Efeméride

El jardín literario de Ayala hunde sus raíces en Granada

  • La Madraza acoge un coloquio entre Carolyn Richmond, viuda del escritor, y el presidente de la Fundación que lleva su nombre, con motivo del aniversario del fallecimiento del autor

Un momento del coloquio

Un momento del coloquio / Jesús Jiménez / Photographerssports

Quien siembra, recoge. Por este motivo, no debe ser extraño que las esporas granadinas que se plantaron en Francisco Ayala (Granada, 16 de marzo de 1906-Madrid, 3 de noviembre de 2009) terminasen por germinar en grandes árboles que conformarían el jardín literario de su obra. Sobre esta idea trabaja ahora Carolyn Richmond, catedrática y escritora que ha dedicado un sinfín de artículos, ensayos y monográficos a Ayala y su obra pero, sobre todo, “le ha dedicado 30 años a una vida conjunta”, como explicó Manuel Gómez Ros, director de la Fundación Francisco Ayala, durante la presentación del coloquio que mantuvo en el Palacio de la Madraza, con la viuda del escritor y que giró, entre otros muchos temas, sobre las influencias que la ciudad de Granada tuvo en la obra de Ayala y si, como se preguntó retóricamente Richmond, se puede considerar a Ayala “un escritor granadino”.

Esta cita, se celebraba con motivo de la efeméride de la muerte de Ayala y de los 50 años de la publicación de El jardín de las delicias. Una cifra engañosa esta última, pues si bien la primera edición que salió al mercado data de 1971, el propio autor fue revisando y modificando el original en sucesivas ocasiones hasta 2006, cuando se publicó la última versión tras la supervisión de Ayala.

Y es que el libro se enmarca dentro de la autoficción, pues el propio autor recrea su vida, como si se tratase de unas memorias, en sus páginas, pero siempre desde una perspectiva “poética”, que no tiene por qué ser igual a la que aparece en las fotografías. En este sentido, Richmond pone como ejemplo los recortes de prensa (inventados), que aparecen en la citada novela y que corresponderían, según la crítica, a la infancia de Ayala, donde su padre le obligaba a leer en voz alta los reportajes acerca de la Primera Guerra Mundial que aparecían en los periódicos. Pero más allá de El Jardín, es posible rastrear esa vida ficcionada en otras obras del granadino, como por ejemplo El boxeador y un ángel (1929) o Historia de un amanecer (1926).

Esa forma poética de revisar el pasado y las distintas formas de acercarse a él, hacen del El jardín de las delicias una obra difícil, que pide al lector un esfuerzo por recomponer las piezas de ese “espejo roto” como el propio Ayala lo definió. De hecho ese carácter fragmentario, que tanto caracteriza el corpus literario del granadino, le conecta directamente con sus orígenes como escritor, según Gómez Ros, y lo convierte en un “autor de vanguardia”, como lo definió su viuda, quien lo equiparó con artistas de otras disciplinas como Picasso, pues se encargó de conformar una nueva realidad a partir de otras muchas realidades.

La vida "ficcionalizada" de Ayala está diseminada por muchas de sus creaciones

A este respecto, Richmond sembró la duda de si el propio Ayala era consciente de lo que estaba haciendo o si, por el contrario, fue la propia obra “la que se creó” a través de él. “Una obra siempre es más fuerte que su creador”, llegó a decir la crítica, emplazando esa cuestión a un debate más amplio sobre la existencia, o no, de lo que se puede denominar como ‘autor’.

Lo que sí está claro es que esa fragmentación puede hacer complicado rastrear las raíces granadinas en la obra del autor de Muertes de perro, pero como apuntó Richmond en su discurso inaugural esas “hondas raíces están ahí para el que las quieran descubrir [...] o para quien se atreva a destapar el arca de palabras en la que ha preservado aquel su propia experiencia vital”.

Pero es imposible no incluir en esa “experiencia vital” los años que Ayala vivió fuera de Granada y que, como señaló Richmond en el texto con el que concluyó el coloquio, marcaron “el presente” desde el que escribía y que por tanto incluía una “realidad geográfica internacional”, con presencia de países como Puerto Rico, Cuba o Estados Unidos, cuyas influencias y vivencias se entretejen en la obra de Ayala y que hacen más difícil aún, si cabe, la búsqueda de esas raíces granadinas.

Esa misión recae ahora en los futuros lectores que, como en otro fragmento de la obra, deberán dialogar con El jardín de las delicias para que, en un estilo socrático, aprendan y extraigan sus propias conclusiones.

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