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El inventor del 'toga rock'

Eran las dos de la tarde de una reventona jornada primaveral cuando Miguel Ríos, que acababa de ser investido doctor honoris causa por la Universidad de Granada y llevaba la toga azul celeste correspondiente, cogió el micrófono y clausuró en la ceremonia de su investidura con su famoso Himno de la alegría. El cantante granadino acababa de inventar el toga rock. Se trataba de una ceremonia solemne y cuando un acto lleva ese adjetivo significa que puede durar más de dos horas. De todas maneras valió la pena.

Valió la pena soportar cinco potentes discursos (con un grado de interés del 80%) para oír a ese chico de 72 años, doctorado en la universidad de la calle, cantar en el crucero del Hospital Real. Fue tan exclusivo y conmovedor que hasta un veterano colega sentado a mi lado, Ramón Ramos, que cubría el acto para El Mundo, dijo: "A mí estas cosas me emocionan cada día más".

El acto, previsto para las doce del mediodía, comenzó con puntualidad granadina a las doce y veinte. En parte la culpa del retraso la tuvo el revuelo que produjo la entrada por uno de los laterales del crucero de famosos como Víctor Manuel, Serrat, Iñaki Gabilondo o Forges. La gente los paraba y quería hacerse fotos con ellos. También tuvo la culpa el veterano periodista Miguel Ángel Aguilar que incluso paró a la comitiva de doctorandos, padrinos y doctores para enseñarles el semanario Ahora que él dirige y que dedica una página tipo sábana a Miguel Ríos. Como había decenas de fotógrafos y televisiones, la publicidad le salió gratis. Aunque el noventa por ciento de las personas que ocupaban prácticamente todos los asientos del Crucero del Hospital Real estaban allí por Miguel Ríos, el caso es que en la sesión también se nombraba doctor honoris causa a Mateo Valero Cortés, un experto en supercomputadoras en España y en Europa, que dijo algo así como sepa Dios los que nos queda por ver aún en este campo. El trabajo y el esfuerzo de este profesor maño nos muestran que las más lejanas utopías pueden llegar a transformarse en realidad posibles.

Pero ayer si había una utopía hecha realidad era que un cantante de rock que nunca pasó por la Universidad pudiera vestir toga y birrete en una solemne ceremonia universitaria. El mismo cantante dijo en su discurso que se sentía un intruso. Y es que si alguno de aquellos decanos de los años cincuenta y sesenta de las universidades franquistas le hubieran dicho que ese melenudo dependiente de los almacenes Olmedo, al que le gustaba el rock and roll, algún día iba a ser investido doctor honoris causa, seguro que hubiera tratado de beodo al portador de la noticia. Si en los años sesenta Granada y rock and roll era un oxímoron, como dijo el cantante, más lo era la Universidad y rock and roll. Pero allí estaba otra vez ese chico de la calle, dispuesto a triunfar de nuevo.

Ese chico que un día se fue de Granada para volver constantemente, se sentía ayer agradecido a esta ciudad. Se le notaba en la voz, se le notaba en los gestos, se le notaba en todos su movimientos. Era un momento en el que al cantante solo le interesaba transmitir que se sentía emocionado y agradecido. En algunos instantes una lombriz de inquietud se le agarró a la garganta. Pero la venció dignamente. Él lo sabe bien, es la necesidad la que ayuda a vencer el miedo al ridículo y al rechazo. Recordó a todos aquellos doctores y doctorandos que aquel lugar que ahora ocupaban hace 65 era una casa de locos. Cuando aquel chico tuvo cierto éxito a nivel nacional, un colega, con esa malafollá tan genuina en esta ciudad dispuesta siempre a rebajar la ilusión ajena, le dijo que era "un granadino de puente aéreo". Pero siempre confió en Granada. Y se abrazó a la vida sin red, "lejos de esta ciudad encantada".

Y como premio a sus desvelos, como premio a que media España haya coreado sus canciones, le llega ahora este reconocimiento. "Todo se lo debo al rock and roll", dijo él. La rectora, Pilar Aranda, comentó que aquella iniciativa representaba un acto de justicia con esas generaciones que en los años 60 y 70 no pudieron llegar a la Universidad.

El cantante, con ese punto reivindicativo de sus discursos, pidió a la Universidad que tutelara el desarrollo moral y material de la ciudad, que tanta falta hace.

Cuando al final cantó su himno de la alegría, pidió a los asistentes que hicieran palmas que acompañaran a la canción.

Pero la mayoría tenía las manos ocupadas con el móvil grabando seguramente uno de los momentos que más se recordarán en la Universidad de Granada: el himno de la alegría con toga y birrete. El cantante vuelve definitivamente a su ciudad.

El acto terminó acto con todos los integrantes de la Universidad cantando el Gaudeamus igitur. Aunque esta vez el himno universitario llevaba claramente notas de rock.

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