Música para un aniversario

Lucas Macías y la OCG rinden homenaje a José García Román en el marco de los Encuentros Manuel de Falla

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Concierto de la Orquesta Ciudad de Granada.
Concierto de la Orquesta Ciudad de Granada. / G. H.
Gonzalo Roldán Herencia

Granada, 29 de noviembre 2025 - 15:13

La Orquesta Ciudad de Granada clausuró los 31 Encuentros Manuel de Falla, con un espléndido concierto que resaltó el tema central de estos encuentros: el neohelenismo de comienzos del siglo XX. El programa incluyó obras de Debussy y Satie, pero también el Concierto para piano en Do menor de Rimski-Kórsakov, obra con la que recordó a Ricardo Viñes–quien diera a conocer dicho concierto en 1905 en París – cuando se cumple el 150 aniversario de su nacimiento.Bajo la dirección de Lucas Macías, la OCG articuló un programa de notable coherencia estética y belleza tímbrica, que, además de trazar afinidades históricas entre Francia y España, concluyó con un sentido homenaje a José García Román en su ochenta aniversario, que incluyó la interpretación de su monumental Stabat Mater.

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Orquesta Ciudad de Granada: Mahler I

Programa: Erik Satie, Gymnopédies 1 y 3; Claude Debussy, Prélude a l’après-midi d’un faune; Nikolái Rimski-Kórsakov, Concierto para piano en Do menor op. 30; José García Román, Stabat Mater. Solista: Anastasia Vorotnaya (piano). Orquesta Ciudad de Granada. Director: Lucas Macías. Coro de la Orquesta Ciudad de Granada (Héctor E. Márquez/Puri Cano, directores). Lugar y fecha: Auditorio Manuel de Falla, 28 de noviembre de 2025.

Los Encuentros Manuel de Falla constituyen desde hace décadas uno de los ejes de la vida cultural granadina, un espacio donde la investigación musicológica dialoga con la práctica artística, recuperando repertorios, revisitando tradiciones y proyectando nuevas lecturas de la modernidad musical. Esta trigésimo primera edición, dedicada al neohelenismo en el despertar del siglo XX y articulada en torno a la figura de Ricardo Viñes, ha puesto de relieve la extraordinaria capacidad del pianista catalán como mediador entre las corrientes culturales europeas, abriendo horizontes estéticos y propiciando encuentros entre compositores, intérpretes y públicos. El concierto de clausura, en coherencia con esta línea programática, recorrió obras que Viñes difundió o promovió directamente, desde las refinadas Gymnopédies de Satie hasta el poco frecuente Concierto para piano en Do sostenido menor de Rimski-Kórsakov.

La velada se abrió con las Gymnopédies primera y tercera de Erik Satie, en la orquestación realizada por Claude Debussy a finales del siglo XIX. La OCG mostró aquí un sonido exquisito, con un fraseo que supo respetar la desnudez contemplativa de Satie sin renunciar al color orquestal que Debussy imaginó para esta música: cuerdas aterciopeladas, maderas delicadas y una respiración amplia que permitió que cada acorde se posara con naturalidad. La dirección de Lucas Macías —sobria, contenida, pero cargada de intención— acentuó la atmósfera suspendida y onírica que define esta música, construyendo un inicio recogido que preparaba al oyente para los mundos poéticos que vendrían a continuación.

Con el Prélude à l’après-midi d’un faune de Claude Debussy, la orquesta avanzó hacia una sonoridad más voluptuosa. El famoso solo inicial de flauta surgió con pureza y flexibilidad, abriendo paso a una interpretación diáfana y sensual de dinámicas muy cuidadas. La OCG supo evitar el exceso, cultivando más la sugerencia que el énfasis. El discurso emergió así con claridad estructural y un refinado sentido del color, cualidades que recordaron el espíritu impresionista que Manuel de Falla admiró y al que, desde su llegada a Granada en 1920, dio una lectura propia y profundamente personal.

El punto de inflexión de la primera parte llegó con el Concierto para piano en Do menor op. 30 de Nikolái Rimski-Kórsakov, una obra infrecuente en las salas de concierto pero de singular frescura. La pianista Anastasia Vorotnaya ofreció una interpretación de gran brillantez técnica y vitalidad expresiva. Su aproximación al instrumento destacó por una agilidad limpia, casi natural, que hizo fluir con soltura los pasajes virtuosos, y por un vigor rítmico que realzó el carácter danzable de algunos pasajes, como fue el caso del Allegretto quasi polacca. Lejos de caer en excesos, Vorotnaya equilibró delicadeza y energía, manteniendo un sonido compacto, pero nunca pesado, atenta siempre al diálogo entre solista y orquesta con gran madurez interpretativa pese a su juventud. En los momentos cantábiles del Andante mosso, su fraseo se volvió íntimo y sensible, subrayando la liricidad que late en la escritura del compositor ruso. Su actuación no sólo evidenció madurez artística, sino que se integró perfectamente con la dirección de Macías, logrando una lectura transparente y de enorme solidez musical.

Segunda parte

La segunda parte del concierto estuvo íntegramente dedicada al Stabat Mater de José García Román, obra escogida para celebrar el ochenta aniversario del compositor granadino. Figura central de la música española contemporánea, García Román ha construido desde los años setenta un catálogo excepcional por su variedad y profundidad, abarcando la música coral, la ópera, la orquesta y la música de cámara. Su labor ha sido reconocida con distinciones como el Premio Andalucía de Cultura, el Premio Nacional de Música y la Medalla de Honor del Festival de Granada, pero más allá de los galardones destaca su influencia estética: heredero directo de la llamada “escuela granadina”, vinculada a Juan Alfonso García y, en última instancia, al legado espiritual y artístico de Manuel de Falla, su obra simboliza una continuidad viva entre tradición, modernidad y sensibilidad litúrgica.

Compuesto en 1974 y revisado en 1990, el Stabat Mater es una obra monumental —cincuenta y cinco minutos de música intensa, polifonía elaborada y escritura orquestal sólida— que testimonia la madurez temprana del autor. La interpretación ofrecida por la OCG y el Coro de la OCG, preparado en esta ocasión por Puri Cano, estuvo a la altura de un título tan exigente. El coro mostró una homogeneidad admirable, con un empaste firme y una dicción clara, capaz de sostener los pasajes más densos sin perder equilibrio interno. Desde el concitato del verso “Fac ut ardeat” a la delicadeza melódica del “Sancta Mater, istud agas”, desde las homofonías perfectamente articuladas del comienzo de esta secuencia mariana a los fugados del “Tui nati” o del monumental Amen final, esta formación coral demostró no solo el dominio técnico que le permite acometer una partitura tan monumental como esta, sino a la vez una ductilidad interpretativa que se puso al servicio de la semántica litúrgica que el compositor encierra en la partitura, y que evidencian un profundo conocimiento del texto y una piadosa sensibilidad estética.

La orquesta, por su parte, abordó la complejidad de la partitura con seguridad y brillo, subrayando sus momentos de ascensión lírica, así como sus tensiones dramáticas, en la que las secciones de viento y percusión cobran especial importancia como guion narrativo asociado a la parte coral. Lucas Macías mantuvo con una dirección precisa y siempre acertada la arquitectura global de la partitura, cuidando transiciones, respiraciones y clímax, de modo que la obra avanzó con naturalidad hacia un final de profunda emoción. El director, siempre en búsqueda de una coherencia estética en la programación, convirtió de este modo la velada en un espacio de memoria, reflexión y celebración artística.

El resultado fue una lectura que reveló la grandeza del Stabat Mater de García Román a la perfección: una música que mira hacia la tradición de la gran polifonía, pero que la replantea desde una sensibilidad contemporánea; una obra que busca la espiritualidad sin renunciar a la contundencia dramática; un testimonio, en definitiva, de la voz singular del autor y de su lugar esencial en el patrimonio musical español. La ovación final invitó a José García Román, a subir al escenario, quien visiblemente emocionado agradeció este regalo musical. Con la interpretación de su Stabat Mater se confirmó no sólo la calidad de la interpretación, sino también el reconocimiento del público hacia un compositor que Granada considera, con razón, parte de su identidad.

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