El parqué
Con el foco en Ucrania
El pacto de no agresión que se estableció entre las capitales andaluzas en 2015, por el que ni Sevilla ni Málaga entorpecerían la aspiración de Granada de convertirse en el año 2031 Capital Europea de la Cultura, vuelve a quedar en entredicho con la iniciativa del Grupo Municipal Socialista malagueño de presentar una moción para que la ciudad concurra como candidata.
En realidad, a cuenta del anuncio de ayer se produjo una curiosa confusión: en un principio, la propuesta señalaba al año 2024 como objetivo para Málaga, aunque alguien debió caer después en la cuenta de que el turno establecido por la UE indica que a España no le corresponderá una nueva Capital Europa de la Cultura hasta 2031, con lo que posteriormente los medios recibieron una nueva notificación con la correspondiente rectificación y, eso sí, las mismas intenciones. De hecho, en la segunda nota se advertía de que las ciudades aspirantes a la Capitalidad en 2031 deberán tener sus candidaturas listas en 2025, así que, según los socialistas, no resulta descabellado ir poniéndose a ello. Cabe recordar que Málaga aspiró al mismo título en 2016, con lo que emprendió una carrera sostenida durante más de una década llena de ilusiones y rematada con una frustración de órdago, así que corresponde preguntarse si vale la pena volver a lo mismo. El alcalde, Francisco de la Torre, ha descartado en numerosas ocasiones una nueva candidatura para Málaga de su mano porque considera que los beneficios que aporta una Capitalidad Europea de la Cultura ya se han conseguido en Málaga por otras vías (esencialmente, la proyección internacional a través de la incorporación de nuevos museos). En todo caso, la propuesta socialista, por firme, merece una valoración.
Afirma el portavoz del PSOE, Daniel Pérez: "No debemos caer en los mismos errores de la candidatura de 2016. Hay que trabajar con tiempo, creando una mesa de trabajo, donde se tenga en cuenta a la sociedad civil con especial relevancia del ámbito de la cultura, grupos políticos y administraciones, tanto regionales como estatales". Tiene razón Pérez en cuanto a que sería absurdo repetir los mismos errores, pero conviene recordar que para 2016 se organizaron no una sino varias mesas de trabajo, distribuidas en sectores culturales y creativos, con agentes de todos los ámbitos citados. Añade el concejal que es necesario "implicar al tejido cultural de Málaga, ya que la cultura no sólo son museos, es creación cultural [sic], y ahí los socialistas siempre hemos hecho una apuesta decidida por que llegue a los barrios". Aquí también tiene razón, pero casi sorprende el modo en que el argumento suena calcado a los pronunciados a diestro y siniestro cuando se luchaba por 2016; también entonces estaba claro que la Capitalidad no habría de llegar a cuenta de los museos, sino de un proyecto que dinamizara la vida cultural en todo el tejido social de Málaga, especialmente en los barrios. Y así se reflejó en el proyecto presentado. Otra cuestión es que el mismo se expusiera, explicara y defendiera de manera más o menos acertada. En cualquier caso, resulta un tanto descorazonador que se replantee hoy la cuestión desde el mismo análisis servido para ganar lo que no se ganó en el ya olvidado 2016.
Si algo se pudo aprender de aquella convocatoria es que Málaga pagó con creces su exceso de candidez e inocencia. Se podría adaptar la conclusión que apuntó en su momento la escritora Elena Medel para el caso cordobés, más doloroso si cabe que el malagueño por cuanto parecía tener de su parte el beneplácito de todo el mundo. La inesperada victoria de San Sebastián, y más aún por las razones que apuntó la comisión para decantarse por su candidatura, demostró que no servirá de nada volver a competir por el becerro de oro si no se entiende el sistema de las Capitales Europeas de la Cultura como una cuestión política, donde hay grupos de presión muy importantes a nivel continental que empujan sin remisión a favor de sus propios intereses. No se trata de conspiraciones, sino, de nuevo, de política: la convicción de que a menudo sólo unos pocos llegan a intuir el camino para llevarse el gato al agua. ¿Valdrá la pena, entonces? Bueno. Igual ganamos a cambio otra Noche en Blanco.
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