Novedad editorial

El regreso del Corsario Negro

  • La editorial Cátedra ha publicado dentro de la colección Letras Populares la novela más famosa de Emilio Salgari, un auténtico best seller de su época

El regreso del Corsario Negro

El regreso del Corsario Negro

Un corsario no es un pirata cualquiera, sino aquel que cuenta con una "patente de corso"; es decir, el permiso de la autoridad pertinente para emprender cualquier acción contra naves o enclaves de esas naciones consideradas enemigas. Así, la rapiña y las ejecuciones sumarias, amparadas por las más altas instancias, se nos aparecen malamente maquilladas de hazañas bélicas. Las actividades de los corsarios en los siglos XVII y XVIII son cualquier cosa menos ejemplares y diversas crónicas de la época han dado sobrada cuenta de ello pero, hete aquí, cuando la sombra del siglo XIX se espesaba, Lord Byron decidió investirlos con las mejores galas del Romanticismo: Pasión, Rebeldía y Oscuridad.

Tal fue el éxito del poema El corsario (1814) que el protagonista no tardó en convertirse en inspiración y guía de cuantos habían de venir, desde El pirata (1822) de Walter Scott hasta El capitán Blood (1922) de Rafael Sabatini, pasando por supuesto por El Corsario Negro (1898) del impar Emilio Salgari, un auténtico best seller de su tiempo, que no hizo otra cosa en su vida salvo escribir una novela tras otra, un cuento tras otro, en un temerario frenesí creativo que le destrozó los nervios y lo llevó a quitarse la vida según el ritual del seppuku, a los cuarenta y nueve años. (A falta de la correspondiente katana, Salgari decidió abrirse el vientre con una menesterosa navaja de barbero).

El frenesí creativo de Salgari le llevó a quitarse la vida con 49 años según el ritual 'seppuku'

En El Corsario Negro, Salgari retoma el titán byroniano, pasado por el filtro de la ópera verdiana, para moldear un héroe pluscuamperfecto con una fortísima inclinación por la pose estatuaria, vestido de arriba abajo por ropas oscuras. Emilio de Roccanera, señor de Ventimiglia y Valpenta, que así se llama nuestro protagonista, solo vive para vengarse del duque Wan Guld, que asesinó a su hermano mayor en tierras de Flandes y ahorcó luego a sus dos hermanos menores bajo el cielo de Venezuela. El Corsario Negro, como buen héroe romántico, declara la guerra a la Corona de España, que ha nombrado gobernador de Maracaibo al felón y, a bordo del Folgore, surca las aguas de las Antillas en busca del desquite. El azar, travieso y traicionero, pondrá en su ruta a la jovencísima Honorata Wan Guld, hija del susodicho, de quien él se enamorará con la debida desmesura. Entre el arranque y el desenlace, la novela ofrece sin interrupción duelos a espada, persecuciones sin número, luchas con bestias salvajes, abordajes, huracanes y, tras una breve parada en la isla de la Tortuga, el asalto pirata a las plazas de Maracaibo y de Gibraltar. Salgari no da descanso ni a sus personajes ni a sus lectores.

Las sombras que rodean al personaje ocultan algunos aspectos muy sugerentes. El Corsario Negro fue un arma de doble filo, mucho más cortante que la navaja de barbero que mencionábamos líneas atrás. A través de él, Salgari rindió tributo a la casa Saboya, que ocupaba el trono del Reino de Italia entonces: Emilio de Roccanera habría sido un fiel vasallo del ducado de Saboya a finales del siglo XVII; en su sobrenombre debe verse un sesgado brindis a Amadeo VII de Saboya, a quien apodaron el Conde Negro debido al riguroso luto que guardó tras la muerte de su padre.

El Corsario Negro es asimismo una proyección narcisista del propio autor. Salgari le dio su nombre de pila a la criatura (Emilio), su misma edad de entonces (treinta y cinco años), su nacionalidad y el título de Caballero, que él había recibido de Humberto I apenas un año antes, en 1897. A través del Corsario Negro, Salgari quiso vivir las aventuras que debió contentarse con soñar y alcanzar la altura y la apostura que la herencia genética le había negado. Salgari, un señor bajito prematuramente envejecido a causa del tabaco y el alcohol, tuvo siempre la talla de un gigante en nuestra mente lectora. La ficción suele obrar estos milagros mínimos.

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