Sabina eterno
El cantautor de Úbeda se despide en un concierto inolvidable, con lo mejor de su música y una escenografía visual extraordinaria
Cuando Sabina nació en Granada
Decir hola a Joaquín Sabina, en Granada, su ciudad junto a Madrid, es siempre un momento emocionante e inolvidable. Decirle adiós, sin embargo, es despedirnos de nosotros mismos o, al menos, de una parte imborrable de nuestras vidas. Y esa parte es eterna, porque sus canciones nos han ayudado a hacer frente a demasiadas cosas, a los mejores y los peores momentos, al amor y al desamor, al día a día. Sus propuestas dibujaban una forma de estar en el mundo, y venían de un tipo que, de algún modo, podría ser cualquiera de nosotros, desprovisto de marketing y de la forzada perfección con la que llegan tantos artistas actuales. Consiguió que viviéramos, sufriéramos y disfrutáramos juntos. Enamoró a miles de mujeres desde su mente, su corazón y su fragilidad.
Siempre nos dio más de cien motivos para seguir, para escuchar su música y aprender a vivir. En la plaza de toros de Granada, la monumental José Frascuelo, desde su peculiar estilo neomudéjar, similar al de Las Ventas, latió de nuevo el sentir de aquel concierto, hace ya tantas décadas, junto a Viceversa. Dos actuaciones con el cartel de no hay billetes, como en cada una de las ciudades de su gira por Iberoamérica y Europa. Granada no es una ciudad cualquiera, aseguraba en el inicio del concierto, porque aquí pasó los mejores años de su juventud. “Casi todo lo que he sido después lo aprendí en Granada”, y eso asegura una conexión de la que sentirnos muy orgullosos. Lo mejor de nuestra ciudad forjó su denominación de origen. Madrid nos debe parte de lo que es, porque sus luces de neón y sus calles solitarias en la madrugada fueron descritas por este cantautor como nadie lo ha hecho, con el permiso de Hilario Camacho. La capital, vista desde esa sensibilidad canalla, la fuimos conociendo gracias a él, como sabemos lo que es Manhattan al recorrer el universo inventado por Woody Allen en el cine. El arte y la construcción cultural crean y fijan la realidad de nuestro mundo urbano. En ese ambiente previo de bombines, con la inteligencia de los que vendieron merchan, había alguna camiseta del Atleti. Nos une hasta el sentir rojiblanco en nuestra eterna lucha. Hizo muchas dedicatorias a personas queridas, como el agradecimiento a su pintor favorito, Juan Vida.
Varias generaciones
Casi podemos recordar algún momento en el que, después de una actuación, se podía compartir una copa con él en algún pub de Calle Elvira. Escuchar las obras maestras de Sabina es viajar en el tiempo, pero no solo hacia el pasado, sino volviendo al presente. Tan lejos, tan cerca. En su gira, que el cantautor ubetense definía como la última, era increíble comprobar cómo se juntaban diferentes generaciones para sentir y corear ese ejercicio de poesía, que solo puede nacer dentro de la cabeza y la sensibilidad del juglar del asfalto que niega ser, un poeta absolutamente irrepetible. No es casualidad que, en el videoclip inicial, interpretando su “último vals”, apareciera la sonrisa de nuestro Luis García Montero, que atesora y lidera el valor de la palabra, las reminiscencias de aquella herencia lorquiana que se transformó desde la posmodernidad en Poesía 70 y aquella Otra Sentimentalidad con la que soñamos una democracia. Se dio lo mejor en aquellos inicios, sin ver venir el actual diluvio de mediocridad, del que nos sigue salvando la enorme belleza que desplegó ayer Joaquín Sabina durante dos horas. En ese audiovisual, aparecían otros muchos amigos, como Serrat, Calamaro, Leiva y Ricardo Darín. Todo un clan, de ayer y de hoy.
Hola y adiós es una gira que cuida el detalle hasta el máximo. El adiós en Granada contó con una escena, sencillamente, perfecta. Me atrevo a decir que es uno de los mejores conciertos que recordamos. Primero, por la calidad musical, que se debe al maestro Antonio García de Diego. Sin comprender su aportación no entenderíamos nada de lo ocurrido durante tantas décadas en la música, empezando por sus grabaciones para Triana o siguiendo con aquella inolvidable armónica con Víctor Manuel y Ana Belén, cuando rescataron a Billy Joel. Desde ahí llegó, incluso, a Estopa. Dos maestros indiscutibles en el escenario. Además, pasado el primer cuarto del siglo XXI, la calidad técnica del sonido era, sencillamente, perfecta.
Gira Hola y adiós
Joaquín Sabina, voz; Mara Barros, voz; Antonio García de Diego, dirección, guitarra, teclados y armónica; Laura Gómez Palma, bajo; Jaime Asúa y Borja Montenegro, guitarras; Pedro Barceló, batería; José Miguel Pérez Sagaste, saxo, flauta, clarinete y acordeón.
Fecha y lugar: 25 y 27 de septiembre. Plaza de toros de Granada
Todas las músicas
El resto del grupo había interiorizado esa combinación imprescindible de trovador y rockero que siempre ha sido Sabina, con solos algo contenidos de guitarra y saxo, pero con un acierto quirúrgico. De toda la formación, el protagonismo fue para la cantante Mara Barros, en su cumpleaños, que ofreció momentos inolvidables en esas conexiones con la copla y la ranchera, una muestra más de la universalidad de esta música, con el recuerdo siempre del llanto y la vitalidad de Chabela Vargas.
No podían cantar todo. Harían falta veinticuatro horas de concierto, pero la selección de lo antiguo y lo nuevo fue más que suficiente, con sus Mentiras piadosas, Ahora que…, Calle Melancolía, Quién me ha robado el mes de abril, Por el bulevar de los sueños rotos, Donde habita el olvido, Contigo y, cómo no, 19 días y 500 noches, aunque necesitaríamos mucho más para olvidar este concierto, que finalizó con Princesa. Lo más “comercial”, si se puede decir así, lo más nuev’o, pero también la música de siempre. Todas coreadas, con más o menos intensidad según la edad del público, en un mar de móviles, que hace tiempo han sustituido a los mecheros. Emocionado y con dificultad para ajustar siempre la melodía, pero sin desafinar en ningún caso, Joaquín Sabina miraba con agradecimiento tanto cariño de la que es su ciudad. Se apoyó en el público, en su equipo, sin cometer ningún error. Con tanta precisión y oficio que hasta presentó a los suyos recitando versos. Él tiene y siempre tendrá la palabra.
De una noche así, no sería justa esta reseña si no se destaca especialmente la dirección escenográfica y el tratamiento audiovisual de la puesta en escena. Sencillamente, una visualización de ese universo melancólico de sus canciones, con un acierto del ilustrador Luis Tomás, que debería quedar registrado en un catálogo, porque no cabe más vida, más belleza y más arte. Cada trazo, cada dibujo, que saltaba de un impactante rojo al blanco y negro de la noche en la ciudad, debería quedar impreso para nuestro recuerdo. No era un reto fácil, contar en imágenes el sentir de Joaquín Sabina. Y así empieza y termina todo, como explican sus letras. Y, al decir adiós, la vida siguió, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido.
También te puede interesar