Novedad editorial

La telaraña de la ficción

  • Nørdica Libros ha publicado la última novela de Jack London, una auténtica Obra Maestra que el buen lector no debe dejar escapar, El vagabundo de las estrellas

La telaraña de la ficción

La telaraña de la ficción

Hay autores a los que uno vuelve de igual modo que vuelve a ciertos escenarios de la infancia, presa de sentimientos encontrados, entre la inquietud y la ternura. Ahora bien, al contrario de cuanto sucede con algunos cancerberos del ayer, que nos miran de arriba abajo como a intrusos, estos autores de antaño se revelan excelentes anfitriones, que nos reciben con los brazos abiertos, y nos dicen pasad, pasad no os quedéis ahí afuera, la chimenea está encendida, la cena está servida, esperándoos. Julio Verne, Emilio Salgari o Robert Louis Stevenson fueron mis compañeros de juegos siendo yo un niño y la sola mención de sus nombres despierta en mí una profunda gratitud. Jack London también debiera contarse entre ellos, aunque lo único que leí suyo cuando entonces fue La llamada de la selva (o La llamada de lo salvaje). Sólo más tarde llegaron otros títulos admirables como El lobo de mar o Martin Eden. Estas últimas tardes, El vagabundo de las estrellas, que fue la última novela de London, me ha reclamado con la fuerza que se le presupone al canto de las sirenas.

El vagabundo de las estrellas (Nørdica Libros) parte de un planteamiento poderosísimo: Darrell Standing, condenado a cadena perpetua por homicidio, pasa sus últimos días en una celda de aislamiento en la cárcel de máxima seguridad de Folsom, en espera de ser ahorcado no por el crimen referido, sino por golpear a un guardia. Para colmo de males, otro recluso lo ha implicado en un presunto intento de motín y las autoridades penitenciarias quieren que confiese lo que no sabe: ¿dónde ha escondido cierta cantidad de dinamita que habría de servir a los amotinados en sus planes? (El retrato de las pésimas condiciones de vida en los centros penitenciarios de su tiempo es demoledor). No obstante, el protagonista no desespera. En tanto le llega su última hora, Standing se entretiene enumerando las vidas que ha vivido y las muertes que ha sufrido con anterioridad; nos habla de existencias pasadas en otras épocas, en otras tierras, remotas las unas, lejanas las otras. “Durante toda mi vida he tenido conciencia de otros tiempos y de otros lugares. He sido consciente de la existencia de otras personas en mi interior”, confiesa en las primerísimas líneas de la novela.

Encerrado en una camisa de fuerza, completamente inmóvil, Standing ha aprendido a abismarse en sí mismo y a librarse del cuerpo físico -la casa del placer y del dolor- y surcar cauces invisibles en pos de otros cuerpos que fueron él en geografías distintas, en épocas distantes. Standing se ve a sí mismo como el conde Guillaume de Sainte-Maure, la luctuosa jornada en que dicho noble francés morirá en un duelo a espada; más tarde se proyectará en el cuerpo de Jesse Fancher, un niño de nueve años que viaja con su familia y otros colonos hacia el oeste, a través de las llanuras, acosados por las hordas de la intolerancia; y se verá en la piel de Adam Strang, un marinero inglés del siglo XVI o quizás del XVI, que bajo el nombre de Yi Yong-ik el Poderoso entró en la corte de Corea, y subió a lo más alto y cayó hasta lo más hondo; y responderá al nombre de Ragnar Lodbrog, centurión romano de origen germánico, a las órdenes de Poncio Pilatos; y será un eremita a orillas del gran padre Nilo, recogido en una gruta, en compañía de las estatuas ruinosas de viejos dioses, rezando al último dios en llegar a los altares…

Los libros múltiples -esos libros que albergan otros libros en su interior, historias que acogen otras historias en su regazo, grandes relatos que se fragmentan en relatos de menor tamaño, no de menor intensidad- no son raros: ahí están Las mil y una noches, ahí están Don Quijote de la Mancha o Si una noche de invierno un viajero, aquí está El vagabundo de las estrellas. Ese haz de vidas pasadas de Darrell Standing obliga a Jack London a multiplicar las voces, los decorados, las atmósferas, tejiendo así una admirable telaraña narrativa en donde el lector se deja atrapar y devorar gozosamente. Si el recuerdo de otros títulos suyos no fuera tan intenso, me atrevería a decir que El vagabundo de las estrellas es la Obra Maestra de London. En cualquier caso, es una novela generosa, pródiga, que lanza a manos llenas las monedas de oro de la imaginación y las monedas de plata de la inteligencia.

 

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