Crítica | Orquesta Ciudad de Granada

Primavera musical para Granada

  • Parece emblemática la visita del director de origen iraní Hossein Pishkar, director que inauguraba la pasada y malograda temporada 2019-2020 con gran éxito

Una imagen del concierto de la OCG este fin de semana en el auditorio Manuel de Falla

Una imagen del concierto de la OCG este fin de semana en el auditorio Manuel de Falla / G. H.

La Orquesta Ciudad de Granada continúa ofreciendo su programación adaptada a la actual situación de emergencia sanitaria, en su afán de promover opciones culturales de calidad de forma segura en un momento en el que la sociedad necesita recordar cómo era vivir sin restricciones y seguir luchando para que en un futuro no muy lejano volvamos a recuperarla. En este sentido, parece emblemática la visita del director de origen iraní Hossein Pishkar, director que inauguraba la pasada y malograda temporada 2019-2020 con gran éxito.

Quién nos iba a decir entonces todo lo que en este año y medio íbamos a vivir, pero precisamente por eso, por poder escuchar nuevamente a Pishkar al frente de la OCG regalándonos buena música y recordarnos que seguimos manteniendo la capacidad de sentir, hoy más que nunca es importante elevar nuestro aplauso en reconocimiento también de aquellos héroes de la cultura. Vaya de antemano mi admiración y más sincero agradecimiento a todos los miembros de nuestra orquesta, a sus trabajadores y gerente, y al público que constituye su verdadera razón de existencia.

Hossein Pishkar se estrenaba en su día en Granada con una velada dedicada a los caprichos rusos. En esta ocasión ha cambiado el tercio hacia el clasicismo para ofrecer dos obras de gran belleza y sutileza separadas apenas por 30 años cronológicamente pero distantes sin embargo por una concepción distinta del estilo y de la función de la música en la sociedad del momento. Sea como fuere, la presencia de Mozart y Schubert en el programa de este fin de semana ha sido la ocasión perfecta para comprobar una vez más la estupenda sintonía que existe entre Pishkar y la OCG.

Otra foto del recital Otra foto del recital

Otra foto del recital / G. H.

Como primera obra del concierto se interpretó la Sinfonía concertante para violín y orquesta en Mi bemol mayor K. 364 de Mozart, pieza singular no solo en la producción del autor sino también en la época. Cuando se escribió esta sublime página del sinfonismo clásico, llena de referencias melódicas al estilo del último cuarto del siglo XVIII e incluso precursora de algunas concepciones en lo que a semántica y dialéctica del romanticismo que todavía estaba por venir, el concierto como forma orquestal hacía ya varias décadas que se había definido en favor de un único solista. Atrás quedó el denominado concerto grosso barroco, que no estaba ya en la mente del Mozart de 1779, y sin embargo esta obra se encuentra más próxima al Triple concierto de Beethoven, al que todavía le faltaban tres décadas para existir.

Poco conocemos sobre las motivaciones y circunstancias en las que la Sinfonía concertate fue creada, pero lo cierto es que regaló a las generaciones venideras una de las más bellas piezas solistas, con un discurso articulado entre el violín y la viola equilibrado y de gran originalidad, y con una concepción orquestal moderna. Los solistas de la OCG Alexis Aguado al violín y Hanna Nisonen a la viola han sido los encargados de interpretar el papel protagonista de la partitura, que pivota enormemente en el rico diálogo de ambas partes melódicas.

Ambos músicos desarrollaron a la perfección los múltiples giros melódicos, fraseos, imitaciones y respuestas que Mozart les dejó escritos, siempre con el más alto nivel interpretativo tanto técnica como expresivamente. Hossein Pishkar, por su parte, equilibró el necesario balance de las múltiples intervenciones orquestales con una concepción clara y dinámica de la obra, muy en el estilo y en el pensamiento del autor.

En la segunda parte del concierto se interpretó una espléndida versión de la Sinfonía núm. 5 de Franz Schubert, que pese a tener una concepción estructural deudora del clasicismo, es una muestra sutil de la riqueza melódica de su autor, cualidad que puso al servicio de nuevo e incipiente estilo romántico. El equilibrio de sus movimientos y la variedad de motivos y ritmos desplegados en sus cuatro movimientos hacen de esta sinfonía una partitura prácticamente perfecta, algo que se percibe con solo escucharla desde su primera nota. Pishkar entretejió con la cuidada mirada de un maestro cada elemento motívico entre las distintas secciones orquestales, construyendo un discurso dinámico y coherente que sonó de forma espectacular en manos de un instrumento tan bien calibrado como es la OCG.

Particular mención merece el magnífico papel jugado por los vientos de nuestra orquesta, siempre precisos y de sonoridad clara y cálida, a los que Schubert suele destinar en su producción sinfónica una importante carga semántica. Esto, unido a unas cuerdas empastadas y atentas a las dinámicas del director, contribuyó a cerrar el concierto con un magnífico sabor de boca, alegrando un poco más si cabe la fría y soleada mañana de una recién inaugurada primavera que se abre ante nosotros como una metáfora de los tiempos mejores que seguro están por llegar.

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