El saxofonista de Detroit demostró que se puede llegar a otro nivel técnico y expresivo, arrancando con tal potencia en el escenario, con su saxofón soprano, que solo los primeros compases de la noche ya hicieron que valiera la pena la entrada. Mantuvo la misma intensidad durante todo el concierto, adaptándose al registro del alto y del tenor, pero exhibiendo también un sonido limpio y contundente con su flauta travesera. Y todo, con juegos infinitos, pero sin salirse de la perfecta musicalidad del trío, que rellenaba la atmósfera de El Majuelo como si fuera una Big Band. Toto Fabri, uno de los saxofonistas de referencia afincado en nuestra tierra, se entusiasmó ante semejante lección magistral, que incluyó sobreagudos imposibles en el tenor, notas graves aterciopeladas, resultado de dedicar una vida a este instrumento, icónico en el jazz; además de juegos y efectos, como el slap, con emisiones y sonoridades que parte del público no sabía que eran posibles con un saxo. Se permitió, incluso, dialogar con alguna manifestación de efusividad en el público y con el tubo de escape de una moto que subía por la cuesta del Castillo de San Miguel. Realmente extraordinario.

Actuación de James Carter en el 38 Jazz en la Costa Festival Internacional de Almuñécar
Actuación de James Carter en el 38 Jazz en la Costa Festival Internacional de Almuñécar / Rafael Marfil Carmona

Sin embargo, no había en su lógica un efectismo vacío, como hemos visto en otros grandes, que llegaban a aburrir. En este caso, la lógica musical no se perdió ni un instante, y eso es de agradecer. El trío respondió a un canon jazzístico, centrándose en la calidad de sus desarrollos, sin complejos por tocar estándares, como On a misty night, Surgery, Bahia o La chica de Ipanema. Y hay que destacar esos momentos en los que el sonido de Stan Getz, el gran maestro del saxo tenor en la música brasileña, estaba presente, igual que en otros instantes podíamos escuchar la escuela de Coleman Hawkins o Dexter Gordon. Saltaba de Harlem a Rio sin ningún complejo, innovando y aportando donde debe ser, que es en los solos y en los desarrollos de excelencia de los tres músicos, especialmente el teclista Gerard Gibbs, que asumió su función de bajo y piano con un oficio pocas veces visto, y que merece un comentario aparte. Vivimos en un tiempo en el que se fuerza la innovación, se huye de la ortodoxia, pero al final no se avanza. Por eso, se ha valorado tanto este huracán de buen jazz, de ausencia de postureo posmoderno. El jazz, en realidad, es mucho más sencillo que todo eso. El resultado fue que Ricardo, que lo ha visto todo y escuchado todo en esta música, se emocionó especialmente. Piel de gallina. Y no fue el único.

Alex White, en la batería, siendo un músico de primera división, supo adaptarse a los dos titanes que le acompañaban en el escenario, dejándolos volar, doblando bien el tempo cuando era necesario. Tuvo sus momentos de protagonismo en la deconstrucción reggae del icónico himno sureño When Johnny Comes Marching Home, el canto de la vuelta de los soldados a casa en la Guerra de Secesión americana, símbolo de la victoria para los del Norte y de lo que sería una contienda que acabaría con la esclavitud. Esa pieza de banda dedicada a la Unión, compuesta por Patrick S. Gilmore en 1863, inspiró una película del mismo nombre en 1942 y muchas secuencias míticas del cine norteamericano. Que un saxofonista negro de Detroit la traiga al festival, para jugar con ella en tres tesituras diferentes de su saxo tenor, es más que un símbolo. Semiótica pura, para los amantes de la iconografía cultural.

Y no sería justa esta crítica si no hace referencia al universo creado por Gibbs en el órgano Hammond. Supo inventar una armonía que parecía incluir toda una cuerda de metales, además de un contrabajo en las teclas de su mano izquierda, transformada en un reloj suizo. Un sustrato que se convertía en tierra fértil para Carter, pero que emergía como un volcán en los solos, en un desarrollo sensible, inteligente y profundamente afroamericano, con momentos de emoción en sus pianísimos, donde la tensión se podía cortar con un cuchillo, además de los arabescos y escalas armónicas donde demostró su dominio de la arquitectura musical. No en vano, su perfil profesional ajeno a la música está vinculado a las ingenierías. Un portento. Como resumía James Carter en 2015 a nuestro querido y añorado columnista y maestro Enrique Novi, el Hammond es poder, alma y sonido. No inventamos nada nuevo, solo seguimos, haciendo las cosas lo mejor posible. Vaya este texto en memoria de nuestro compañero, al que se echa de menos en una noche así. No olvidar es clave para ser leales a nosotros mismos.

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