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El triunfo de lo esperado

  • Lo más contundente de este Festival ha sido el capítulo sinfónico con tres nombres de categoría internacional: Mehta, Eschenbarg y Barenboim.

A falta de la actuación del Ballet Flamenco de Eva Yerbabuena con el estreno de Federico según Lorca, con el que se cierra la 60 edición del Festival Internacional de Música y Danza de Granada, el final de los análisis que ha publicado este periódico sobre distintos momentos de este evento, tiene un acento de memoria inmediata o balance, desde el punto de vista personal del crítico y del periodista. Balance muy positivo, aunque hayamos advertido algunas lagunas que podrían haberse superado con cierta facilidad.

Como se esperaba, lo más contundente, los pilares en los que se ha cimentado la estructura de esta 60ª edición, ha sido el capítulo sinfónico, con tres nombres de categoría internacional como Zubin Mehta, Christoph Eschenbarg y Daniel Barenboim, que se despide por un tiempo de esta convocatoria, en la que hay que rendirle homenaje por lo que nos ha hecho disfrutar estos últimos ocho años, sobre todo, pero no los únicos. Y el capítulo sinfónico ha tenido dos protagonistas austriacos: Gustav Mahler, en el centenario de su muerte, con la Sinfonía núm. 3 -por orden de programación- y la Sinfonía núm. 2 en Do menor 'Resurrección', y Anton Bruckner cerrando con las tres primeras sinfonías el ciclo de las nueve que nos ha ofrecido Barenboim y la Staatskapelle Berlin. A estos cuatro conciertos hay que añadirle, por su perfección, la versión de La Creación, de Haydn que nos ofreció Rolf Beck con una reducida Scheleswig-Holstein Festival Orchestra.

El capítulo sinfónico-coral suele ser siempre el plato fuerte del Festival. Zubin Mehta, tras 43 años de ausencia, dibujó magistralmente -con la Orquesta de la Comunitat Valenciana, el Coro de la Generalitat y el de la Presentación, cada vez más hermoso y cálido, bajo la dirección de Elena Peinado, y con la mezzosoprano Christianne Stottin- la riquísima fórmula orquestal de Mahler en este canto a la naturaleza, pero también a la vida y a la muerte de su Sinfonía núm. 3, donde baja al pueblo, con sus charangas festivas, sube a los infinitos y, sobre todo, se mete en el corazón de los seres humanos.

En esa línea de excelsa calidad estuvo Christoph Eschenbach, en la colosal Resurrección, a mi parecer la mejor interpretación que pueda escucharse, porque fue tanta la perfección en el manejo de los distintos bloques, de los contrastes de la partitura, en ese aquelárrico final, donde destapa las tumbas, y todos buscan, desesperados, cual será su fin, en una Resurrección a la que el autor se agarró en toda su vida que, fue una permanente sucesión de tristezas y frustraciones. Magnífica la respuesta de la Schleswig-Holstein Festival y de su coro, reforzado con el de la orquesta Ciudad de Granada que bajo la dirección de Daniel Mestre está cimentando su presencia en el certamen. Todos los adjetivos se quedaron cortos para una noche memorable que pasará a la mejor historia del Festival y que considero que ha sido lo mejor y más conmovedor de estas jornadas.

Como brillante ha sido el paso de Daniel Barenboim por estas convocatorias granadinas, desde el año 1962, en el Centro Artístico y luego en el Festival, como pianista y como director de orquesta. Especial relieve tiene estos últimos años, como he referido en otras semblanzas, con su especial dedicación a la integral de las sinfonías de Anton Bruckner. En su último concierto, con la magistral interpretación del Concierto núm 27 para piano y orquesta, de Mozart, y la Tercera sinfonía, la más wagneriana de todas las del compositor austriaco, el público ovacionó intensamente a este gran músico total, una de las figuras indiscutibles de la interpretación y la dirección actual, y a la formidable Staatskapelle Berlin.

No pasó inadvertida la ópera del argentino Osvaldo Golijov, Ainadamar, en tres imágenes que, musicalmente, es un canto emocionado a la libertad, con los dos protagonistas que sufrieron las consecuencias de la represión durante la guerra civil, Federico García Lorca y su musa Margarita Xirgu, a la que se incorpora, como signo de todas las libertades pisoteadas, la ajusticiada Mariana Pineda. Es natural que en una ciudad en donde conviven las memorias de los herederos de las víctimas y los verdugos, cause cierto desasosiego. Pero, al margen del deficiente libreto de David Henry Hwang, lleno de tópicos y ligerezas históricas, la música de Golijov tiene fuerza y, a veces una emotiva belleza, en esos diálogos cantables o en las confesiones -Lorca ante la estatua de Mariana- que tienen tintes conmovedores, en una partitura donde Golijov mezcla clasicismo, ciertos rasgos contemporáneos y muchos recursos flamencos, sefardíes., etc., como es habitual en su obra. Una vez más la Orquesta Ciudad de Granada fue el pilar de la ópera, como lo ha sido en tantas ocasiones memorables. Y el coro de la Alhambra, de Elena Peinado, puso esas notas evocadoras en las canciones dedicadas a Marianita el día que la ajusticiaron, que abre la 'Mariana' de Lorca y que se repite hasta tres veces en la obra del compositor argentino.

Creo que se ha perdido una oportunidad en el bicentenario de Liszt de ofrecer no sólo sus aspectos pianísticos, sino los orquestales. Y en los primeros, pese al interés del proyecto MusMA para alentar a los jóvenes compositores de hoy, creo que hemos perdido al gran Liszt, entre esbozos y mediocridades, agravadas con el baile de intérpretes y programas producido. Liszt hubiese necesitado el concurso de una o varias figuras indiscutibles del pianismo mundial para degustar en toda su intensidad y variedad su obra, sólo al alcance de los mejores.

El ballet es otro de los capítulos fundamentales y uno de lo que más atrae al público, entre otras cosas porque es un regalo complementarlo con el gran espectáculo del Generalife y sus alrededores. Victor Ullate nos ofreció un retablo de sus veinte años de fructífera producción, enriqueciendo la danza española. El Ballet y Orquesta del Teatro Stanislavsky se desdobló en dos programas, uno con el romántico Giselle, bello, pero discreto, sobre todo si uno recuerda el protagonismo de Margot Fonteyn y Rudolf Nureyev en este mismo escenario y con la misma obra, y otro más diverso con una gala de ballets de siempre, alguna pincelada más actual, pasos a dos -Corsario, Don Quijote, etc., donde me quedaría, sobre espectacularidad y ejercicios virtuosístas, más o menos logrados, con el paso a dos de El último tango, sobre música de Piazolla, bailado con emoción por Natalia Somova, acompañada por Georgi Smilevsky. Orquesta notable en el foso -nunca he calificado como tal una exhibición de ballet con música enlatada, sino de simple velada- y ambiente para vivir una noche de verano inolvidable por el imprescindible y vital 'marco incomparable'.

Ciclo que cerró el Ballet Nacional con el estreno de Negro-Goya, lograda coreografía, llena de originalidad y fuerza escénica -caso de la escena de los velos rojos, de sangre, vertidos sobre el escenario, donde luchan a garrotazos, como en la obra de Goya, dos energúmenos, símbolo muy racial y muy goyesco, al más obscuro de sus fantasmas, sus aquelarres, sus desastres de la guerra, sus monstruos que son, en el fondo, no sólo una visión crítica de la realidad del país de su momento, sino de las realidades cotidianas del ser humano. Música llena de vigor y personalidad de Enric Palomar, magníficamente interpretada por la Orquesta Ciudad de Granada, cuyo protagonismo en el Festival es evidente, ponía énfasis a esta interesante aproximación al Goya negro.

En el capítulo flamenco, la bella voz de Estrella Morente llevó la emoción al Palacio de Carlos V, resaltada por otros compañeros, donde su padre había triunfado anteriormente, un arte que, como ocurrió desde los primeros festivales, ha de estar presente en el certamen porque no sólo es patrimonio de nuestra cultura, que tenemos el deber de exponer en un Festival, sino inmaterial de la Humanidad, como ha señalado la Unesco.

Especial atención a la conmemoración del IV centenario de la muerte de Tomás Luis de Victoria, ofrecido a un público que gratuitamente llenó los recintos donde se celebraban, y cuyas acertadas referencias ha hecho Eladio Mateos. Algunos recitales de música antigua, más flamenco, al natural, o en fusiones, espectáculos para pequeños como el singular y magnífico Nubes y, naturalmente, el FEX, cada día más sólido, más variado y de mayor calidad que se disemina por la ciudad y la provincia para acercar todas las músicas a los públicos más diversos.

Junto a los cursos Manuel de Falla, merecería un capítulo aparte, porque esa diversidad y coincidencia no le permite al crítico que redacta este apresurado análisis acercarse a ellos, aunque este periódico les ha dado cumplida y detallada cuenta de la variedad e interés de ese otro Festival-Extensión que se expande por la ciudad y la provincia.

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