Irene Morales se declara insumisa

La bailaora granadina se presentó en la I Bienal de Flamenco de Granada el pasado viernes con la clara pretensión de mostrar su manera de buscarse en lo flamenco, con riesgo, valentía y sin ninguna pretensión de perpetuarse

Todos los grandes conciertos de Granada en septiembre: de Sabina al Granada Sound pasando por Antonio Orozco o la Bienal de Flamenco

Irene Morales en un momento de la actuación. / Daria Zelenska
Pedro Ordóñez

Granada, 21 de septiembre 2025 - 11:31

Siempre es buen momento para abandonar la comodidad de lo conocido; siempre viene francamente bien dejar la confortabilidad de lo previsible, alejarse de todo aquello que sabes que funciona -ese remate al diez o esa pataíta con gesto de torero rancio- y dejar atrás lo que reconforta, agrada y satisface a un público mayoritariamente conservador y nostálgico. Como dice Chantal Maillard en sus maravillosos diarios recogidos La arena entre los dedos: “Conocer, pretender conocer, decir algo con pretensión de conocimiento o afirmar, afirmar tan sólo, es señal de que algo [o alguien, añadiría yo] quiere perpetuarse”.

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Idea Original: Irene Morales

Dirección artística: Manuel Liñán

Coreógrafo y baile: Irene Morales

Live Producer: Anthonius

Cante: Al-Blanco

Guitarra: José Fermin Fernández

Creación musical: Anthonius, José Fermin Fernández y Al-Blanco

Regiduria: Andrea Anguera

Diseñó vestuario: Nuria Morales.

Lugar y Fecha: Abadía del Sacromonte, 19 de septiembre de 2025.

Y tengo la sensación de que Irene Morales (Granada, 1998) se presentó en la I Bienal de Flamenco de Granada el pasado viernes con la clara pretensión de mostrar su manera de buscarse en lo flamenco, con riesgo, valentía y sin ningúna pretensión de perpetuarse.

De hecho, y además, el pasado viernes Irene Morales se declaró insumisa ante todxs lxs presentes en la Abadía del Sacromonte donde tuvo lugar el estreno de RAW, junto a la electrónica sabia de Anthonius, el cálido y personalísimo cante de Al Blanco y la guitarra orquestal y colosal de José Fermin Fernández. Morales se declaró insumisa al canon que recoge cómo y cuándo debe vestirse una bailaora ante el público y decidió comenzar envuelta y cubierta con una bata de cola puesta del revés cuyo color y disposición nos remitió a la enorme y poderosa vulva de aquella Hermandad de mujeres condenada en Sevilla allá por 2019.

Irene se manifestó desobediente a la candidez con la que suele bailarse ese cante tan colonial y heteropatriarcal que es la guajira para ceder a un abanico todo el protagonismo rítmico y establecer un diálogo gestual, tímbrico y coreográfico absolutamente genial con José Fermín. Siguiendo de manera evidente y muy acertada la dirección artística de Manuel Liñán -al que hemos tenido la oportunidad de ver este verano por partida doble en Muerta de amor y Llámame Lorca-, Irene se insubordinó también ante la relación jerárquica que se establece convencionalmente con el resto de los músicos y objetos escénicos: desplazó a José Fermín a la boca del escenario para que luchara con un diabólico metrónomo e incluso así hiciera maravillas, bailó íntimamente junto a Al Blanco en la milonga marchenera y expandió su cuerpo en lucha con la silla -que no era de enea, superemos eso, por favor- y con el propio cantaor en unos Tangos raveros de Triana. He de decir que fue casi imposible no saltar a bailar con el techno bass de Anthonius que tan bien arropaba al ritmo binario del tango flamenco.

Escenarios

Vuelvo a Chantal Maillard para afirmar con ella que “los cuerpos no proceden según geometría, sino por resonancia” y en RAW pudimos comprobar cómo los cuerpos de los cuatro artistas resonaron sobre el escenario, a pesar de que el espacio no posibilitara la creación de una caja escénica que hubiera mejorado la percepción global de la pieza. En este sentido, y ya a punto de abordar la última semana de Bienal, sería interesante y pertinente plantearse si debe prevalecer el patrimonio -que obviamente pretende reivindicarse de cara a la candidatura de Granada como Capital Europea de la Cultura en 2031, a pesar en este caso de las obvias dificultades de accesibilidad a la Abadía- o las condiciones escénicas y técnicas mínimamente exigibles a un espacio que pretende ser apropiado para una propuesta flamenca y contemporánea como la que propusieron estos cuatro artistas.

De cualquier manera, en RAW, Irene Morales se mostró cruda, descarnada y pura -como insinúa el propio título de la obra-, osada como para dominar y gobernar finalmente la tecnología que nos ataca e invade en todo momento -a través por ejemplo de un reflexivo juego sonoro con un altavoz que emitía la voz de Al Blanco y que sirvió para concluir el espectáculo- y con una solvencia técnica y un posicionamiento estético que auguran interesantes horizontes por venir.

Ojalá que Irene siga siendo insumisa.

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