Isaki Lacuesta: "Es muy sano tener relación con músicos: sus problemáticas se parecen a las de los cineastas, pero también son distintas"
El director de Segundo premio recibe este sábado el galardón a toda su trayectoria del Festival de Jóvenes Realizadores de Granada y ofrecerá una charla sobre los límites entre lo real y lo imaginado
'Segundo premio', la película de Los Planetas "tan libérrima" que no es una película de Los Planetas
El cineasta Isaki Lacuesta regresa a Granada para recoger el Premio Sin Fin del Festival de Jóvenes Realizadores, un reconocimiento a su trayectoria y a una filmografía que ha borrado fronteras entre la realidad y la ficción. Co-director junto a Pol Rodríguez de Segundo premio, la película sobre Los Planetas que triunfó en 2025 y en los Premios Goya, Lacuesta conversa con Granada Hoy sobre su relación con la ciudad, la música y el riesgo de hacer cine desde la emoción y la duda.
Pregunta.—Segundo premio ha sido uno de los fenómenos del cine español: Biznaga de Plata, aplausos del público y la crítica, más Goya a la mejor dirección, premio que comparte con Pol Rodríguez, que fue el único que subió a recoger el premio. ¿Recibir ahora el Premio Sin Fin es una forma de cerrar el círculo? ¿No acudió a la Gala porque no le gustan las celebraciones más multitudinarias?
Respuesta.—No me lo planteo como el cierre de un círculo, porque no creo en los círculos que se cierren, siempre se abren otros a la vez. Lo veo más como una etapa bonita en mi relación con Granada y con la gente del cine y de la música en general, que ya son amigos y personas con las que me siento muy a gusto.
P.—No acudió a la gala de los Goya, donde recibió el premio a la mejor dirección. ¿Por qué decidió no estar allí?
R.—Preferí no ir porque sabía que emocionalmente iba a ser demasiado intenso y duro para mí. Iba a ser reencontrarme con toda la gente con la que hicimos la película, en el mismo lugar, y pensé que sería demasiado. Pero siempre que puedo procuro venir a Granada.
P.—Este premio sí le permite reencontrarse con parte del equipo.
R.—Sí, claro. Me reencontraré con Cristalino, con Mafo… Con ellos y con otros miembros del equipo con los que hemos vivido una experiencia muy intensa.
P.—Granada aparece en la película casi como un personaje más, con su melancolía y sus contradicciones. ¿Cómo se filma una ciudad así sin convertirla en postal?
R.—Justamente esa era la pretensión: salir de los lugares de postal. Por eso la película empieza precisamente con una imagen de postal de Granada, para dejar esa parte cubierta en el primer minuto y poder ir luego a los lugares habitados. Fue importante el conocimiento de la ciudad que tienen el guionista Fernando Navarro, los actores o el equipo de arte, que fueron claves para encontrar los sitios que correspondían a la Granada de los noventa. También ayudó el tiempo de preparación, que nos permitió pasear, recorrer, vivir la ciudad y evitar una imagen estereotipada. En algunos casos hubo que reconstruir espacios, como la fachada del Planta Baja tal y como era en los noventa. Incluso los pocos espectadores granadinos que iban entonces al local no se han dado cuenta de que está recreada. El equipo de arte reubicó esa fachada y el escenario con fotografías de la época.
P.—Cuando mira atrás, a toda su trayectoria, ¿qué siente?
R.—Me hace ilusión ver que he hecho lo que soñaba cuando era adolescente: conocer a la gente que he conocido y vivir aventuras como las que hemos vivido. Eso me produce una gran alegría.
P.—Muchos críticos han señalado en su obra temas como la identidad fragmentada, los márgenes o la mezcla de géneros. ¿Se reconoce en esa definición?
R.—Sí, aunque no fue una estrategia deliberada. A medida que lo hacen notar, me doy cuenta de que son temas a los que he vuelto de manera reiterada, aunque de formas distintas.
P.—Su cine mantiene siempre una relación muy fuerte con la música. ¿Qué le une a ella emocionalmente?
R.—Quizás sea el arte más conmovedor. La música me gusta mucho y creo que es muy sano tener relación con músicos: sus problemáticas se parecen a las de los cineastas, pero también son distintas, y eso te saca de las conversaciones endogámicas. Uno de los motivos principales para hacer Segundo premio fue poder convivir con músicos y aprender de ellos en un lugar como Granada. Me parece una combinación fantástica.
P.—¿Piensa incluso como músico cuando dirige una escena?
R.—Ojalá. Me gustaría pensar que sí. Creo que hay una analogía entre el ritmo del montaje y los ritmos musicales, tanto en la imagen como en el sonido. Aspiramos a que el montaje tenga algo de musical.
P.—Ha escrito guiones junto a Isa Campo y otros colaboradores. ¿Cómo es ese trabajo colectivo?
R.—En los últimos años ha sido muy a seis manos, porque se incorporó también Fran Araújo. La próxima piel, Entre dos aguas o Un año, una noche las escribimos entre los tres. Con Isa escribí Los condenados, y con Fernando Navarro, Segundo premio. El trabajo en equipo me gusta mucho. En el cine muchas veces se piensa que el director es quien lo inventa todo, pero en realidad las películas se construyen con ideas y aportaciones de todo el equipo. El director tiene la primera y la última palabra, pero en medio hay mucho de los demás, y eso termina pareciéndose también a uno mismo. Es algo mágico.
P.—¿Cómo se mantiene la libertad creativa en tiempos de plataformas y algoritmos?
R.—Creo que eso ha ocurrido siempre. Antes eran los directivos de televisión o las majors quienes imponían las reglas. Yo intento infiltrar formas de un sitio a otro. Que el espectador que vea la película en un contexto mainstream —en un multicines o en una plataforma— se encuentre con formas inusuales, y que quien la vea en un festival experimental también se sorprenda con algo inesperado. Lo que más me interesa es provocar esa contradicción, romper lo previsible.
P.—Hay una escena inolvidable en Segundo premio: la del cocodrilo. ¿Cómo se rodó aquello?
R.—Fue en Sevilla. Una de las actrices pensaba que el cocodrilo sería digital, y se encontró con uno real. Había medidas de seguridad y la boca estaba cerrada con una brida que luego se eliminó en postproducción, pero se asustó muchísimo. El director de fotografía, Takuro Takeuchi, llegó a subirse sobre el cocodrilo para rodar un plano de Cristalino. Fue una locura divertida. También recuerdo cómo Takuro y Pol Rodríguez se pusieron a cambiar las luces del Puente de Manhattan porque ahora son de LED y en los noventa eran de sodio. En Granada el Ayuntamiento nos ayudó mucho, pero en Nueva York lo hicieron casi de forma clandestina. Iban cambiando las boquillas y luego volvían a colocar las originales. Todo eso influía en el tono de la película, en esa luz más noventera y doméstica. Intentábamos que el color y la exposición correspondieran al estado emocional de los personajes: que la luz cambiara con ellos.
P.—En su charla en el Festival este sábado hablará de los límites entre lo real y lo inventado en el cine. ¿Cómo los abordará?
R.—Me hace gracia el título porque viene de En los límites de la realidad, aquella serie de ciencia ficción que veíamos de niños. Muchas veces me proponen hablar de documental y yo elijo ese título, porque me divierte hacerlo desde la perspectiva de una serie fantástica. Hablaré de los límites, sí, pero desde la ironía. Me encanta hablar de límites, aunque me divierte más hablar de documental.
P.—¿En qué proyectos trabaja ahora?
R.—Estoy trabajando en un documental de archivo que se llama Jaleos. Son historias que surgen a partir del flamenco y en ellas estamos remontando imágenes de Val del Omar, pero también de otras pioneras del cine y de fotógrafas del flamenco. Hay bastantes imágenes de Granada. Es un espacio con el que sigo trabajando.
P.—¿Cuándo podrá verse?
R.—El año que viene, en 2026.
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