Un piano en papel celofán
Programa: I. Preludio en Do mayor, op. 28, núm. 1, de F. Chopin; Preludio núm 1 (libro I), de Claude Debussy; Barcarola en Fa sostenido menor, de Chopin; L`Ìsle joyeuse, de Debussy; Berceuse en Re bemol mayor. Op. 57, de Chopin; Clair de Lune y Preludio núm 4 Les sons et les parfums tournent dans l´áir du soir, de Debussy; Balada en Fa menor, núm. 4. op 42, de Chopin. II. Nocturno en Fa sostenido menor, op. 48 num. 2, de Chopin; Nocturno, Cuatro piezas españolas (Aragonesa, Cubana, Montañesa, Andaluza) y Homenaje Pour Le tombeau de Debussy, de Manuel de Falla; La sérénade interrpue, de Debussy; Fantasía bética, de Manuel de Falla. Lugar y fecha: Patio de los Arrayanes, 25 de junio de 2012. Aforo: Algunos claros.
El Patio de los Arrayanes guarda entre los reflejos del estanque y las filigranas de sus arcos, noches memorables de los mejores artistas de todo el mundo que han dejado en el idílico recinto el recuerdo de su arte. Desde los pianos de Giesenking -Radio Nacional editó una grabación de su inolvidable recital Debussy, una radio que acerca el Festival a todas las latitudes, hoy, con la guía talentosa de Arteaga-, Rubinstein, Kempff, Achúcarro, Alicia de Larrocha, a las voces de Victoria de los Ángeles, Elisabeth Schwarzkopf, Jessey Norman, Teresa Berganza, el violín de Menuhin y hasta la doble representación operística de El rapto del Serrallo, mozartiano. Sin olvidar que, muy cerca, en el Patio de los Leones, el crítico ha tenido la ocasión de escuchar la guitarra de Andrés Segovia o el arpa de Nicanor Zabaleta, entre otros muchos tesoros musicales que forman la historia del Festival.
A esta exhaustiva lista de figuras se han incorporado jóvenes talentos de la interpretación pianística española, entre ellos Javier Perianes que ya en el recital que ofreció el 1 de julio de 2005 nos reveló su ductilidad interpretativa, su profunda capacidad técnica para abordar obras tan diversas como una Sonata de Blasco de Nebra, seis Preludios del cuaderno I , de Debussy -alguno de ellos interpretados el lunes-, u otro de sus preferidos, Chopin, con su Tercera Sonata. Sin olvidar la pasión por la música española, entre ellos Albéniz y su Iberia, de la que ofreció Polo y Albaicín. Algún directivo del Festival, seguramente por no conocer a fondo la historia del certamen, dudaba que Perianes se hubiese atrevido, por respeto, con Iberia.
Su recital del lunes fue un regalo exquisito que nos vino envuelto en papel de celofán -no lo digo con ningún sentido peyorativo, sino todo lo contrario- con el que se envuelve lo delicado. Fue un recital pleno de sutilidades, interiorismo, con el peligro cierto de uniformar estilos, en una obsesión premeditada de enlazar lo que en las notas del programa se llaman "afinidades electivas", que son reales partiendo del Chopin que sirvió de primera guía al francés y al español. Pero no llevadas a estos extremos. Nadie duda de su técnica aterciopelada, del encanto de extraer esas sonoridades de perfecta musicalidad y provocar hondura a todo cuanto toca. Pero la idea de no separar a cada autor en su bloque, e interpretarlos con una continuidad, cuyas diferencias sólo está al alcance de los especialistas o los iniciados, hace que todo o casi todo suene con demasiada homogeneidad. Bella homogeneidad, sin duda, pero quizá sea preferible degustar a cada autor por separado, o al menos en un mismo bloque, para que no parezca una pieza de Debussy como un movimiento más o una continuación de un Preludio, una Barcarola o una Berceuse de Chopin, o viceversa.
Más clara y rotunda fue la segunda parte del recital , abierta con el Nocturno en Fa sostenido mayor, de Chopin, seguido con un Nocturno de Falla y las Cuatro Piezas españolas. También tenía más sentido enlazar la Sérénade interompue, de Debussy, con el vigor -esta vez sí, superó el excesivo intimismo y delicadeza que predominó en todo el recital- de la Fantasía bética, de Falla, modelo de piano moderno, difícil, vigoroso, con nervio y elocuencia que Perianes tocó en toda su dimensión y matices, sin obviar esa calidad acariciadora, esa honda musicalidad y la emoción contenida que pone en un teclado que domina como pocos pianistas pueden hacerlo.
Regalo, sí, y envoltura también de celofán que, como todas envolturas, cuando se desprende de ella, se encuentra el regalo con el que se goza.
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