Un tríptico sobre Don Quijote
Crónica del Festival de Música y Danza
La velada del jueves fue sencillamente histórica: soberbia en lo musical y en lo emocional
Aaron Zapico: Falla refleja toda la épica, la melancolía y los claroscuros del Quijote
Granada inaugura con El retablo de maese Pedro su 72 Festival de Música y Danza, a la sazón, el más antiguo de España. Y no lo digo, en esa ocasión ni por orgullo ni por decir. Creo que el espectáculo de la obra de Falla es una alegoría de todo ello y puede aportar aspectos de ese contexto.
La velada del jueves fue sencillamente histórica. Soberbia en lo musical y en lo emocional y muy de agradecer. Los conciertos en torno a una efeméride siempre proporcionan una reflexión sobre algo que fue y dan pie a valorar cómo eso sigue en el momento en que se celebre, si ese tema continúa candente o no, si el tiempo ha aportado mayor grandeza, etc. En este sentido, la inauguración de estos Festivales con la obra de Falla y de Hermenegildo Lanz (porque solo así se entiende esta obra, como un trabajo pormenorizado, intenso, confiado entre dos inmensos artistas que se admiraban) en el centenario de su estreno en París, en 1923, nos da muchas pistas de muchas cosas, amén de ofrecernos un espectáculo único, bien programada, bien dirigido y magistralmente interpretado.
Escuchar a Falla en la Alhambra, ya sea en el Generalife o en el Carlos V es una experiencia sublime. Falla, que vivía a muy pocos metros de donde ayer escuchamos su Retablo, y que tantas veces ensayaba y conversaba con artistas como Lanz o Lorca en lo que hoy es el Hotel Palace, recreó en su música como nadie, la Alhambra. En el subconsciente colectivo, hay obras de Falla que son realmente la “banda sonora de la Alhambra”. Hay más, y de más estilos, como hemos podido ver en el reciente Documental sobre los Constructores de la alhambra, pero el idilio de Falla con la Alhambra es de lo más especial. Solo con eso se puede entender que el concierto de ayer fue un disfrute. Pero, poniéndonos ¿sentimentales?, imaginando cuántos paseos y conversaciones darían Hermenegildo y Falla conversando sobre el Retablo o sobre Don Quijote, en los bosques de la Alhambra, la pasión que iría apoderándose de ambos, cómo contagiarían de todo ello al núcleo de inmensos intelectuales parisinos en esos años hasta llegar a estrenar allí en 1923…
El retablo también nos habla de Granada hace una centuria, y la foto es maravillosa. El fragor de los trabajos con Zuloaga, Picasso, Lanz, Falla, Lorca, en torno a obras como el Sombrero de tres picos, el Retablo, etc nos hablan de una ciudad pionera, cuna de tanta creatividad y arte. Por eso, ayer, en pleno 2023, ver de nuevo su obra, con la orquesta de la ciudad y el nieto de su amigo Hermenegildo al frente de los títeres, podemos comprobar que -aunque le falten muchos medios e inversiones- la ciudad y quienes son capaces de generar estos espacios, efemérides y demás, están ahí, y son testigos de que el público llena cada convocatoria de
Granada con su patrimonio y sus grandes obras. Y eso es patrimonio inmaterial, es afición y habla de toda una tradición que no se puede inventar. Las ciudades, los países, tienen su tradición, sus gustos, sus aficiones y eso ni se improvisa ni se finge y Granada en ese sentido, acoge el Festival en lugares patrimoniales más antiguo de España. Merecería la pena tomársela más en serio.
En lo estrictamente musical, la velada de ayer se diseñó con dos piezas en torno al Quijote que propiciaron un ambiente sublime. Música barroca, perfectamente conducida por el enorme Aarón Zapico y con una orquesta que sonó con una exquisitez única. La orquesta y el gesto del director eran uno, y así, es más fácil transmitir la grandeza del excelente repertorio elegido. En los tutti, siempre la elegancia tan barroca que imponían Telemann y Boismortier, en los pasajes solistas, con el fagot, oboe, y la percusión, y alguna cuerda, con una coordinación extraordinaria.
Los “efectos especiales” de viento de la percusión, y el set en definitiva de percusión, brillantes, con una riqueza organológica digna de admiración. Los pasajes de violín solo, con el concertino, emocionantísimos. En este sentido, una vez terminadas las dos primeras obras, el maestro Garvayo sustituyo a Darío al clave y comenzó El Retablo. La música, soberbia pero es que la puesta en escena ya fue digna de emoción absoluta. Un Palacio repleto asistía a unos títeres como infantes, esa era la sensación, te dabas cuenta de que habías vuelto a tu infancia y disfrutabas de los títeres. Títeres que “respiraban”, con movimientos acompasados al carácter del texto y de la música.
Pero además, es que no eran unos títeres cualesquiera, pues los hemos podido admirar en el Parque de las Ciencias y expuestos durante mucho tiempo, y de repente, verlos cobrar vida, con el cariño que ya se les tiene, fue sencillamente impresionante. Los solistas y sus respectivos títeres, maravillosos, perfecta dicción. Parecían uno, como la orquesta y el director. Podríamos seguir hablando de tantas cosas, que preferimos dedicar las últimas líneas de nuevo a agradecer a Lanz su labor y su tesón, a la orquesta su sonido y su compromiso con la calidad, a todos los artistas su dedicación y a los responsables de que se haya inaugurado así el Festival, agradecer estar a la altura de lo que la ciudad merece.
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