Crítica musical

Un joven maestro del jazz

Un joven maestro del jazz

Un joven maestro del jazz / Vilma Dobilaite (Granada)

Hay una tercera o cuarta generación de maestros del jazz. Más bien cuarta, porque el joven prodigio que conocimos con el contrabajista Christian McBridge en 2011, y que dejó esa ilusión por el futuro, nació en 1989, un año después de que nos sentáramos en el Estadio de la Juventud escuchando una formación idéntica, con piano, contrabajo y batería: la de Oscar Peterson, al que Christian Sands conoció personalmente, en una memorable actuación conjunta en los Premios Grammy de 2006. Ha llovido desde entonces, aunque menos de lo que debiera. Podríamos decir, ya se sabe, que la máxima gatopardiana se ha cumplido, es decir, que todo ha cambiado para que todo siga igual. Sin embargo, creo que no ha sucedido así. Hoy las cosas son muy diferentes. El discurso de los clásicos, en aquel año en el que también escuchamos al piano a Tete Montoliu, era como alguien que te hablaba despacio, con profundidad, midiendo cada palabra, atendiendo a la melodía, con mucho más corazón que técnica. Era la fase final de la generación de oro. Por aplicar una metáfora, era como poesía muy sentida, y hoy estamos ante una novela magníficamente construida, convertida en best seller, o en serie televisiva, si es que esa idea se puede concebir en el siempre exclusivo mundo del jazz. Dos tipologías diferentes de obras maestras. Sin embargo, el trabajo de este virtuoso del piano es honesto, lo que es muy importante.

Ahora la técnica es tan abrumadora, el dominio de las 88 teclas es tan impresionante, que un joven artista como Sands es capaz de decirte tanto que, como te pille desprevenido, mueres por infoxicación. Solo el inicio del concierto ya marcaba una mano derecha impecable, que viajaba de la pulsación clásica a la contemporánea, acompañado por su hermano Ryan, que es también magnífico, y por un contrabajista con nombre de holding, Philip Norris, que mantuvo viva la llama abrasadora del líder de la formación. Y antes de resumir la intensidad de ideas que lanzaron estos tres artistas, es necesario hacer una precisión. Puede pensarse que el talento innato o genético alimenta estas cumbres creativas. Sin embargo, ningún ejemplo mejor que Christian Sands para dejar claro que se trata de la firme voluntad de ser el mejor desde siempre, desde aquella primera composición a los cinco años y una agrupación creada a los doce para grabar un disco. Tengo la seguridad de que, si hubiera decidido ser bróker o arquitecto, también hubiera triunfado. Y dos hermanos conectados por un reto común desde la infancia llegan muy lejos en lo que se propongan. No es casual su admiración por Bruce Lee, cuyo mensaje universal inspiró su último disco, Be water, fomentando ese fluir para crear un estilo único, basado en ser receptivo y flexible, pero con pundonor y superación.

Y sobre lo que se pudo escuchar desde el Yamaha que interpretó, junto a un discreto e innecesario dispositivo de efectos ornitológicos, es difícil de imaginar, ya que es la construcción de un mundo, deslumbrante por su brillo, con un dominio rítmico y armónico de la mano izquierda que se veía perfectamente complementado, según el estilo, por la precisión y rapidez de la mano derecha. En la sala teníamos claro que, como pianista, podría viajar desde la clásica hasta cualquier subgénero del jazz, interpretándolo a la perfección, pero que ha construido, o está construyendo, un estilo muy actual que combina sus temas con intensas deconstrucciones de estándar como Antropology, de Parker y Gillespie; jugando también con clásicos de Big Band con ecos de Duke Ellington, Glen Miller o Benny Goodman, como fue el caso del clásico Stompin’ at the Savoy, de Edgar Sampson, en uno de los mejores momentos del concierto. Se adentró también en el universo de Thelonius Monk (Light Blue) para llenarlo de luz y de sonoridad. Por último, el cierre funky con Can’t find my way home, de Steve Winwood, toda una metáfora del camino sin retorno del jazz actual.

El trío cerró el primer fin de semana de Jazz de Granada El trío cerró el primer fin de semana de Jazz de Granada

El trío cerró el primer fin de semana de Jazz de Granada / Vilma Dobilaite (Granada)

Su sonido limpio y su sentido de la armonía, que nunca entra en una zona de sombra, apuesta a la vez por un ritmo penetrante y, sobre todo, llega a muchos momentos de gran intensidad, casi como una celebración. Y es ahí donde encontramos una continua emoción in crescendo que el clásico pensaría si es necesaria. Todo tan fortissimo, con tantas notas y acordes, tan repetitivo a veces, tan emocional, tan poco repetitivo en otras ocasiones. En determinados momentos, la negritud de su música también se difumina, en un punto en el que se encuentran los pianistas actuales, y que celebra el público con gran pasión. Mi amigo Ricardo se puso en pie como si tuviera un resorte y, si él actúa así, que tanto sabe del jazz de antes y de ahora, se confirmaba una noche prodigiosa, ya que no acostumbra a regalar esos afectos sino a quien los merece. El que escribe esta crítica no llegó a ese nivel de implicación, pero la mayoría de los presentes en el teatro sí, y el pueblo es sabio. Tenemos un maestro al que disfrutar por mucho tiempo. Al público del siglo XXI también le toca ser agua.

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