Efeméride literaria

¿Se considera a Ayala un escritor granadino?

¿Se considera a Ayala un escritor granadino?

¿Se considera a Ayala un escritor granadino? / Efe

En la oscurecida tierra solo se oía un rumor de oculta acequia.

Francisco Ayala, “Diálogo de los muertos” (1939)

Concebido, nacido y criado en Granada, ahí sembró —metafóricamente, claro está— el escritor Francisco Ayala las semillas de un rico, escalonado y variadísimo florilegio poético titulado El jardín de las delicias, el cual, en diversas ediciones que datan desde 1971 hasta 2006, reflejaría, en palabras potenciadas a veces por imágenes —como si de un “espejo roto” se tratara—, lo vivido, y sentido, por su creador. En constante metamorfosis poética a lo largo de unos treinta años, aquellas semillas juveniles germinadas en el subconsciente del futuro escritor empezaron a brotar, esporádicamente, en obras suyas de invención redactadas entre 1939 y 1960, décadas estas que pasó el exiliado autor en Argentina, Puerto Rico y Estados Unidos; mas a partir de este último año, cuando pudo regresar —según en sus Recuerdos y olvidos (1906-2006) cuenta— a España, así como, y sobre todo, a su durante tantos años añorada ciudad natal, empezarían aquellos frutos poéticos a madurarse, tanto en tamaño como en significación, hasta llegar bien pronto a desempeñar, directa o indirectamente, en su extensa y variada obra de invención un papel cada vez más complejo y sustancial.

¿Se le considera a Ayala un escritor “granadino”? Sí… y no, pues el haber nacido, y haberse formado hasta los quince años, en esta ciudad tan singular, con su historia de luchas cainitas entre moros y cristianos, dinastías medievales o, sencillamente, entre familias y vecinos —todo aquel telón de fondo geográfico e histórico de la Granada de la infancia y juventud del futuro escritor Francisco Ayala García-Duarte—; el haber nacido y crecido ahí, digo, palidece al compararse con el marco de la realidad histórico social de la España de los años veinte y el período revuelto anterior a la guerra civil, cuyas consecuencias resonarían en todos los aspectos de la vida española —y granadina— en las décadas por venir. Cabe recordar, sin embargo, que en las historias que integran Los usurpadores (Buenos Aires, 1949) desempeña esta, su ciudad de nacimiento, un papel trascendental.

En la primera parte de sus memorias, titulada —acertadamente— “Del Paraíso al destierro”, cuenta Ayala cómo en su propia familia hubo, durante la primera guerra mundial, una marcada división entre germanófilos (el lado paterno) y aliadófilos (el materno), enfrentamiento que hasta cierto punto llegó a afectar al joven Francisco, encargado por su progenitor de leerle en voz alta los detallados reportajes acerca del conflicto en la prensa del día. En la vida diaria del Ayala adolescente, rememorada en los primeros capítulos de estas memorias (reproducidos, dicho sea de paso, en un librito utilizado en un programa de escritura “literaria” ofrecido en numerosos institutos de la provincia y titulado Recuerdos de Granada [Una antología]), también hubo momentos de luchas partidarias entre pandillas opuestas de jóvenes que, casi instintivamente, reflejaban en sus prejuicios y actuaciones los de sendos clanes o familias…

Tanto en la historia de su ciudad natal —con sus barrios distintos, irrigados por una red de acequias enlazadas, al borde de los ríos Darro y Genil; sus palacios, alcázares y torres de mezquitas; sus guerras religiosas y sus guerras fratricidas; sus épocas de gloria y momentos de miseria—, como en sus propias experiencias en la Granada de su infancia y juventud encontraría el escritor Francisco Ayala, a partir de los años 1920, inspiración para una extensa obra de invención que abarcaría unas ocho décadas del siglo pasado: una obra cuyas hondas raíces granadinas están ahí para el que las quiera descubrir —o bien, según reta el narrador/autor al final del epílogo de su jardín de las delicias— para quien se atreva a destapar el arca de palabras en la que ha preservado aquel su propia experiencia vital.

Experiencia e invención se titula una recopilación de ensayos ayalianos acerca de este tema clave a que venimos aludiendo hasta aquí, compendio cuya fecha de publicación, 1960, coincide, cabe señalar, con el del primer viaje de vuelta del exiliado escritor Francisco Ayala, no solo a España, sino a su Granada natal, experiencia esta que, como si de un puzle vanguardista se tratara, está ahí para ser reconocida, reconstruida y al final resuelta por el lector activo a través de varios, y variados, escritos de Ayala redactados a partir de dicho año para él trascendental.

Las huellas, tanto simbólicas como reales, de Granada en la obra de invención de Francisco Ayala resultan ser, en su diversidad, más numerosas, y complejas, de lo que a primera vista sugeriría una lectura más bien literal de ella. Ayala es un narrador esencialmente poliédrico cuyos escritos se prestan —precisamente por ello— a una diversidad de lecturas e interpretaciones.

Durante el medio siglo que estuvo nuestro autor ausente de su propio paraíso perdido granadino estaría su ciudad cada vez más intensamente presente en su cabeza, y en su corazón. Era algo, diría yo, casi mágico: como el sonido, suave, de las acequias que sigue rebajando las durezas de la vida granadina. Creó un mito, el de “Nuestro jardín”, basado en un cuadro pintado por su madre, Luz García-Duarte, cuyo padre, el doctor Eduardo García Duarte, fue rector de esta espléndida Universidad…

Regadas por las acequias, en el microcosmos de Granada se sembrarían, pues, para un futuro entonces inimaginable que ya es hoy, las semillas, no solo de las variadas delicias de su poético jardín, sino también del entero corpus literario del hijo pródigo de Granada: el escritor Francisco Ayala García-Duarte.

Carolyn Richmond. Madrid, noviembre de 2021.

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