Paco Pomet, por siempre

Debo decir –y no me duelen prendas hacerlo- que, desde hace muchos años, tengo gran interés por la obra de Paco Pomet; uno de los grandes pintores españoles, con un lenguaje personalísimo que muchos otros han intentado hacer suyo y lo único que han hecho es revelar las muchas carencias que tenían y que estaban a años luz de la pintura superior de un Pomet, grande, lúcido, sabio y único. Desde hace más de tres décadas, cuando era un afortunado miembro de aquellas primeras promociones de alumnos de la Facultad de Bellas Artes de Granada, con muchos ilustres en sus filas –Santi Ydáñez, Carlos Aires, Simón Zábell, Ángeles Agrela, Jacobo Castellano, Jesús Zurita, Andrés Monteagudo, José Piñar, José Miguel Chico López… entre muchos y muy buenos-, Paco Pomet demostró ser un pintor diferente, con un concepto nuevo de la figuración, una morfología estricta que servía de base para una sintaxis distribuidora que concedía mucha fortaleza al relato formal y representativo.

Poder pictórico

Porque Paco Pomet es artista con mucho poder; poder como pintor figurativo, poder como manipulador de la forma, poder como relator de imágenes mediatas e inmediatas o, incluso, ambas a la vez, poder con una mente preclara para contar cosas; poder, en definitiva, porque es autor de una de las más compactas e interesantes obras de la figuración española. La pintura de Paco Pomet parte de una realidad técnica compacta, sin fisuras, producto de un oficio riguroso capaz de afrontar cualquier situación. Además, el pintor granadino es maestro de la distopía, esa que desloca los elementos, los cambia de sitio, los hace convertirse en entes nuevos, los transforma para ubicarlos en escenarios de imposibles posibles, creando un nuevo concepto representativo totalmente al margen del primero. En su obra, lo real se manifiesta con desenlaces a contracorriente, alejados de lo habitual.

Por sus pinturas se desarrolla una naturaleza que no entra en los parámetros de lo habitual; los personajes y los objetos no ocupan su lugar normal, ese al que una razón, quizás interesada, ha concedido una especial distribución alejada de los planteamientos al uso. En sus escenarios de contrarios se aprecia una manifiesta carga de ironía; ironía que, a veces, es dura, descarnada, impactante; que sangra como sus ciudades destruidas en un fiel relato de lo que, ahora, tenemos tan cercano. En ellas se produce un compromiso representativo mediato, lleno de localizaciones que pueden antojarse absurdas y con gran sentido de lo pararreal. En su obra el contexto se ha descontextualizado, se ha vuelto de revés, lo más inmediato deja de ser cercano, la realidad nos muestra su más preclaro testimonio de ambigüedad. La arquitectura, más cotidiana y entrañable, adopta posiciones ficticias, los objetos no mantienen su función significativa, incluso, pierden la normal identidad; la figura humana, adopta un papel inquietante, lleno de una acidez que produce un claro desconcierto expectante.

Ese es Paco Pomet, aquel artista que descubrí con una pintura que me entusiasmó; una pintura sencilla, diferente y llena de novedosa realidad. Representaba una pequeña isla, suspendida en la nada, que tenía la extraña forma de un inestable campo de fútbol. En esa obra ya empezaba un camino esclarecedor, lleno de magia y potencia artística. Ahora Paco Pomet es uno de los pintores españoles imprescindibles, con una proyección ilimitada en el paisaje artístico internacional y referencia en los artistas más jóvenes.

Esta exposición es muy importante por varias cosas. En primer lugar, lo es por la gran significación de la pintura de Paco Pomet; su obra vuelve a ponernos en el camino de una existencia a contracorriente, con los perfiles desvirtuados por la inconsciencia reinante. Por sus cuadros vuelve a transitar experiencias contrarias, un universo surreal donde todo es posible y donde lo real adopta una nueva dimensión. Pero, además, es importante porque Ramón García, su galerista en España, el gran director de My name’s Lolita, el galerista libre, el guerrero solitario en medio de una profesión constreñida por intereses espurios, se jubila. No deja el arte; sería absurdo, lo lleva en la sangre; pero da un paso al lado para dedicarse a otros asuntos dentro de lo artístico, a escribir, a ejercer en actividades curatoriales, a investigar en historias artísticas, a plantear una nueva vida, mirando de cerca lo que se cuece en ese arte al que él ha dado tanto. Por eso, esta exposición de Paco Pomet, nombre de capital importancia en el seno de My name’s Lolita, es importante. Es la que pone fin a un ciclo; un ciclo de suma significación que estará siempre presente en el organigrama del arte español contemporáneo.

La muestra nos vuelve a situar en la estela genial de un Paco Pomet poderoso, con una obra realizada con esa corrección pictórica deslumbrante y esa pulcritud representativa fuera de toda duda, que es norma de la casa y que hace que la mirada del espectador asuma una nueva dimensión donde lo posible y lo imposible diluyen sus estamentos. Una exposición a lo Paco Pomet, dura, potente, descarnada, irónica, sabia, sin resquicios… única, de Paco Pomet; sabio, personal, intransferible, a pesar de sus imitadores.

My name’s Lolita y Paco Pomet nos han hecho vivir una historia llena de entusiasmo en una vida artística comprometida con lo mejor del arte. Aunque el título de la muestra, ‘That’s all folks! –¡Eso es todo amigos!-parece no dejar duda. Para nosotros seguirá existiendo la galería, y la obra de Paco Pomet estará siempre presente en nuestro imaginario. Por eso, por siempre, amigos.